Yo tenía una gatita muy querida a la que acariciaba a escondidas, pues se me decía que un hombre no debe exhibir sentimientos tiernos. Ciertamente no era una criatura vulgar. Cuando le acariciaba las tetillas, su ronroneo tenía algo del jadear de las mujeres en el placer, y en sus verdes pupilas tras los párpados entrecerrados yo podía leer verdaderos pensamientos. Un día me pareció que su maullido alcanzaba las modulaciones del lenguaje humano. “Insiste un poco, mi gatita”, le dije, porque le hablaba como a un niño y absurdamente creía que un día lograría hablar. Traté de persuadirla con argumentos fáciles que halagaran su coquetería: “Piensa, mi pequeña, en el éxito que tendrías entre la gente si llegaras a decir verdaderas palabras...”. Y la acaricié y estimulé tanto que por fin me respondió con una voz de niña mimada: “Yo quisiera hablar, pero solo para ti, y sin que se enteren los otros”.
¡Oh, la profundidad de mi alegría ante aquel milagro que debía mantenerse en secreto!
“La chatte”, en Mémoires de l’ombre, de Marcel Béalu (versión: J. de la C.).
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El francés Marcel Béalu (1908-1993), librero, poeta, narrador, ensayista, pintor de domingo, es autor, en prosa, de Mémoires de l’ombre, L’expérience de la nuit, L’araignée de l’eau, y, en verso, de Coeur vivant y Ocarina. Su librería del Quartier Latin, especializada en literatura fantástica y esotérica y en obras inencontrables y “malditas”, se llamaba Le Pont Traversé porque en su adolescencia le había impresionado, “hasta el delirio y el insomnio”, un célebre letrero de Nosferatu, el filme silencioso de Friedrich Murnau: “Al pasar el puente, los fantasmas le salieron al encuentro”.
Un puente es un lugar de paso entre dos orillas que pueden ser tan diferentes y aun contrarias como el anverso y el reverso de la inquietante cinta de Moebius, que, al retorcerse y unirse invertidos por sus extremos, para formar un ocho horizontal, se convierten en una sola superficie. Y si un fantasma puede ser una impalpable y apenas visible criatura menos fantasmal que fantasmagórica, podría decirse que la literatura fantástica de Béalu se desarrolla en ese lugar de transición entre la vigilia y el ensueño. Lo fantástico de sus cuentos de una página o de página y media, que son a la vez poemas-en-prosa, ocurre en una dimensión interior en la que rigen los poderes del ensueño, de la pesadilla y el delirio, de modo que, en apenas el tiempo de un parpadeo, o a través de un sutil puente de pasos entre las dos orillas, la realidad “común y corriente” se abre a una inquietante otra realidad. Una otredad deseada o temida, o que es las dos cosas a la vez.
“La chatte” es uno de los cuentos (¿o poemas?) de Béalu en los que el mundo evocado comienza siendo creíble para el lector. Al principio nada allí sería inquietante o siquiera asombroso, pero en algún punto apenas perceptible surge de repente un pequeño detalle que hace deslizarse el asunto hacia un hecho extraño que el lector, ya hipnotizado por la tersa escritura, acepta como verosímil y posible. Acaso es un extraño maullido... Y todos en alguna alta noche hemos oído a algún solitario gato de azotea maullar una larga y ondulante melopea que se parece al habla o al canto (a un cante flamenco, por ejemplo). Y entonces hemos pensado que desde el animal está manifestándose otro ser.
RP/ÁSS