La solución viene más abajo, pero primero enuncio el problema, pues es real y nos afecta a todos, y aunque sus consecuencias son molestas, serias y duraderas, paradójicamente no lo detectamos, solo sufrimos sus efectos.
Me refiero a la falta de contacto con la Tierra.
Sucede que la vida es un fenómeno determinado por movimientos de cargas eléctricas en las células (la famosa “energía vital” a la que se refieren muchas tradiciones, ahora tan desafortunadamente vulgarizada y simplificada), lo cual se extiende a todas las partes del cuerpo, haciéndolo actuar como un gran contenedor de electricidad estática que requiere de la existencia del suelo para completar el circuito y llegar a tierra. Si esto parece extraño, basta recordar las inesperadas y molestas chispas que muchas veces surgen al tocar algún objeto metálico grande en los días secos, pues normalmente estamos aislados eléctricamente del suelo por los zapatos, los muebles y los pisos, y es entonces cuando las diferencias de potencial eléctrico se nivelan intempestivamente.
Entre todas las especies terrestres somos la única ya sin cercanía con el suelo, no obstante que la evolución nos preparó disponiendo una gran concentración de terminales nerviosas en la planta de los pies. La falta de equilibrio eléctrico causada por el nulo contacto cotidiano con la Tierra tiene efectos nocivos sobre el bienestar y la salud, y existen investigaciones experimentales que la ligan con ciertos dolores y enfermedades crónicas, dificultades para dormir, y con esa generalizada sensación de fatiga que casi caracteriza la vida moderna, separada por completo del suelo natural.
La superficie del planeta es una fuente natural de electrones libres, antioxidantes por definición, y por la naturaleza misma del funcionamiento celular que sostiene la vida —respiración, calor corporal, digestión, etc.—, el cuerpo aislado tiene un exceso de átomos carentes de un electrón (conocidos como radicales libres), lo cual los vuelve altamente reactivos y desestabilizadores de las moléculas a su alrededor porque éstas generan entonces reacciones en cadena para “atrapar” los electrones recién perdidos. Este continuado ciclo orgánico en búsqueda de equilibrio eléctrico produce inflamación crónica en los tejidos y caracteriza una buena parte de las molestias y enfermedades.
Hay una solución sencilla al problema que sin duda a todos nos afecta, a unos más, a otros menos, pero nadie escapamos de sus efectos.
Para restablecer el balance electroquímico es conveniente (y agradable) pasar al menos unos minutos al día con los pies descalzos sobre la tierra; tal vez no resulte muy fácil —más aún si se vive en un edificio—, pero las múltiples ventajas de la cercanía con el suelo bien ameritan el esfuerzo. Aunque tan solo sea algunas veces a la semana (lo ideal es diario), podríamos hacernos el propósito de pasar media hora o más caminando, o sentados o acostados, con la piel en contacto directo con el pasto, la tierra o la arena húmeda. Tal vez se pueda sacar una silla y sentarse a leer un rato, o jugar con los hijos o el perro, o simplemente estar allí platicando, sentados en la tierra desnuda y con los pies descalzos, como dice la Shakira.
Cuidado, desafortunadamente, los usuales paseítos por el campo o por el jardín enfundados en zapatos o tenis con suela de hule o plástico nos mantienen igual de aislados como si estuviéramos en el dieciochoavo piso de un edificio, y en términos de equilibrio eléctrico no nos sirven de nada. ¿Por qué no mejor convertirlos en experiencias completas de beneficios para la salud?: relajación, caminata, aire limpio, contemplación de lo verde, e igualmente la fundamental conexión con la Tierra. ¡Quítese los zapatos!
Estamos entonces hablando de pisar honestamente un pedazo de tierra real, es decir, de suelo físico sin revestimiento de ningún tipo, aun si no tiene pasto: de ése que si le escarbamos lo suficiente salgamos a China por el otro extremo. Pruébelo. Además, es placentero; pongamos los pies en el suelo.
Al respecto, recomiendo ver este sitio (en inglés).
Conexión a la Tierra
El inicialmente extraño asunto de mantener cercanía con la Tierra recién descrito es realmente valioso, y sus efectos benéficos se comienzan a ver y sentir en un plazo que va desde unos pocos días hasta posiblemente dos o tres meses, dependiendo de cada individuo.
Sin embargo, para que la acción antioxidante de la “transfusión” de electrones libres de la Tierra hacia el cuerpo realmente funcione, uno debe mantenerse aterrizado durante lapsos de al menos media hora seguida, según mediciones clínicas reportadas, y por ello lo más conveniente es dormir toda la noche de esa forma, pues es justo la fase durante la cual el organismo activa sus prodigiosos mecanismos de limpieza y recuperación.
Como a nadie se le ocurriría salirse a pernoctar al jardín (si acaso tuviera uno), a continuación van dos propuestas prácticas para lograr algo equivalente, es decir mantener una nula diferencia de potencial respecto a la Tierra. Aunque lo ignoremos, en el cuerpo aislado de tierra hay cargas eléctricas que producen un potencial de aproximadamente 200 volts por cada metro por encima del suelo —es el caso de nuestros brazos y cabeza—. Es un hecho medible, comprobable y real: no quedamos electrocutados porque se trata de electricidad estática, pero sí saltan chispas cuando en un día seco de repente tocamos un objeto metálico o a otra persona; el voltaje es de tal magnitud que produce un pequeño destello y un molesto toque eléctrico; todos lo experimentamos en forma cotidiana, y de esas cargas eléctricas hablamos aquí.
Método 1: raro, simple y efectivo
Aunque suene como una extravagancia propia de lunáticos, uno puede en efecto aterrizarse luego de instalar una barra para tierra (son de cobre, de unos 50 cm de largo y todos los electricistas lo saben hacer; no es ninguna cosa rara o extraña, y las venden en las ferreterías). Se entierra en el jardín o en cualquier sitio donde haya acceso directo a la tierra. En el extremo libre se le fija un cable sencillo, para exteriores. Ese cable se mete a la casa o al cuarto, aunque quede en un segundo o tercer piso, clavándolo a la pared con grapas (eso es justamente lo que un electricista hace todo el tiempo). Si es necesario, también se perfora un agujerito en la pared con un taladro para meterlo a la casa. Ya dentro de ella, ese extremo se fija al tobillo o a la muñeca mediante un electrodo de los que se usan para los electrocardiogramas, o a una pulsera antiestática que se consigue en cualquier tienda de electrónica. Muy pronto uno se acostumbra a dormir así; me consta porque lo he hecho en forma cotidiana, y esta es una invitación a probarlo también.
Parece cosa de locos... pero no lo es; es todo lo contrario, y podría ayudar a dormir y respirar mejor, roncar menos o disminuir dolores y molestias, incluidas las de muchas mujeres cada mes (SPM) y algunas contrariedades de la menopausia. También reduce la hiperactividad en los niños.
Hay que "desconectarse" si hay tormenta con truenos o rayos cercanos.
Método 2: menos raro, más simple y más cómodo, pero con costo
Entrar al sitio www.earthing.com o similares (y en Amazon o Mercado Libre, por ejemplo, hay también otras opciones) y comprar el kit que venden para dormir aterrizado: se trata de una sábana especial conductora de electricidad, hecha de algodón y entretejida con delgados hilos de plata. Esa sábana (media sábana, en realidad, para los pies, aunque igual puede usarse en todo el cuerpo) se conecta a tierra mediante un cable especial incluido; puede ir a la barra recién descrita, o bien acoplarse a un contacto de pared certificadamente aterrizado, de esos donde se enchufan los conectores de tres patitas. Ninguna preocupación: por dentro el cable solo toca el conector de tierra y queda por completo aislado de la corriente eléctrica de la casa, y además tiene un dispositivo protector especial para el remoto caso de cortocircuitos.
PERO eso solo funciona si la casa cuenta con los modernos enchufes polarizados y aterrizados correctamente, lo cual es también muy fácil de verificar empleando un probador de tierra.
Conviene igualmente desconectar la sábana cuando haya tormenta con truenos o rayos cercanos.
No existe mejor forma de descargar esa contaminación electromagnética cada vez más extendida que permea nuestro cuerpo todo el tiempo, causada por fuentes emisoras demasiado cercanas (torres de celular, TV y radio), además del ahora casi íntimo contacto de los teléfonos celulares con la piel. Los posibles beneficios en mucho rebasan los pequeños inconvenientes de establecer la conexión con la Tierra.
Quedamos más que invitados a ejercer —y gozar— el gran regalo del cotidiano contacto directo de los pies descalzos con el pasto o la tierra; ojalá también aceptemos la desinteresada propuesta de adoptar alguno de los dos métodos para dormir en cercanía con nuestro planeta.
www.glevineg.com
AQ