Tengo alquilado un departamento en la calle Costanilla de los Ángeles. Los amigos le llaman Toscanilla. Mis vecinos son bastante molestos. El de pared con pared, tiene una voz chillona que suele elevar para que lo escuche el mundo, sobre todo cuando le dice a su pareja “cómo debe ser” y se pone él mismo a manera de ejemplo integérrimo. Cuando al fin se calla, es porque pone la televisión a todo volumen; cuando al fin apaga la televisión, es para poner música también a macrovolumen; reguetón, por lo general. Con poca creatividad, lo apodé el Cacatúa.
Los de arriba no los conozco. Pero también ponen música atronadora. Un género que no sé si se llama club o house. Me llega una percusión monótona que sirve para inyectarse algo y bailar sin ton ni son.
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No me mudo porque sale caro mudarse y, porque vaya uno a donde vaya, siempre habrá vecinos que prefieren el estruendo al silencio. El edificio es antiguo, y me puse a averiguar quiénes habrían sido mis vecinos en algún pasado remoto.
Ahí donde el Cacatúa hace de las suyas, vivía el doctor Ángel de Larra y Cerezo, que murió en 1910. Fue escritor de obras científicas y dirigió la Revista de Terapéutica y Farmacología y La Medicina Militar Española. Fue miembro de número de la Real Academia de Medicina. Fundó el periódico Diario Médico y colaboraba para La Ilustración Española y Americana. Asimismo, editó el Diccionario de bolsillo de medicina. La Biblioteca Nacional de España enlista veintiséis de sus publicaciones, incluyendo una importante historia del periodismo médico, e incluso se guarda parte de su correspondencia. En su discurso de ingreso a la Academia, en tanto hablaba de medicina, citó a Cervantes, Flaubert, Calderón de la Barca, Hugo Grotius, Benito Pérez Galdós… Se casó con la hija del entonces famoso escritor Luis Mariano de Larra, hijo del aún más célebre Mariano José de Larra.
En tiempo remoto, allá arriba de donde llegan las percusiones, vivió don Carlos Apolinario Martínez de Souza, Caballero de la Real y Distinguida Orden de Carlos III, Comendador de la Orden de Isabel la Católica, Auditor de Guerra y Magistrado de la Audiencia territorial. Poca información tengo de él, pero su nombre aparece en la gaceta del ejército cada vez que le daban un ascenso.
Sé que en otro tiempo ahí vivió también la pintora Antonina Vallés, de la que tengo como referencia que presentó una obra para cierta exposición al final del siglo XIX. Un crítico escribió: “¡Bellísimo paisaje! ¡Cuánto sentimiento! Su autora debe estar satisfecha del éxito.”
Con gusto cambiaría mis vecinos del presente por los del pasado, conversaría y me tomaría una botella de vino con ese pasado. Para mis vecinos presentes tengo tapones de oídos 3M, que, a pesar de ser los mejores, no pueden contra una cacatúa.
AQ