Un volcán llamado Nahui Olin

Al margen

La pintora, poeta, musa y rebelde es sujeto del primer volumen de la serie Insurrectas.

Portada de 'Nahui Olin. El volcán que nunca se apaga'. (Gedisa)
Alma Gelover
Ciudad de México /

La clásica frase de Simone de Beauvoir: “No se nace mujer: se llega a serlo”, recobra pleno significado y fuerza en las páginas de Nahui Olin. El volcán que nunca se apaga (Gedisa, 2022) primer volumen de la serie Insurrectas, editada, prologada y anotada por Patricia Rosas Lopátegui, la gran especialista en Elena Garro y compiladora de la monumental antología Nahui Olin: sin principio ni fin, obra y varia invención (UANL, 2011), 657 páginas en donde, de acuerdo con José Emilio Pacheco, Rosas Lopátegui reúne todos los libros de la autora de Câlinement je suis dedans, además de “un gran número de ensayos, artículos, comentarios, notas de prensa y unas cuantas imágenes, muy pocas si se comparan con las que aparecen en Una mujer de los tiempos modernos (1992), el ya inconseguible libro-catálogo de Tomás Zurián, y en La mujer del sol, de Adriana Malvido (2002)”.

En el volumen inaugural de Insurrectas, Rosas Lopátegui incluye un mayor número de fotografías que muestran la belleza deslumbrante de la mujer que nació el 8 de julio de 1893 en la Ciudad de México y fue registrada como María del Carmen Isabel Mondragón Valseca, pero que ha pasado a la historia como Nahui Olin, como fue bautizada por el Dr. Atl, con quien vivió un apasionado romance en el ex Convento de la Merced.

Después del prólogo, el libro comienza con una frase poderosa de Nahui Olin, tomada de su libro Óptica cerebral. Poema dinámico, fechado en 1922: “Independiente fui, para no permitir pudrirme sin renovarme; hoy, independiente, pudriéndome me renuevo para vivir”,

Creativa, libérrima, audaz, Nahui Olin retó a la sociedad de su tiempo, con sus libros, con su actitud siempre a contracorriente de la moral de la época, con sus desnudos registrados por la cámara de Antonio Garduño o los lienzos de Diego Rivera. El libro contiene fragmentos de las obras de Nahui, de su correspondencia, entrevistas con expertos en su vida y obra, opiniones críticas, recuerdos de su esplendor y su larga decadencia. En el ensayo antologado por Rosas Lopategui en estas páginas, Pacheco escribe: “Metafórica o literalmente Nahui Olin está siempre desnuda. Con la efímera gloria de su cuerpo va por el mundo, posa para Rivera y para el fotógrafo Garduño. Se atreve a mostrar la primera exposición hecha aquí en la que reta a todos con esa desnudez que en las fotos la voracidad del tiempo no ha marchitado”.

Murió en 1978 en la casa donde había nacido, luego de una indigencia de cuarenta años, años terribles de soledad y miseria, de desvarío. Muchos la vieron vagando por las calles de la ciudad donde nació perseguida por una manada de gatos; personas ignorantes de su antiguo prestigio, de su historia que autoras como Adriana Malvido y Patricia Rosas Lopátegui recuperan para todos los interesados en el papel fundamental que ha tenido la mujer en el desarrollo cultural de México, para quienes piensan en esos ojos deslumbrantes que Felipe Gálvez admiró cuando la encontró, ya anciana, convertida en una lastimosa sombra de lo que había sido. Aun esos tiempos, dice Gálvez: “Sus ojazos eran pavesas de fuegos interminables provenientes de su mirada”. Y sus libros, podríamos agregar, son una luz brillante de su inteligencia y su enorme sensibilidad.

AQ

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