Vlady: un pintor total | Por Avelina Lésper

Casta diva | Opinión

El artista ruso-mexicano siguió siempre a su instinto, desde la técnica al lenguaje, tan lejanos de las vanguardias de su momento.

Vladimir Victorovich Kibalchich Rusakov, conocido como Vlady, pintor ruso-mexicano. (Foto: Patricia Aridjis)
Ciudad de México /

Pintor, fugitivo, rebelde y obsesionado técnico, alquimista anarquista que buscaba fórmulas antiguas para sus lienzos. Acompañó a su padre, el trotskista Viktor Serge, en ese eterno exilio que fue el final de su vida. Desde esa infancia rodeada de la violencia política, Vlady observa su realidad y la dibuja, y la deposita en un detallado diario emocional y creativo de su vida desde Rusia hasta México. En la exposición del Museo de San Ildefonso en la Ciudad de México, podemos ver los dibujos, lienzos y murales en donde Vlady creó su propia leyenda.

La iconografía de Vlady se reúne como su trayectoria, a pesar de sus ideas comunistas y de plasmar en algunas pinturas retratos de Lenin o Marx, no hizo arte político literal y obvio, fue un pintor simbolista. Sus ideas políticas y humanistas se resumieron en una iconografía personal que gestó con la mitología grecolatina, con decisión se separó del Realismo Socialista, y se dejó llevar por sus pesadillas, pasiones y esperanzas perdidas. Las revoluciones de Vlady suceden en la pintura misma, no en la política. Da la impresión que su “comunismo” era una secta oscura y olvidada, una religión muerta.

Recurre a la tragedia griega, Edipo y el recuerdo de su madre están presentes en varias obras: Edipo sentado en una silla de carne, cuerpo amorfo: Vlady sentado en su madre. Jerjes es serpiente marina, violenta se azota contra el mar. En esa unión de la Historia con los mitos, todo es ficción, es el pretexto para la pincelada descomunal de sus murales, para esa libertad de una danza, la soltura y la experimentación. Vlady fallaba y repetía, pareciera que el fracaso lo incitaba, rehacía varias veces ciertas obras, con un apego que le impedía abandonarlas.

Vlady fue un pintor total, no siguió tendencias, siguió a su instinto, sus obras son tan personales, desde la técnica al lenguaje, que están lejos de las vanguardias de su momento. Cuando el arte comenzó el desprecio por las técnicas y muchos pintores mediocres se hicieron famosos, Vlady siguió investigando en el temple al óleo, en las técnicas de Rembrandt.

Dibujaba encima de sus libros de arte, copiando una Virgen de Murillo o un escorzo de Miguel Ángel, son verdaderos libros de artista, no como esas manualidades ociosas que ahora se llaman así y no sirven ni como arte, ni como libros.

Hoy que está tan de moda el arte panfletario, ramplón y oenegero, es increíble que se vea a Vlady como “pintor comunista”. Sus obras son muy complejas en su iconografía, sin la obviedad vulgar que se vende como arte. Deberían llevar a las escuelas de arte para que aprendan lenguaje y dominio del formato, Vlady viajó sin problema de sus cuadernos a la gran proporción del muralismo.

La exposición es exhaustiva en su documentación y obras. Los curadores, Araceli Ramírez y Claudio Albertani, tienen pasión y conocimiento de la obra de Vlady. La museografía es impecable. Es una de las mejores exposiciones de este año, y más teniendo en cuenta la “austeridad” a la que estamos sometidos.

AQ

  • Avelina Lésper

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