Entre el amor y el fuego

Cine

Más que una película, 'La voz humana' de Pedro Almodóvar es arte visual.

Tilda Swinton en 'La voz humana', de Pedro Almodóvar. (Cortesía: Cine Caníbal)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

Luego de su etapa simbolista, Jean Cocteau se incorporó a los surrealistas, pero terminó por volverse tan despreciado por ellos que se dice que aparecieron en tropel durante el estreno de su monólogo La Voix humaine y le gritaron: “farsante, eres incapaz de aceptar tu condición homosexual”. Y sin embargo Cocteau se volvió Cocteau, un ser a la altura del deseo. Igual que Almodóvar quien acaba de estrenar en YouTube y en Casa Caníbal La voz humana, pieza de arte basada en un libreto de Cocteau que ningún amante de las bellas artes puede dejar de ver.

Cuando llegó a Madrid, Almodóvar era un muchachito de futuro incierto. Con grandes aspiraciones, pero pocas posibilidades de volverse un artista como Cocteau (irreverente, exquisito, dandy). Y, sin embargo, deseaba. Así lo demuestra el hecho de que La Voix humaine, el monólogo más famoso del francés, aparezca una y otra vez en toda su obra. Efectivamente, su espíritu está en La flor de mi secreto, en La ley del deseo y por supuesto en Mujeres al borde de un ataque de nervios, que resulta, en muchos sentidos, la apropiación total del espíritu de Cocteau. Donde quiera que hay, en la filmografía de Almodóvar, un amante adolorido aparece, detrás, la mujer enloquecidamente enamorada de La Voix humaine.

Hay que decir, por otra parte, que más que una película, esta obra de Almodóvar es arte visual. Y es que hay en ella un aire, un aliento de viejo pintor renacentista. En aquellos años, por ejemplo, se aconsejaba a los aprendices: “¡copia, copia, copia hasta que encuentres la perfección!” Almodóvar lo ha hecho. Desde que era un aprendiz hasta hoy que es, sin duda, un maestro. Por supuesto, la “copia” de Almodóvar no tiene nada que ver con la vulgaridad de quien, falto de imaginación, medra con el trabajo ajeno. El español se ha adueñado de los grandes directores del cine hasta volverse, por mérito propio, uno de ellos, pero no uno más. Por eso al libreto de Cocteau (tan manoseado) Almodóvar ofrece elementos que no aparecen ni en el texto original ni en la ópera de Poulenc ni en la versión de Rossellini en la que, hay que decirlo, sí que hay algo que ha decidido robar: un perro que sirve al director manchego para solucionar un final que Cocteau no hubiese podido prever.

Con estos nuevos elementos Tilda Swinton puede medirse con quienes, antes que ella, han interpretado a esta mujer. Estamos hablando de divas del tamaño de Anna Magnani, Sofía Loren y la mezzosoprano Jane Rhodes. Nada más. Pero ¿cómo no iba a inspirarse Swinton si Almodóvar consiguió que le prestaran un vestido de Balenciaga para trabajar con él? No se trata de un asunto menor; el Balenciaga es uno de los dos elementos que otorga a la película de Pedro Almodóvar el carácter operístico que se merece este texto. El otro es el fuego. Se dice que alguna vez entrevistaron a Cocteau y le preguntaron: ¿si el Museo del Prado estuviese ardiendo, qué obra salvaría usted? Parece que Cocteau respondió: “el fuego”.

Con fuego y un Balenciaga, con Almodóvar y un libreto que ya es clásico, Tilda Swinton no necesita más para entregarnos una de las interpretaciones más lúcidas de su carrera. Porque, en La voz humana también ella, como el personaje de Agrado en Todo sobre mi madre, se convierte en su propio deseo: en una actriz que trasciende todo lo que significa ser una “chica Almodóvar” para transformarse en una artista capaz de construir con una vieja historia de desamor una nueva historia de amor. Y de amor luminoso. Justamente porque brilla con fuego.

La voz humana | Pedro Almodóvar | España | 2020

AQ

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