Víctor Benítez fotografía la intimidad de los escritores

Entrevista

Treinta imágenes de autores mexicanos y españoles conforman la exposición Cartografía íntima. Habitaciones literarias en la librería Rosario Castellanos del FCE.

El fotógrafo mexicano Víctor Benítez mira por la ventana de su departamento en CdMx. (Foto: Ángel Soto | Laberinto)
Ángel Soto
Ciudad de México /

Emmet Gowin concibe la fotografía como “una herramienta para tratar con cosas que todos conocen, pero a las que nadie presta atención. Mis fotografías —dice— pretenden representar algo que ustedes no ven”. El trabajo de Víctor Benítez (Xalapa, 1991) también puede insertarse en esa lógica. Durante los últimos dos años y medio, ha retratado a decenas de escritores —mexicanos y extranjeros— con la aspiración de capturar su intimidad más allá de la literatura.

“Es muy importante para mí evidenciar que, antes que escritores, son personas. A veces perdemos el piso y los vemos como una especie de seres tocados por Dios, pero todos hacen su vida: cocinan, llevan su ropa a la lavandería, sacan al perro, ven Netflix…”, cuenta Víctor en entrevista.

Treinta de sus fotografías conforman la exposición Cartografía íntima. Habitaciones literarias, que acoge la Galería Luis Cardoza y Aragón de la Librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica hasta el 30 de noviembre.

Dice Antonio Muñoz Molina que existen dos tipos de artistas: los sedentarios y los viajeros. Benítez pertenece, sin duda, al segundo grupo. Después de fotografiar en México a una Margo Glantz que contempla su vieja Olivetti, a un Xavier Velasco sonriente detrás de un bigote envidiable, a un Alberto Ruy Sánchez con los brazos abiertos al cielo y a un Juan Villoro en una imagen de composición inmejorable (“sentado frente a su mesa vacía, con su gato a la espera de un buen consejo”, como apunta Elena Poniatowska), se embarcó en un viaje por Europa, de donde volvió sólo después de haberse metido a la casa de 40 autores. “Y no fue suficiente”, se lamenta.

"El fanatismo es la inseguridad de no saber tanto": Víctor Benítez. (Foto: Ángel Soto | Laberinto)

El suyo es un proyecto de vida con “intención meramente artística”. Cuenta que a pesar de que al inicio aspiraba simplemente a lograr una imagen satisfactoria, pronto comprendió que el alcance de sus fotografías bordeaba también la promoción lectora; son otra forma de llegar a la literatura. De ahí que la prioridad de Víctor radique en humanizar a los autores, explorar sus sensibilidades, “hablar de sus intereses, de sus gustos, de cómo les gusta el café. Eso es lo que hace humano a un retrato”.

“Evito mucho las fotografías que tienen bibliotecas de fondo, porque los hacen ver todavía más intelectuales. Vemos a los escritores como gente que sabe muchísimo más que uno, entonces la admiración se convierte en una especie de miedo a no ser ellos. El fanatismo es eso: la inseguridad de no saber tanto”.

En el texto curatorial que da la bienvenida al visitante, Elena Poniatowska escribió que a Benítez “no le importa pasárselas negras con tal de sentarse a la derecha del dios de la fotografía mexicana: don Manuel Álvarez Bravo”.

“Es un gran saco que ponerse, pero no me queda todavía. Y no sé si me va a quedar”, confiesa con modestia. “No me comparo en ningún sentido con la fotografía de Álvarez Bravo o de Graciela Iturbide. Con lo que sí me siento identificado sobre ese comentario es que está muy claro el tipo de foto que quiero hacer: una foto que logre sobresalir en este mar de imágenes que vemos constantemente”.

¿Cómo destacar en una era saturada de materiales audiovisuales? Hay que tener claro qué se busca y qué no.

“A mí me gusta que exista una narrativa del porqué. La misma fotografía debe hacer que te preguntes qué estaba sucediendo en ese momento, cuál era la situación entre el fotógrafo y el hecho que se fotografió”.

Son más de cien escritores los que han pasado, hasta ahora, frente a su lente, pero en el mapa literario de Víctor Benítez siempre se echará de menos a los autores que murieron antes de ser congelados en el blanco y negro que identifica su estilo. Uno de ellos es su coterráneo Sergio Pitol, a quien encontraba con frecuencia en la mesa de algún café veracruzano, pero jamás halló la ocasión de ponerlo frente a su cámara.

“Lo vi una semana antes de que falleciera. A Laura, su sobrina, le pedí permiso para retratarlo. Me dio la oportunidad de ir a saludarlo, pero me pidió no tomar fotos. Por respeto a su imagen no lo retraté”, cuenta Víctor con cierta melancolía.

“Pero fue una fotografía para ti”, le sugiero. “Sí, fue una foto para mí”, asiente, mientras se le revela en el rostro un gesto esperanzador.


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