Un incierto combate

Personerío

La página perfecta, el cuento perfecto, el ensayo perfecto… El escritor se desespera por buscar la perfección en todo lo que él escribe e incluso nada más redacta

No hay victoria ni fracaso: solo un texto que, en el mejor de los casos, hablará a alguien
José de la Colina
Ciudad de México /

La página perfecta, el cuento perfecto, el ensayo perfecto… El escritor se desespera por buscar la perfección en todo lo que él escribe e incluso nada más redacta, pero, al mismo tiempo, dos impulsos se originan en él, igual de gemelos como de contrarios… Así, transcurren los minutos, las horas, los días, y el asunto es cada vez más irresoluble: si hay solución, ésta aparece como una lanza que vuela en el aire abriendo diez mil puntas que herirán la razón del autor. Nunca hay solución, y el autor se abandona al flujo de las palabras como el flujo del agua en el deporte llamado surf. Así, el autor se abandona dizque abandonándose a la corriente indivisa e informe del palabrerío que le brota de la parte menos conocida de sí mismo, y a la vez trata de mantener el equilibrio sobre la tablita en que se yergue valientemente, si no heroicamente, tratando de componer una pieza de redacción que mantenga alguna gracia casi salvaje y mientras tanto hacer que lo que escribe tenga algún sentido, es decir, que “diga” algo que, si no es comprensible con el intelecto, lo sea al menos con el “corazón”. Los surrealistas lo intentaron esforzadamente en grupo e individualmente. Uno de ellos pretendía soñar despierto, y dictaba a sus compañeros todo lo que “veía” en su palabrerío desatado. Todavía no sabemos si esa es la solución al problema de la escritura que se plantea a cada uno apenas abre la computadora y se pone a teclear como loco que a la vez tiene estatura de cuerdo. Pero, como quiera que sea, el problema permanece como un bloque de hielo que se va deshaciendo sin perder su imagen aterradora para el autor. ¿Qué es lo que anima a escribir como quiera que sea o según un orden de las ideas? ¿La conciencia o la mente irracional que hay, se supone, bajo ella, como una piel de serpiente que tuviese dos componentes básicos, aunque contrarios? Problema irresoluble que se plantea al que ejerce la literatura como algo más que un modus vivendi o como la manifestación de su “alma”.


De cualquier manera, eso ocurre siempre, ya se trate de un cuento, un ensayo o un poema. Uno quisiera tenerlo resuelto de una vez por todas, pero allí está el drama: la literatura no es solución alguna, y más bien se abre a todas las interrogaciones. Seguiremos en esto eternamente, ya sea que queramos inventar personajes a partir de la desintegración de uno mismo, si esta “unidad” existe.
Apenas ha escrito esto, el escritor se retira a descansar, no como sobre laureles o sobre un lecho de espadas con la punta alzada. Escribir, escribir, escribir como desmadejándose uno mismo y sin pensar mucho en el problema, aunque éste persiste como un fantasma que negase a disolverse en la mañana en que el autor está ojeroso, vibrátil aún, casi creyéndose vencedor o derrotado de algo que es un incierto combate. No canta victoria ni se lamenta tras este combate consigo mismo o tal vez con el otro que sabe que es entre los mil personajes que lo conforman. No hay victoria ni fracaso: solo un texto que, en el mejor de los casos, hablará a alguien, a quién sabe quién.


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