San Ambrosio tiene un tratado sobre la virginidad. Cuenta cosas que requieren de obstinada meditación para entenderlas: “Cristo es virgen y esposo de virgen, y si se admite la frase, diré que es esposo de la castidad virginal, porque la virginidad es propia de Él y no al revés”. Exagera un poco cuando clama: “¡Tan admirable cosa es la virginidad, que hasta los mismos leones la veneran!”. Y entregado a la espontánea especulación agrega: “Pero si quieren mayor alabanza de la castidad, les diré que hace ángeles; y con esto lo he dicho todo; pues quien la guarda es ángel, y quien la pierde, demonio”.
Su contemporáneo, San Juan Crisóstomo, echa por delante falacias especuladas antes que verdad revelada: “La virginidad es algo tan grandioso, y requiere tanto esfuerzo, que cuando Cristo bajó de los cielos para convertir a los hombres en ángeles y sembrar la vida celestial en la tierra, no se atrevió a imponerla ni a dictar una ley sobre ella”.
También en aquellos tiempos, San Agustín, famoso por sus aventuras carnales, califica la virginidad de “laudabilísima” y sentencia que: “La integridad virginal y el abstenerse de todo trato carnal, fruto de la continencia que nace de la piedad, es participación en la vida angélica y anticipo en la carne corruptible de la incorrupción perpetua”. Esto debe funcionar mejor que un “no”, pues si andando alguien caliente y ríase la gente, la otra persona le dice: “Participemos mejor en la vida angélica y salvemos nuestras carnes de la corrupción”, a cualquiera se le baja el fervor.
Santo Tomás, el santo que no es san, al igual que Santo Toribio o Santo Torcuato, para que no se les confunda con irreales Santo Más o Santo Ribio, o Santo Rcuato, dedica varios artículos al asunto. En el más interesante cuestiona si la virginidad es la mayor de las virtudes. Apoyándose en sus maestros responde que el martirio y el estado monástico son más grandes que la virginidad. Curioso, pues debe de ser gran martirio el estado monástico con castidad.
Fray Luis de Granada tiene una sabrosa Guía de pecadores, en la que no evita el tema de marras. Dice que “entre todas las batallas de los cristianos, las más duras son las de la castidad”. Recomienda que “cuanto más sientes que pasa ligeramente el tiempo, tanto más te conviene vivir castamente; porque muy miserable es la hora del deleite, en la cual se pierde vida que dura para siempre”.
La carne siempre ha sido tema predilecto de los moralistas; pero moralmente no tiene importancia: que cada quién disponga. Si uno lee los tratados de estos doctores de la fe, es Santo Tomás de Aquino quien busca dar respuesta a la duda que en verdad nos inquieta a todos: si los ángeles comen y van al baño.
AQ