Vicente Rojo: emblema y variaciones sobre un mismo tema

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Alberto Blanco recuerda la vida y obra del artista, diseñador y editor mexicano, con quien compartió décadas de colaboración y amistad.

Vicente Rojo, 1932-2021. (Foto: Javier García | MILENIO)
Alberto Blanco
Ciudad de México /

A Vicente, no le gustaban los números nones. Creo que no le habría gustado saber con anticipación que dejaría este mundo en el año 2021 a los 89 años —recién cumplidos— de edad. Aunque, bien visto, ¿qué más da? Más aún… ¿qué quiere decir dejar el mundo? Vicente, como todos, no se va a ningún lado. No sólo sus cenizas habrán de seguir en este planeta hasta nueva orden, sino que el recuerdo de su amable persona sigue vivo en muchos que lo quisimos, y su obra seguirá acompañándonos hasta un definitivo desorden.

A lo largo de muchas décadas tuvimos una amistad que permaneció inalterable, y una larga historia de colaboraciones de todo tipo. Escribí para muchas de sus exposiciones, di pláticas y entrevistas sobre su obra, acompañé sus imágenes con poemas e hice libros de poesía acompañados de sus imágenes. Hay libros míos editados por él, carpetas con su obra gráfica y mis textos, portafolios, esculturas, libros de artista hechos al alimón, etcétera.

En el 2014 me hice cargo, con su respaldo y apoyo, de la curaduría de una retrospectiva que se presentó en el CECUT, de Tijuana, titulada Vicente Rojo: Cuaderno de viaje, que abarcaba cinco décadas de trabajo sobre papel. Se inauguró el día en que cumplió 82 años gracias a los buenos oficios de Pedro Ochoa. Y, por amor a los números y en atención a la justicia poética, decidí que la muestra constaría de 82 obras. Vicente estuvo encantado con el número, sobre todo, porque era un número par. En la conferencia previa que ofrecí en el CECUT, dije, palabras más o menos, lo siguiente:

Vicente Rojo es una figura imprescindible en las artes plásticas de México y de Hispanoamérica en los siglos XX y XXI. Baste pensar en la trascendencia de su figura en el campo del diseño para estar de acuerdo en que tiene un lugar de privilegio en la historia de la cultura mexicana. Creo que no exagero al decir que antes de Vicente Rojo, el diseño gráfico en México no existía. Y no quiero decir que no existieran portadas de libros o revistas, sino que se hacían de forma artesanal. Vicente Rojo es el padre fundador del diseño gráfico en México.

Pero no es sólo el diseño gráfico lo que convierte a Vicente Rojo en una figura cenital, sino también, y sobre todo, su labor como artista visual. Además de su trabajo en revistas, libros, diarios, suplementos, etcétera, deja una amplia e inigualable obra pictórica, escultórica y gráfica. Su obra es muy extensa: el fruto de más de 60 años de trabajo. Sostener una labor así, sin detrimento de la calidad y sin bajar el ritmo, no es nada fácil. Un artista cabal, un trabajador infatigable.

Vicente Rojo nació en 1932 en Barcelona, España, pero siempre se consideró un artista mexicano. Durante su infancia, estalló la Guerra Civil Española. A sus cuatro o cinco años, las bombas caían muy cerca de su casa. Vicente y su familia salieron de España en 1949, y llegaron a radicarse en México cuando tenía diecisiete años. Para entonces, ya había pasado su infancia y su adolescencia. Esto quiere decir que hay una parte íntima de Vicente Rojo que tiene más que ver con Barcelona, con Cataluña y Europa, que con el arte producido en México, donde se formó.

A los diecisiete años Vicente Rojo comenzó a estudiar cerámica y otras disciplinas en “La Esmeralda”, y muy pronto comenzó a trabajar. Se formó desde muy joven en las trincheras de las editoriales y tuvo la suerte de contar con dos mentores extraordinarios: el maestro Miguel Prieto, que fue el encargado de todas las publicaciones del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), y Fernando Benítez, zar de los suplementos culturales y las revistas en México.

Desde mediados de los años cincuenta, en sus ratos libres comenzó a dibujar laberintos. El símbolo del laberinto tiene, al menos, dos significados opuestos y/o complementarios: es un camino intrincado, difícil de recorrer, de adivinar y predecir, que dificulta la entrada y protege algo o a alguien; pero también le dificulta la salida. El laberinto expresa muy bien ambos polos en Vicente Rojo. Sé bien que por mucho tiempo estuvo fascinado por dificultar las cosas, hasta el punto de llegar a decir: me gusta que un cuadro mío sea lo más difícil, problemático y hermético posible. Pero sé también que buscó con ansias la apertura, la ligereza y la libertad.

Y no fue sino hasta 1964 en que, por primera vez en su vida, Vicente pudo dedicarse totalmente a la pintura, gracias a una modesta beca que le permitió pintar en Barcelona todo un año. Estaba casado con Alba Cama de Rojo, con quien tuvo dos hijos: Alba y Vicente. A partir de ese año, el encanto de las telas y los pigmentos no habría de abandonarlo nunca.

Vicente Rojo es una figura imprescindible para entender el cambio de las artes visuales en México a mediados del siglo XX. Frente al panorama dominado por los muralistas y la llamada Escuela Mexicana de Pintura, con la famosa —o infame— frase de Siqueiros: “No hay más ruta que la nuestra”, una nueva ola de artistas se abrió paso. Vicente Rojo, Manuel Felguérez, Lilia Carrillo, José Luis Cuevas, Roger von Gunten, Brian Nissen, Fernando García Ponce, Gabriel Ramírez y Arnaldo Coen —entre los principales— dieron señales de un viraje radical en la pintura y en la cultura del país. No por casualidad el nombre que los agrupa —“La Ruptura” — se acuñó en el año axial de 1968, a partir de la muestra titulada precisamente "Ruptura. 1952-1965", que tuvo lugar en el Museo Carrillo Gil.

Desde esa ruptura —y el arte mexicano contemporáneo es impensable sin la Generación de La Ruptura— Vicente nunca volvió al arte figurativo. Sus trabajos se volvieron abstractos desde entonces. El cuadro como construcción pasó a ser una suma contradictoria de destrucciones. Vicente optó por la abstracción para restar, quitar y disminuir; para trabajar con menos y menos elementos; para simplificar. La obra de Vicente Rojo ilustra a la perfección uno de los principios fundamentales del arte: cómo hacer más con menos. Toda su obra madura de está construida básicamente con elementos muy sencillos: puntos, rayas, círculos, cuadrados, triángulos. Podríamos decir que la culminación de este proceso es su famosa serie México bajo la lluvia. Emblema y variaciones sobre un mismo tema.

Vicente Rojo, México bajo la lluvia 106 (1982)

Museo Universitario Arte Contemporáneo


Y es que, una vez que Vicente comenzaba a explorar una idea, no la soltaba hasta lograr exprimirle la última gota. Así, a finales de los años sesenta se dedicó a realizar grandes cuadros con la figura, imagen o tema de la letra T. Más simple no se puede. Hizo casi doscientos cuadros con una T. Llamó a esta serie Negaciones, con la idea de que cada T niega la anterior.

En la gran exposición retrospectiva que tuvo en el Museo de Arte Moderno (MAM) de México en 1996, tuve oportunidad de aquilatar a fondo su modus operandi. Vi la exposición antes de que se montara en el museo; luego la volví a ver el día de la inauguración. Después, fui solo a verla de nuevo. Y, finalmente, Vicente me pidió que fuéramos a verla juntos. La recorrimos solos, viendo con mucha atención cada pieza y comentándolas sobre la marcha. Por primera o quizás segunda vez en mi vida, lamenté no haber tenido una grabadora conmigo para registrar la conversación, porque, en realidad, fue un recorrido por toda su historia siguiendo un orden cronológico.

Cuando nos despedimos en el estacionamiento del museo me quedé allí pensando si valdría la pena intentar reconstruir la conversación. Regresé al museo con la intención de hacer el recorrido una vez más para recordar todo lo que habíamos hablado, pero justo antes de volver a entrar me dije: “No, no tiene ningún sentido, lo que fue, fue. Este fue un regalo que nos dimos el uno al otro y, como muchas cosas en la vida, ya se esfumó”. Como dicen los huicholes: “pan pa’Dios”. A otra cosa.

Regresé a casa y di por terminada la aventura. Pero me desperté a medianoche con una necesidad imperiosa de volver sobre la conversación y decidí recordarla. Al día siguiente hablé con Vicente y le dije: “No lo vas a creer, pero me pasé gran parte de la noche escribiendo nuestra conversación”. Me respondió: “¡Estupendo! Envíamela, quiero leerla”. Entonces le dije: “Pero he escrito muy poco”. “¿Cuántas páginas?”, “No sé… serán como veinte páginas”. “¡Veinte páginas! No puede ser… ¡mándamelas ya!” Cuando terminé de reconstruir nuestra conversación tenía yo más de noventa páginas. Se las envié, y creo que nunca estuvo realmente convencido de que yo no llevaba una grabadora.

Frente a una de sus piezas, de la serie Señales, de repente, y como si hubiese yo adivinado el título del lienzo, me detuve: la pieza se titula “Señal detenida”. La contemplé por mucho tiempo sin decir nada. Y tras un largo silencio, y sin aviso previo ni censura, grité:

     —Carajo, Vicente, ¡qué absurda es la pintura!

     —¡Sí, claro! Sí, a veces me dan ganas de dejar todo esto y de dedicarme a criar perros.

     —Te entiendo perfectamente.

     —Sí, un criadero de perros y lo demás al diablo.


Vicente Rojo, Sin título (1972)

Museo Universitario Arte Contemporáneo

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