En su noveno libro De architectura, Vitruvio se muestra asombrado por los “honores tan extraordinarios” que se les rinden a los deportistas y porque “al volver victoriosos a sus propias ciudades, sean conducidos como triunfadores en una cuadriga”.
Pasa a preguntar: “¿Qué utilidad ha proporcionado a la humanidad que Milón de Crotona resultara invicto en todas sus competiciones?, ¿qué provecho han prestado otros muchos vencedores si no es el disfrutar de la fama entre sus conciudadanos mientras vivieron?”.
Agrega que “no deja de admirarme que no concedan honores similares, o aún mayores, a los escritores, que aportan innumerables beneficios a todos los pueblos y a lo largo de los tiempos”.
Por muy famoso que fuera Milón de Crotona en sus días, hoy se le recuerda por dos cosas: por el modo en que murió y por la chocolatosa bebida Milo, pues así se escribe en inglés y se pronuncia Máilou, aunque en griego se escribe Μίλων y se dice Mílon. Fue un luchador fortachón que cargaba toros, sostenía techos y, para beneplácito de quienes apetezcan, luchaba desnudo. Un buen día en el bosque se topó con un árbol rajado a medias por una cuña. Al sacar la cuña se le quedaron atrapadas las manos. Muy pronto vinieron unos lobos a comérselo.
Vitruvio se lamentaba porque él no gozaba de tanta fama y privilegios como un atleta, sin embargo hoy tenemos olvidados a casi todos los diestros del pancracio, y a Vitruvio lo siguen leyendo las mentes curiosas de muchos ámbitos, salvo en las facultades de arquitectura; y aun quien no lo haya leído debe de conocer el Hombre de Vitruvio, de Leonardo da Vinci.
La memoria que conservamos de algunos ganadores olímpicos de aquellos tiempos no se debe a sus gestas deportivas, sino a las proezas poéticas de gente como Píndaro y Baquílides. No hay otra memoria de aquel pasado sino la que nos legaron los hombres de letras.
Tal como Pausanias nos legó la historia de Arraquión, que “cuando luchaba por el olivo silvestre con el contrincante que le quedaba, quien quiera que fuese éste, cogió a Arraquión, lo sujetó con sus pies y oprimió al mismo tiempo su cuello con las manos. Arraquión rompió uno de los dedos del pie de su contrincante, pero expiró estrangulado; y el que estranguló a Arraquión se dio por vencido al mismo tiempo por el dolor del dedo. Los eleos coronaron y proclamaron vencedor al cadáver de Arraquión”.
También el cadáver del pugilista Creugas fue declarado campeón cuando su rival, violando el fair play, lo “golpeó con los dedos estirados bajo el costado, y con la ayuda de las uñas y la fuerza del golpe, agarrando las entrañas, las rompió arrastrándolas hacia afuera”.
Las hazañas de un deportista son efímeras. Acaso permanece el relato de sus hazañas.
AQ