Con un enorme chaquetón para su gelatinoso abdomen y pantalón holgado que remarcaba sus elefantinos movimientos, el sexagenario vocalista entonó “Disappointed”, uno de los hits que en 1989 colocó en el Billboard con su banda PIL, y de solo verlo tan cerca (en distancia entre gayola y escenario) y tan lejos (en años, experiencia, historia) era imposible no esbozar una irónica sonrisa: ahí estaba John Lydon, Johnny Rotten, el Sex Pistol que muchos escuchamos siendo niños todavía, que compramos sus discos y leímos de él y sus compinches en revistas y biografías autorizadas o desautorizadas, que indagamos un poco más sobre su difunto colega Sid Vicious y la malhadada Nancy, que vimos documentales y emisiones sobre el punk y seguimos comprando discos y más discos y que, en fin, si alguien, un día cualquiera de aquel tiempo nos hubiera dicho que íbamos a verlo en vivo quizá lo habríamos tomado por zascandil o engañabobos pues era improbable que un tipo con aparente vocación de kamikaze llegara a una edad provecta, y encima, que se mantuviera activo.
Ese era, sí, Lydon/Rotten, ahora un viejo gordo, postpunk e inconsecuente: a decir verdad, los tracks que interpretó con PIL en el concierto de Ciudad de México ya no suenan rebeldes, no saben a desafío, parecen más un ronquido pop que una estridencia de anarquía. Pero es que Lydon no fue ni es anarquista, recuerdo mientras lo veo cantar, porque declaró una vez que aquello de “Anarchy in the U.K.” solo fue una jugarreta mental para la clase media y, en efecto, sigo rememorando, Lydon/Rotten es un lenguaraz, es contradictorio: dice y se desdice, es olvidadizo a conveniencia. Por ejemplo, en su autobiografía La ira es energía (publicada en español por Malpaso), al deliberar sobre la responsabilidad de los cantantes, suelta: “No puedo resistirme a los desafíos. Puede que sea muy duro para mí, pero siempre que pueda arriesgarme a caer en la humillación y la degradación total y absoluta, me lanzaré de cabeza. Así es la vida, una sucesión de retos formidables y en absoluto estoy hablando de vender mi alma ni de escurrir el bulto ni de negar mi pasado, mi presente o mi futuro. Estoy hablando de una dimensión metodológica. Una manera de expresar mi mensaje, sea cual sea, de diferentes maneras”. Y vaya que lo ha hecho. En un principio, Lydon se pronunció en contra del brexit por simbolizar la nostalgia del aislamiento victoriano pero al saber el resultado, defendió la salida del Reino Unido de la Unión Europea con dientes y uñas con el patético argumento de que él pertenece a la clase trabajadora. Para adornar su insólito entusiasmo, ensalzó al político y comentarista pro–brexit Nigel Farage (el que emprendió una batalla náutica con Bob Geldof en el Támesis a propósito del mismo referéndum), y cómo olvidar las discretas alabanzas a Donald Trump (dijo que es “un felino entre pichones”) y acusó al “ala izquierda” de los medios de “inventar” que el magnate es un racista. Nota al pie: Lydon es ciudadano estadunidense desde 2013.
Pero, en fin, que ahí estaba Lydon/Rotten tocando “This is not a love song” y sudando a mares, y yo pienso que si alguien, un día cualquiera de otras décadas me hubiera dicho que iba a verlo en vivo lo habría tomado por zascandil y engañabobos pues era improbable que un gamberro de afición suicida llegara a ser un saco de grasa viejo, postpunk e inconsecuente, mas el futuro siempre nos agarra por sorpresa.