Veinticinco millones de fracasados

Toscanadas

Las portadas de los libros de autoayuda hablan de los millones de ejemplares vendidos, pero omiten decir que nadie se volvió triunfador por haberlo leído.

'Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva', de Stephen Covey. (Especial)
David Toscana
Madrid /

Entre la literatura basura destacan los libros de autoayuda. Supongo que las únicas historias de éxito detrás de semejantes publicaciones son las de los propios autores, y que ya está condenado al fracaso quien busca inspiración en ellas. Encontré en casa ajena uno de los libros más leídos de ese género: Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva. Dios me libre de leerlo, y ya me molesta que el título tenga el número 7 y no la palabra siete, pero bastó el índice para darme cuenta de que esos hábitos son obvios. Ahora mismo puedo pensar en ocho, once o diecisiete otros hábitos, pero, claro, tantos hábitos no hacen un bestseller.

Tomé el libro y abrí una página al azar: “Gracias a esta profundización en nuestros pensamientos y al ejercicio de la fe y la plegaria, empezamos a ver a nuestro hijo en los términos de su propia singularidad”. Sin detenerme a pensar qué le ocurría a su hijo, me pareció espantable que al marcar la ruta al éxito hablara del “ejercicio de la fe y la plegaria”. O bien la invitación que el autor hace para “reconocer que la fuente de nuestra necesidad básica de sentido y las cosas positivas que buscamos en la vida son los principios, y personalmente creo que estos principios, así como las leyes naturales, tienen su origen en Dios”.

Así las cosas, ya sabrá cada mediocrazo por qué no es una persona altamente efectiva.

Al fin deja el gurú a dios a un lado y entra en materia terrenal: “Dado que nuestras actitudes y conductas fluyen de nuestros paradigmas, si las examinamos utilizando la autoconciencia, a menudo descubrimos en ellas la naturaleza de nuestros mapas subyacentes”. En fin, la portada del libro habla de los millones de ejemplares vendidos, pero omite decir que ningún fracasado se volvió triunfador por haberlo leído. Habrá que recordar que esos autores no buscan alumbrar el mundo sino vender libros. Si yo fuese un autor de autoayuda, escribiría simplemente una frase: “Si usted pasa de los treinta, trabaja en cualquier hedionda oficina, no habla sino su propio idioma, no ha leído literatura, pasa la vida viendo la televisión y está casado con una mujer a quien nombra ‘mi señora’, entonces resígnese a moverse sin disgusto ni tropiezo entre los cadáveres pavorosos de las antiguas ambiciones, las formas repulsivas de los sueños que se fueron gastando bajo la presión distraída y constante de tantos miles de pies inevitables”.

Dostoyevski pensó en sus sentencias motivacionales cuando estaba por ser fusilado: “¿Y si no tuviese que morir? ¿Y si volviese a la vida? ¡Qué eternidad! ¡Y todo eso sería mío! Entonces yo cada minuto lo convertiría en un siglo, no perdería nada, a cada minuto le pediría cuenta, no gastaría ni uno solo en vano”.

Piense en esto la próxima vez que entregue cerebro, alma y vida a una serie de la pantallita.

ÁSS

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