Un relato social a través del tejido colaborativo

Artes visuales

Enaltecer la participación colectiva y la memoria es uno de los motores que están acelerando las expresiones textiles en Nuevo León y, sin negar sus complejidades, destaca el hecho de que algo se está tramando en el norte de México.

En el norte se están tejiendo otras rutas y maneras de abordar la existencia. (Cortesía LABNL)
Miriam Mabel Martínez
Ciudad de México /

Durante el primer semestre de este año, en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO) se exhibió la pieza Gorgona, de Aurora Pellizzi. Su llegada expuso no solo la relevancia del arte textil en las narrativas del siglo XXI, sino también el relato regiomontano que se ha venido tramando desde hace tiempo, como parte del “desplazamiento trascendental del textil desde los márgenes hacia el centro”, como acota Taiyana Pimentel, directora de este recinto.

Este desplazamiento, además, está proponiendo redes que entrelazan modos de vida fuera y dentro de la academia, entre lo doméstico y lo público, lo individual y lo colectivo, desde las periferias hacia las capitales, recuperando técnicas y usos, cuestionando formas para crear expresiones auténticas que suceden entre los intersticios del statu quo. En el norte se están tejiendo otras rutas —Nortejiendo y Mustang Jane, en Chihuahua, por ejemplo— y maneras de abordar la existencia, que incluyen los cuidados, lo económico, lo cultural, lo social y, por supuesto, lo político. Estas disidencias anudan lo local y lo global, como en el proyecto Hilando organismos, coordinado por Cordelia Rizzo y Tere Chad para el Centro Cultural Plaza Fátima, donde desde el 19 de marzo y hasta el 19 de junio se estuvo trabajando una pieza textil performática a la par que se ofrecen talleres, como el que impartirá el artista y académico brasileño Wilton García. Sin duda, este recinto ha sido un punto de clave en el tejido nuevoleonés. Desde su nombramiento, en 2021, como coordinadora general de Artes Visuales de San Pedro Garza García, Virginie Kastel se ha ocupado de exhibir las posibilidades de lo textil y apoyado a artistas locales, para así sumarse a este boom internacional que, como subraya, “viene a la par con una nueva revisión de los feminismos y de la feminidad”.

Con la mirada puesta en el paisaje regio y asimilando los cambios, tendencias, pensamiento y emergencias actuales, se está impulsando un movimiento auténtico que está rompiendo, rasgando y reinterpretando los horizontes de expectativas convencionales, creando piezas y experiencias textiles que se acuerpan en los imaginarios, contextos, territorios, búsquedas y preguntas locales. Esta flexibilidad es uno de los poderes de lo textil, que además de transformarse en cada espacio los habita de manera distinta, como la pieza modular en movimiento Somos Colmena, que se exhibe simultáneamente en los exteriores de Plaza Fátima y al interior del Antiguo Palacio Federal, en el centro de Monterrey, provocando la reflexión que va desde la plasticidad del estambre hasta la intervención artística pasando por el derecho a disfrutar los espacios públicos, tal como se experimentó en el taller de yarn bombing, impartido en febrero en el marco del evento Yo amo Centrito Valle —en el municipio de San Pedro— exaltando la potencia de lo colectivo.

Potencia que ya se había experimentado en Abrazo entramado, iniciativa apoyada en 2022 por el LABNL Lab Cultural Ciudadano, espacio que, como describe la gestora Tania Martínez: “Está constituido e instituido para desarrollar proyectos que vengan de grupos ciudadanos desde una idea o una propuesta para desarrollar prototipos que puedan generar inteligencia colectiva”. Este prototipo proponía, de acuerdo con Rizzo y Chad, sus promotoras, “abrazar a la ciudad a través de un par de brazos de tela repletos de retazos, bordado y tejido hecho por sus ciudadanas y ciudadanos”. Durante su gestación colectiva se fueron cumpliendo las expectativas que, como retoma Martínez, otrora jefa de contenidos y programas del LABNL: “También tienen el afán de indagar y encontrar procesos de innovación, otras formas de hacer y de darles un lugar, además de propiciar ese otro encuentro de saberes de diversos intereses de producción cultural abierta”. Gracias a esa inteligencia colectiva, la idea original se transformó en una instalación textil participativa que, tras el aislamiento pandémico, tejió una metáfora que se expuso en el espacio público. Esos “retazos” unidos no sólo armaban la pieza sino además durante las reuniones literalmente resarcieron la vida; los participantes performativamente hilvanaron el duelo que ofrendaron a sus conciudadanos.

Este tipo de sesiones no son distintas a los círculos de mujeres que nos han tejido a lo largo de la historia, y que con la misma creatividad han remendado prendas y emociones; aunque ahora, además de vínculos y acompañamientos, se tejen, bordan, zurcen e hilan conceptos. En estos “círculos performáticos”, como los define Amparo Vázquez, directora de Programa Académico la licenciatura en Artes de la Universidad de Monterrey (UDEM): “Se entretejen también actos políticos”. Tal como sucedió el 19 de abril en la velaria del Centro Roberto Garza Sada de Arte, Arquitectura y Diseño de la UDEM, donde la Colectiva Hilos activó la pieza Sangre de mi sangre, que desde 2021 ha recorrido distintos puntos del orbe para inconformarse ante la violencia. En esa tejida comunitaria los asistentes experimentamos que esos círculos, como los describe Amparo que: “Constituyen el tejido per se y, a su vez, tejen, hilan o experimentan lo textil en conjunto y comunidad. En su hacer reconocen la diversidad propia del arte textil, la cual nos da la oportunidad de abrirnos y de ampliar los pensamientos”. Estos círculos son los que nunca han dejado de trazar espacios públicos íntimos, como actualmente sucede en Plaza Juárez, en el casco de San Pedro, donde la artista regiomontana Cavidad Visceral imparte un taller de crochet, para extender esas redes que, como recalca Vázquez, “son una representación del poder que tienen a su vez las redes humanas y que en conjunto van promoviendo una revolución pacífica para nombrar, para fortalecer y crear memoria colectiva y social”.

Estas revoluciones suaves —que no han dejado de hilvanarse históricamente, pero que habían permanecido en los rincones de los relatos oficiales— se han ido visibilizando en el norte gracias a curadoras como Kastel, quien desde su llegada a estos territorios —hace más de 12 años— ha vertido sus conocimientos sobre lo formal y lo conceptual de lo textil. Esta curiosidad le ha guiado para descubrir, seguir y apoyar a esos artistas que dentro y fuera de Nuevo León experimentan “la dimensión lúdica del arte textil que juega en la frontera entre experiencia y presencia. Me interesa”, subraya, “que además de su naturaleza multisensorial contesta de manera inmediata al cuerpo”. Esta relación fue el eje de la exposición Al filo del gozo, título que retomó de un verso de Rosario Castellanos y que sintetiza su entendimiento de lo textil como el arte el gozo. “Desde el crochet, el bordado, el material crudo quería que se viera, sintiera y comprendiera la relación privilegiada que el arte textil tiene con el cuerpo”.

"Dérmica", de Miriam Medrez. (Foto: Pamela Tamez)

Con muestra, la curadora se propuso explorar lo textil en su diversidad, desde la indumentaria, el diálogo entre arte y moda hasta las problemáticas matéricas, conceptuales y de producción en los distintos géneros de las artes visuales, a través del trabajo de artistas que ha seguido y apoyado en sus procesos, como Miriam Medrez (“con quien he entendido mejor la dimensión escultóricas del textil”) o Daniela Edburg (“quien ha estado metiendo el textil dentro y fuera de la fotografía y desarrollado una práctica consistente en distanciar y acercar en la misma imagen lo sensorial y lo visual”). A las piezas creada ex profeso —Somos volcanes, desfoguemos de Edburg y Dérmica de Medrez— se sumó Susurro, mural textil de Avrora Boreal; la exploración formal de Inés Avendaño en Materia Hilante; la reflexión sobre moda y conservación ambiental que materializa Ximena Corcuera en Simbiosis o la pieza viva Sé-nos, de la Colectiva Lana Desastre, que continúa tejiéndose y expandiéndose de su exhibición en Re(ge)nerando narrativas e imaginarios. Mujeres en diálogo, curada por Cordero para el Museo Kaluz de la Ciudad de México, en 2022. Y como lo ha hecho en otras curadurías, en Al filo del gozo, Kastel también retó a los espectadores, esta vez a “sentir y comprender la relación privilegiada que el arte textil tiene con el cuerpo, y así asumir al arte textil ya no como una categoría sino como un universo de posibilidades, que siempre nos invitan a ser parte y comprendernos dentro de algo más abarcador. Quería mostrar que el textil es incluyente, porque es un material que es parte de la vida de todxs”.

Y es tan de la vida de todos, que ha estado presente en proyectos ciudadanos impulsados por el LABNL que, desde su fundación en 2021, funciona como un dispositivo de escucha. De acuerdo con Valentina Sánchez, coordinadora de mediación, se trata “de una plataforma que interconecta los ejes cultura, digital, artes y ciudad con temas que entran de afuera hacia adentro, o sea de la ciudadanía hacia la institución, lo que resalta el interés genuino de la gente”. Y la gente, quiere entretejerse, como se ha visto en prototipos como UpTex, que trabaja con residuos textiles o Micotextura que experimentan la generación de textiles a partir de hongos y residuos orgánicos, o expandiendo Somos colmena, proyecto de la Colectiva Lana Desastre que, desde 2017, se ha ido desprendiendo en células (como la que se expuso durante 2023 en el Parque del Teleférico en Torreón, Coahuila) y que propone vestir la vida cotidiana tal como vestimos nuestros cuerpos, al tiempo que polemiza. ¿En qué momento la necesidad de vestir se convierte en una consigna? Desde niña, Amparo Vázquez se ha cuestionado esta relación política; actualmente aquellas curiosidades infantiles se han convertido en prácticas artísticas y de aprendizaje enfocadas a lo social que comparte con el alumnado de la UDEM. Le intriga el acto de tejer en comunidad, así como la memoria que implica el acto en sí de tejer y cómo estas acciones pueden incidir en la plaza pública como un lugar de identidad política.

'Simbiosis', de Ximena Corcuera. (Foto: Pamela Tamez)

Incidir ha sido otra de las funciones de lo textil. Lo textil fue, es y será político, como lo está siendo en el prototipo Tejer para destejer la contaminación, uno de los proyectos seleccionados por el LABNL para ser desarrollados en este 2024. Su promotora, Cavidad Visceral, no duda que lo personal es político. Para ella tejer es “extender una idea en un universo basto donde se crean submundos”. A partir de técnicas textiles atravesar conceptos y situaciones que al transformarlas en objetos, asegura: “son la prueba de que, a mediano y largo plazo, sobreviví”. Sobrevivir, estar, resistir es lo que motiva a las más de 30 personas —entre los diez y los 65 años— a buscar estrategias de visualización textil de la calidad del aire en la zona metropolitana de Monterrey. Esta iniciativa, que concluye en julio, está promoviendo un punto de inflexión que podría transformarse —por qué no— en propuestas ciudadanas que interfieran en las políticas púbicas. Mientras tanto se asumen testigos y protagonistas de cómo lo textil se ha ido inmiscuyendo en el imaginario ciudadano. Tal como señala Valentina Sánchez: “Estamos aprendiendo que hay otras maneras de tejer, este proyecto es tan abierto que lo más interesante es la posibilidad de que mute en el camino”. Tal como el textil ha hecho a lo largo de la historia.

Dice Taiyana Pimentel: “Recordemos que todavía en la década de los años ochenta del siglo XX, los que conocemos como textiles eran considerados artes aplicadas en la academia”. Aunque de maneras distintas, estas prácticas siguen moviendo economía, incluso las del mercado del arte, ya que se han integrado, continúa Pimentel, “como parte del discurso o asumiéndose el discurso central del arte, y ya no como una expresión artística común en ciertas comunidades que se han mantenido alejadas de los discursos occidentales en el poder del arte”. Así lo evidenció el León de Oro de Bienal de Venecia otorgado, en 2022, a Cecilia Vicuña, o la presencia cada vez más amplia en las ferias de arte como ArcoMadrid; en la edición de este año se otorgó el Premio al Mejor Stand y Contenido Artístico a la W-Galería, donde se exhibía la obra de Chonon Bensho, artista originaria del pueblo Shipibo-Konibo en la Amazonía peruana. Una de las integrantes del jurado fue la directora de MARCO, quien retoma este caso para ejemplificar propuestas discursivas honestas. Remarca Pimentel: “Son discursos que ya heredaron todo el arte de los siglos pasados, las problemáticas feministas, la toma de postura en relación al otro, pero también heredaron los discursos postconceptuales. Artistas como ella son conscientes de que esa tradición se puede narrar y representar desde otros lugares”.

'Susurro', mural textil de Avrora Boreal. (Foto: Pamela Tamez)

En esos “otros lugares” lo textil siempre ha sido colectivo, certeza que nos obliga a reflexionar más allá sobre cuántas manos operan en relación al textil, sino sobre cuántas mentes y tradiciones están siendo parte de una sola obra. En este sentido, Pimentel destaca las colaboraciones “que están trascendiendo el espíritu que habíamos percibido en el arte del siglo XX y presente en este XXI, y me refiero al que se da entre comunidades fundacionales y artistas que provienen de la academia occidental, como es el caso de la colaboración de Teresa Margolles con una comunidad de origen maya de Guatemala o las que lleva a cabo Aurora Pellizzi con comunidades del Estado de México y Morelos”. Pero la colaboración no siempre implica comunidad ni colectividad ni horizontalidad.

La llegada de estas expresiones a los espacios que sí tienen cabida dentro de los modelos de cultura dominantes, apremia a preguntarnos, como lo plantea Tania Martínez: ¿dónde están esos no artistas que hacen arte? Desde su participación en el diseño de LABNL, esta joven gestora advirtió la importancia de acercarse a “aquellos agentes culturales que buscan no solo puntos de encuentro sino de producción colaborativa que proponen la creación de obras para el bien común y no tanto para vender o para hacer un capital, no porque esté mal, sino porque los mueve la posibilidad de aprender a estar juntxs y hablar de otras cosas por medio de un lenguaje como el tejido”. Ahora, como coordinadora de especialización artística en la Escuela Adolfo Prieto CONARTE Nuevo León, sigue pensando en cómo promover ejercicios y proyectos colectivos que nos hagan reflexionar sobre las ventajas de hacer cosas juntos; por ello, se ha enfocado en observar cómo cada grupo de personas genera sus propias herramientas de organización, “lo cual a su vez logra transformar otras realidades más allá del proyecto, ya que le quita el peso y el protagonismo al objeto, entonces, las personas se vuelven el centro. Esta dinámica es la que me interesa, la que obliga a llevar a cabo acuerdos y atender desacuerdos. Para mí, las personas son el reto que amplía y/o expande cualquier método”. Tania sabe que no existe una receta de cómo operar la colectividad y no romantiza los procesos colectivos como tampoco lo hace Valentina, quien destaca que “si estos procesos no están siendo un poco desastrosos no están siendo colectivos, porque entonces hay por ahí una voz cantante, una voz que pone orden o está sucediendo algo que inhibe la participación de la mayoría”. Para ambas es imprescindible fomentar la discusión en pro de que el colectivo sea capaz de atender y escribir esas voces diversas.

'Gorgona', de Aurora Pellizzi. (Foto: Pamela Tamez)

La unión de particularidades —con sus conflictos, pensamientos, filosofías, formas de ser y de manifestarse— generan cada vez una fórmula distinta con una infinidad de variables, como sigue sucediendo con Somos colmena, que pronto se mudará de San Pedro a Tlaxcala, o como ha llegado a Monterrey Sangre de mi sangre para escribir una versión norteña acompañada de otras complicidades, entre ellas la UDEM y MARCO. Indira Sánchez, directora del Departamento de Educación de este museo, explica que “alrededor de la exposición de Pellizzi se diseñó un programa público, como lo realiza en cada exhibición. Una de las actividades es con la Colectiva Hilos; se propuso un diálogo que busca enlazar a los distintos públicos del museo, universitarios y los migrantes de Casanicolás, para que en conjunto puedan crear un diálogo a través de una acción tan simbólica como es tejer. Más allá del resultado final, los participantes están escribiendo un relato social a través de un tejido colaborativo”. Y aunque la obra de Pellizzi ya no está expuesta, ha servido como pretexto para convocar a la colectividad para crear un producto performático y de protesta que se presentará en agosto.

Si algo nos están enseñando los textiles en el siglo XXI es a inventar otros tipos de protesta, como subraya Amparo Vázquez: “Es una forma de ponerle cara y cuerpo al dolor, de hacer memoria y alzar la voz”. Enaltecer la participación colectiva, la memoria y resarcir el tejido social es uno de los motores que están acelerando las expresiones textiles en Nuevo León y, sin negar las complejidades que implica tejernos en lo colaborativo, destacan que algo se está tramando en el norte.

AQ

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