La dicha postergada

Crónica

'Una Eva y dos Adanes' ha sido aclamada y censurada por un mismo motivo: la belleza y el talento de Marilyn Monroe.

Fotograma de 'Una Eva y dos Adanes'. (IMDb)
Carlos Martín Briceño
Ciudad de México /

1

     Pero, ¿por qué no podemos ver esa película? reté, intrigado.

     Termina muy tarde y no es para niños de su edad su respuesta fue tajante.

     ¡Pero si es fin de semana! insistí, ante el silencio de mi hermano.

     He dicho que no. Solo tienes diez años. Ya tendrás tiempo de sobra para verla cuando crezcas finalizó, apagando el televisor.

Su intransigencia y la pasividad de mi hermano me pusieron de malas. Me extrañó que nos la prohibiera tratándose de una película que suponía relacionada con la Biblia. Además, era sábado, al día siguiente podíamos levantarnos a la hora que nos diera la gana. Por eso desde la mañana, tan pronto se desvanecieron las barras de color verticales y apareció el locutor en la pantalla anunciando la programación del día, Enrique y yo nos habíamos propuesto verla.

“A las nueve de la noche, en Cine Permanencia Voluntaria, Una Eva y dos Adanes, con Marilyn Monroe, dirigida por Billy Wilder. Película con clasificación C. No se la pierda”.

¿Por qué le preocupaba tanto a mamá que mirásemos algo que tenía que ver con el Paraíso? Abandoné muy molesto la sala y fui directo al cuarto. No me quedaba otra que obedecer. Me metí a la hamaca y comencé a mecerme para que se me bajara el coraje. Ella siempre estaba al pendiente de lo que Quique y yo leíamos o mirábamos en el televisor, pero, ¿qué podía tener de malo verla? Cerré los ojos y traté de dormir. ¿Qué más podía hacer?

A esa edad, ignoraba que la película, aún catorce años después de su estreno en el país, seguía inquietando a muchas familias tradicionalistas mexicanas. Supongo que a mamá le preocupaba escandalizar a sus hijos con algo “no recomendable para niños”, tal como se advirtió durante sus primeras exhibiciones en varias ciudades del sur de Estados Unidos, o peor aún, con una “comedia de maricones”, como la describió la crítica conservadora en España.

¿Qué respondería cuándo le preguntáramos por qué el millonario insistía en casarse con aquel hombre disfrazado de mujer?

¿Cómo iba a lidiar con esas trasgresiones en una época en que los niños acostumbraban ver películas de Lassie, Flipper y las de Disney?

Su verdadera preocupación, ahora lo creo, era precipitar nuestra “pérdida de la inocencia” mirando a la Monroe ligera de ropa y en actitudes llenas de sexualidad. Cuarenta y cinco años después, mientras escribo estas líneas, descubro en la Red que la censura franquista retardó su exhibición en España hasta 1964 por considerarla una película con una “sobrecarga de equívocos, escenas y exhibiciones de clara intención lasciva”. ¿Quién iba a decir que transcurrido medio siglo de su estreno aparecería constantemente en la lista de los mejores filmes de la historia?

2

Siempre me gustó el cine. En la época que transcurrió mi adolescencia no había mucho que hacer en mi ciudad y era una manera fácil de pasarla bien y conectarse con otras realidades. Poco antes de cumplir los veinticinco, empecé a aficionarme cada vez más y más a la pantalla grande. Leía en los periódicos entrevistas a directores famosos, reseñas de películas de festivales europeos, comentarios de críticos especializados y me di cuenta que me faltaba mucho por aprender. En ese tiempo no existía Wikipedia y era prácticamente imposible pensar en la inmediatez de la información de la Internet como ahora la conocemos. Me propuse entonces, con ayuda de revistas y libros sobre el tema, hacer una lista de películas importantes que debía ver. No era fácil, sobre todo en una ciudad como Mérida, desde que había cerrado la legendaria Papelería y Librería La Literaria, donde solían llegar, de vez en cuando, títulos importados de Europa. Apenas había un par de nuevas librerías creadas por gente foránea que competían por abrirse camino en el mercado de lectores de la península yucateca.

Fue en una de ellas donde descubrí un volumen que se volvería significativo para mi afición cinéfila: Las cien mejores películas, de John Kobal, publicado en 1988, donde el famoso historiador británico, mediante una encuesta realizada a un centenar de críticos procedentes de diversos países, había elaborado una lista de filmes que constituía a la vez un recorrido apasionante por la historia del Séptimo Arte. Realizaciones de Bergman, Eisenstein, Chaplin, Buñuel, Fellini, Hitchcock, Welles, Ford, Rossellini, Capra, Kurosawa y otros tantos figuraban en ella. Partiendo de aquella, me dediqué durante meses a buscar en videoclubes las cintas que la integraban. En ese tiempo todavía existía Blockbuster, franquicia gringa que se declaró en quiebra en 2010. Allí, en su sección de “clásicas” encontré varias. En el listado de Kobal, Una Eva y dos Adanes ocupaba el sitio 19, pero nombrada Con faldas y a lo loco, debido a su traducción española. Esta y El maquinista de La General, de Buster Keaton, eran las únicas comedias ajenas a las de Chaplin que aparecían relacionadas y que formaban parte del catálogo que ofrecía la franquicia. Por considerar erróneamente que estaban a un nivel inferior de los dramas y las aventuras y por la cantidad de polvo que tenían encima, no las renté. Así malogré, por segunda vez en el curso de mi existencia, la posibilidad de disfrutar a la famosa rubia en la más celebrada de sus actuaciones.

Algo que llamó mi atención fue que el título original, Some like it hot, había sido cambiado dos veces en lengua castellana. En España para alejarlo lo más posible del original, que literalmente significa “a algunos les gusta caliente” y en el resto del mundo porque el título provenía de un juego de palabras de un humor muy estadunidense.

3

Dejó de llover, había sido un viernes pesado para los dos. Deseaba ir al cine, en un Cinépolis cercano proyectaban la película nueva de González Iñárritu, pero mi esposa se negó, dijo que estaba demasiado cansada. Me pidió que nos quedáramos en casa a tomar una copa mientras mirábamos una película divertida.

     ––Ningún quebradero de cabeza ––rogó ––. Algo para pasar el rato.

     ––Está bien.

     ––¿Y si vemos esta de Marilyn, Una Eva y dos Adanes? ––sugirió, mientras con el control localizaba una que fuera de su agrado.

Ese nombre me catapultó al pasado, a la noche de la frustración. Me recordó las veces que, por las inconsciencias de la juventud, decidí postergar el alquiler de esta misma cinta, teniéndola a la mano. Repentinamente, las palabras de mi madre cobraron sentido. Por fin iba a tener tiempo de sobra para disfrutarla.

     ––De acuerdo ––no oculté mi entusiasmo––. Mi mujer apretó play con el control.

En el momento en que aparece en la pantalla caminando en el andén hacia el tren que la llevará a la Florida, lo entiendo todo. Aquel cautivante contoneo que captura la atención de Tony Curtis y Jack Lemmon también me atrapa. Marilyn, en ese instante, pasa a ocupar un lugar privilegiado en la relación de mujeres hermosas que habitan mi pensamiento. En aquella escena, ni la máquina del tren es capaz de permanecer indiferente a su paso y lanza un chorro de vapor en señal de reverencia. Más tarde, en la parte de la fiesta improvisada que transcurre en el compartimiento de literas del tren, Marilyn, enfundada en un ligero camisón oscuro que contrasta con las albas batas de dormir del resto de las chicas, vuelve a capturar mi atención. Pero el momento en que quedo rendido ante ella, es cuando ocupa el primer plano en la pantalla al frente de la banda de música cantando “I wanna be loved by you”. Esta vez viene de blanco y las lentejuelas de su vestido de gasa transparente han sido colocadas estratégicamente para cubrir la sombra de los pezones. Una Eva y dos Adanes, no me cabe la menor duda, es una película que emana erotismo y en la que Marilyn Monroe demuestra ser una actriz excepcional, más allá de su belleza. Cinta ligera, donde cada situación humorística se resuelve con ingenio. Ahora comprendo por qué ha sido aclamada mundialmente y encabeza la lista de las grandes comedias del American Film Institute. Y entiendo, en cierto modo, por qué la censura, que se ensañó con ella en el siglo pasado, me apagó el televisor antes de que diera inicio su proyección en el canal local aquella lejana noche de 1976.


Este texto forma parte de la antología 'M.M.', preparada por José Luis Muñoz y Gustavo Abrevaya y publicada recientemente en España por la editorial Vencejo Ediciones. Es un homenaje a Marilyn Monroe en el que participan más de 60 autores de España y Latinoamérica, entre los mexicanos se encuentran, además del autor de esta crónica, Mauricio Carrera, Mario Heredia y Fritz Glockner.

AQ

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