La noche del viernes 13 de noviembre de 2015 ocurrieron en París los peores ataques terroristas en la historia moderna de Francia. Ciento treinta muertos y más de 400 heridos, la mayoría jóvenes, fue el saldo de los ataques reivindicados por el Estado Islámico (EI). Esa noche, despejada, agradable, lugares como la explanada del Estadio de Francia, en cuyo interior jugaban un partido amistoso las selecciones francesa y alemana, el restaurante Le Petit Cambodge, los bares Comptoir Voltaire, Le Carrillon y Le Belle Equipe, y sobre todo la sala de conciertos Bataclan, donde tocaba la banda californiana Eagles of Death Metal, fueron escenarios de terror y muerte cuando fanáticos del EI los tomaron por asalto, disparando indiscriminadamente sobre los parroquianos para luego “hacerse saltar por los aires” activando sus cinturones explosivos. Entre los terroristas sobrevivió uno, Salah Abdeslam, porque al final se arrepintió de suicidarse.
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Entre septiembre de 2021 y junio de 2022, en el Palacio de Justicia, en París, se llevó a cabo el juicio contra catorce acusados de participar —en distintos grados— en la masacre. Tres con cargos leves comparecían en libertad y once eran llevados desde la prisión. Esos días en el tribunal, narrados semanalmente por Emmanuel Carrère en sus colaboraciones para la revista L’Obs, son la base de su nuevo libro: V13. Crónica judicial, publicado por la editorial Anagrama con un posfacio de Grègoire Leménager.
“V13 es puro Carrère: el ritmo trepidante, la claridad expositiva, la exploración sin red de los recovecos humanos… Un esfuerzo notorio por ponerse en el lugar del otro. Pese a lo dramáticos del proceso, hay pocos sentimientos siniestros y mucha humanidad y trascendencia”, escribió Marc Bassets en El País. Y es cierto, en el libro se escuchan muchas voces: de víctimas, familiares de los fallecidos, testigos, policías, fiscales, abogados defensores, y desde luego de los acusados. En este coro, descrito con precisión por Carrère, quien pocas veces recurre a metáforas o analogías para concretarse a los hechos de por sí estremecedores, las historias se suceden sin pausa; el autor cuenta lo que ve y lo que escucha. Por ejemplo, los primeros 22 segundos de una grabación de dos horas, 38 minutos y 47 segundos en el Bataclán. Pocos querían escuchar más, aunque una chica que estaba en el Bataclan se inconforma. Un policía con más de veinte años de carrera, dice temblando: “Lo que ustedes no han oído, las 2 horas, 38 minutos y 25 segundos restantes, lo transcribió un agente, palabra por palabra, ruido por ruido, disparo a disparo, 258 detonaciones en ráfagas y después tiro a tiro durante los primeros 32 minutos”. No es posible imaginar los días y las noches de ese agente después de asomarse al infierno de la sevicia de los victimarios y a los gritos, el miedo y la desesperación de las víctimas. Pero Carrère no juzga, solo expone y eso vuelve más intenso y conmovedor su relato.
Durante el juicio sale a relucir la vida de los jóvenes musulmanes radicales que aceptaron suicidarse para darle una lección a Occidente, sus trabajos, sus familias, su manera de ser, sus viajes a Siria, sus contradicciones, la manera que fueron fraguando el plan para formar un convoy de la muerte desde Bruselas, donde radicaban, hasta París. También la ineficacia o desidia de la policía belga que pudo haber desarticulado el plan de los terroristas o el odio y el racismo desplegados por la policía francesa para capturar a dos sospechosos, baleando un edificio entero con familias inocentes dentro.
Puro Carrère en este libro, dice Marc Bassets, y así es: es una lección de periodismo, de humanidad, de conocimiento profundo de lo que escribe, sin descartar las sorpresas que provee el azar, como cuando el terrorista Abdeslam dice en el Palacio de Justicia: “No sé si las víctimas me guarden rencor pero yo les digo: no dejen que el rencor las asfixie. Hay mucha oscuridad en esta historia, pero también hay una luz que brota”. Sus palabras, escribe Carrère, le parecieron a la vez sinceras y honestas.
AQ