Un sueño llamado Montevideo

Toscanadas

"Alguna vez sugerí al alcalde montevideano que hermanara su ciudad con la mía, y que, al estilo de los regios, se hicieran llamar videomontanos", escribe Toscana.

Panorámica de Montevideo. (Foto: Archivo)
David Toscana
MAdrid /

Estoy a punto de tomar un vuelo rumbo a Montevideo, una ciudad que he visitado sólo dos veces, pero que he recreado interminablemente en mi cabeza sobre todo a través de Juan Carlos Onetti y sus personajes harto viriles. Es una ciudad cuya apostura del siglo XIX se marchitó y cuya voluntad de grandeza del XX se carcomió, por eso mismo nos parece hermosa a quienes nos gusta mirar el pasado. Su cementerio de barcos no semeja un yonke marino sino una monumental obra de arte.

Teniendo en la cabeza la frase de Onetti en “Bienvenido, Bob”: “Pero usted es un hombre hecho, es decir, deshecho, como todos los hombres a su edad cuando no son extraordinarios”, escribí una novela en la que un oficinista regiomontano atrapado treinta años tras un escritorio siente que debe huir a Montevideo, que allá está la salvación de su alma, una ciudad remota en el mapa y vecina en el diccionario. Por eso alguna vez sugerí al alcalde montevideano que hermanara su ciudad con la mía, y que, al estilo de los regios, se hicieran llamar videomontanos.

Miguel Pruneda dice: “Es una ciudad con el tráfago de cualquier enjambre, pero apenas se cruza el malecón, uno llega a la gloria de la playa Pocitos, tan al alcance de la mano. Imaginen si como oficinistas pudiéramos decir, al rato vuelvo, voy a la playa; dejamos el escritorio, metemos los pies en el agua. Así cualquiera está listo para vivir de nuevo; así no hay necesidad de jugar en el panteón”. Y dos líneas más abajo: “Todo Uruguay tiene menos habitantes que Monterrey. Vaya, intervino Faustino, despertando de su letargo, y aun así fueron campeones del mundo. Dos veces, remarcó Hugo. Y la conversación se desvió hacia el futbol; que cuál era el mejor jugador uruguayo que había venido a Monterrey, que si Nilo Acuña, que si Mantegazza, que si Bertocci o Corbo”.

El uruguayo Mario Delgado Aparaín escribe en su novela El hombre de Bruselas: “Había una vez o érase una vez un narrador de apellido Correa cuyas historias se ubicaban siempre en el mismo pueblo: Mosquitos. Está de más decir que eso no es bueno para la literatura. No lo fue para Faulkner, no lo fue para Rulfo, no lo fue para García y menos aún lo fue para Onetti”. Por supuesto no son palabras de Mario, sino de su personaje; y aun así, podríamos decirle a ese narrador ficticio: “Si no fue bueno para Onetti, sí lo fue para Montevideo”. Pues aunque su mítica Santa María no sea Montevideo, dijo Onetti que en su obra “está presente Montevideo, la melancolía de Montevideo. Por eso fabriqué a Santa María. Más allá de mis libros no hay Santa María. Si Santa María existiera es seguro que haría allí lo mismo que hago hoy. Pero naturalmente inventaría una ciudad llamada Montevideo”.


​ÁSS

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