La autobiografía de Woody Allen, Apropos of Nothing (A propósito de nada), es un testimonio divertidísimo que ofrece material de interés para distintos tipos de lectores. Se puede leer como el ameno retrato interior de los profesionales de la comedia norteamericana de la época gloriosa del stand-up, así como de los hacedores del cine estadunidense desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días. También es, en tono de comedia de enredos y malos entendidos, el diario de un seductor, que estuvo envuelto sentimentalmente con tantas y tan bellas mujeres, entre las que se cuentan bellezas prístinas y locuaces de Hollywood, como Mía Farrow y Diane Keaton. También es un cuento de hadas con altas y bajas sobre el éxito, escrito por uno de los cineastas más prolíficos y premiados, por uno de los músicos de jazz menos dotados pero más persistentes, y por un mago en ciernes.
- Te recomendamos Enfrentarse a uno mismo: reclusos, solitarios, confinados Laberinto
Creo que hay más ternura y amor en Apropos of Nothing de lo que se espera de un cómico cínico como Woody Allen. Entre ingeniosas bromas y juegos de ideas deslumbrantes, se agradece la escritura pulcra y refinada del testimonio generoso de un hombre que hoy, a sus 84 años de edad, se levanta todos los días para escribir y reescribir historias durante buena parte de las horas del día, tal como ha hecho desde que era un muchacho que buscaba, ante todo, divertirse.
Yo me acerqué a este libro pensando que Woody Allen sólo era un cineasta, y de los buenos, pero no podía haber estado más equivocado: sobre todas las cosas que Woody Allen ha anhelado ser, ha sido desde el principio un escritor perfeccionista de gran imaginación. Tal vez debí haberlo sospechado echando un ojo a los premios Oscar: de los cuatro que le han ofrecido (aunque nunca ha ido a recoger), tres de ellos han sido por mejor guion original: Annie Hall (1978), Hanna y sus hermanas (1987) y Medianoche en París (2012). Pero ha sido nominado en esa categoría 10 veces más.
No hay manera de explicarse por qué una empresa como Hachette, la editorial que poseía los derechos, decidió en el último momento no publicar este libro literaria y testimonialmente estupendo que, desde el punto de vista comercial, es oro puro. No me lo explico en términos legales y, mucho menos, morales. En todo caso, tras los alegatos que aluden comportamiento impropio en su vida personal, desde mi punto de vista, la inmoralidad fue de la editorial Hachette, ya que decidió censurarlo sin pruebas; mandarlo a la hoguera de la Inquisición de los libros prohibidos por el simple rumor de lo políticamente correcto.
Para aquellos que no estén al tanto de los hechos, trataré de hacer una escueta síntesis: Mia Farrow (mujer culta y refinada, proveniente de la realeza hollywoodense, quien ya tenía siete hijos, tres biológicos y cuatro adoptados) y Woody Allen fueron pareja por 13 años (y 13 películas), aunque nunca vivieron juntos y nunca se casaron. Juntos adoptaron a una niña (Dylan) y concibieron un varón (Satchel).
Para 1992, cuando Dylan tenía casi siete años y Satchel casi cinco, la pareja se separó abruptamente debido a que Woody Allen comenzó una relación sentimental (que persiste al día de hoy) con la joven mayor de edad Soon-Yi, hija adoptiva de Mia Farrow y su pareja anterior, el director de orquesta André Previn. Fue entonces, durante el alegato de custodia de los dos menores, Dylan y Satchel, ante la Suprema Corte de Justicia de Nueva York, que Mia Farrow acusó a Woody Allen de haber abusado sexualmente de Dylan.
Dos investigaciones especializadas (una de seis meses por parte de Yale-New Haven y otra de 14 meses de Servicios Sociales de NY) no encontraron pruebas al respecto. El juez Elliot Wilk determinó que no hubo abuso sexual a la menor, pero también que se le negaba de manera absoluta a Woody Allen cualquier contacto con Dylan y Satchel.
Instantes de la relación de Allen y Soon-Yi | (Archivo)
Pasaron las décadas, y cuando el frío invierno neoyorquino parecía haber exterminado las uvas de la duda, una ramita de vid fortalecida surgió entre el hielo. El 1 de febrero de 2014, Nicholas Kristof publicó en su columna del diario The New York Times extractos de una carta en la que Dylan (ya una mujer de 28 años) relataba el supuesto abuso sufrido por parte de su padre adoptivo (con el que por cierto jamás volvió a tener contacto), basándose en los pocos recuerdos reales y aquellos construidos a lo largo de veinte años, como secuela de una investigación en extremo traumática para una niña. Una semana después, Woody Allen escribió su respuesta, puntualizando datos verificables en torno a su inocencia.
Al margen de esta historia, durante 2017, la revista The New Yorker y el diario New York Times publicaron una serie de reportajes en torno al abuso sexual de que habían sido objeto varias artistas de Hollywood por parte de productores y directores, lo cual abrió la puerta para que muchas mujeres, artistas de distintas disciplinas, se sintieran apoyadas para por primera vez confesar a través del hashtag #MeToo que también habían sido víctimas de abuso. Fue tan importante y original esta iniciativa, que el año siguiente uno de los premios Pulitzer de periodismo, el correspondiente al tema de “Servicio público”, fue otorgado de manera conjunta a estos dos medios informativos por su cobertura del tema, la cual derivó de manera indirecta en el juicio y la condena penal en contra del productor Harvey Weinstein. Los periodistas premiados fueron Jordi Kantor y Megan Twohey, por The New York Times, y Ronan Farrow, por The New Yorker.
Ronan Farrow es Satchel, ese hijo que Woody Allen no pudo volver a ver desde que tenía casi cinco años, cuyo segundo libro (Depredadores. El complot para silenciar a las víctimas de abuso) es editado por el grupo editorial Hachette. Fue gracias a la presión ejercida por Satchel, y a que los empleados de la editorial se manifestaron en contra de la publicación del libro de un supuesto abusador sexual, que se decidió no publicar Apropos of Nothing.
Estamos ante un caso de censura del arte bajo el amparo de lo políticamente correcto. Se han dicho infinidad de cosas horribles sobre Woody Allen desde que se desató este asunto, salpicadas de buenas intenciones, tramposas imprecisiones y francas mentiras. Si atendemos a los hechos verificables, de ser culpable, él ya estaría en la cárcel por haber cometido el que yo considero el más atroz de los crímenes: abusar de un menor, pero ni siquiera fueron suficientes las pruebas presentadas en el alegato de custodia de sus hijos para establecer contra él una acusación formal.
Mia Farrow, Woody Allen, Dylan y Ronan, en enero de 1988 | (Vía Getty)
Tras varias páginas de Apropos of Nothing explicando por qué Woody Allen no se considera a sí mismo un gran artista, en comparación con dos de sus mayores ídolos: el cineasta sueco Ingmar Bergman (con cuyo fotógrafo Sven Nykvisty trabajó en varias ocasiones) y el dramaturgo norteamericano Tennessee Williams (autor de la que para él es la más grande obra teatral jamás escrita: Un tranvía llamado deseo), Woody Allen hace un recuento de las mujeres que han colaborado en sus películas:
“Del lado positivo, entre la influencia de Bergman y Williams, he escrito muchos papeles femeninos, incluso algunos bastante jugosos. Para ser un tipo vapuleado por los fanáticos del #MeToo, mi récord con el sexo opuesto no está nada mal.
“Mi representante de prensa, Leslee Dart, un día me hizo notar que en cincuenta años de hacer cine, y trabajar con cientos de actrices, he propiciado 106 papeles de actriz principal con 62 nominaciones para las actrices, y jamás ha habido ninguna insinuación de comportamiento impropio por parte de ninguna de ellas. O de ninguna de las extras. O de ninguna de las dobles. Además, desde que somos independientes de los estudios, he dado empleo a 230 mujeres como jefes del equipo detrás de cámara, sin mencionar a mujeres editoras y productoras, y todas han sido remuneradas con el mismo sueldo que los hombres”.
Penélope Cruz escucha a Woody Allen durante la filmación de A Roma con amor | Foto: Angelo Carconi (AP)
Fin de la digresión
Cuando se anunció que el Apropos of Nothing no sería publicado, el célebre autor de best sellers de horror Stephen King declaró a través de Twitter:
“La decisión de Hachette de soltar el libro de Woody Allen me inquieta. No es por él; no me importa un comino el Sr. Allen. Es quién será el siguiente en ser amordazado lo que me preocupa”.
Claramente Sthepen King, como autor, ve un peligro en la censura y el linchamiento de un libro tras el escudo de la ilusión de lo políticamente correcto sin pruebas. Algunas de las películas más recientes de Woody Allen, como Día lluvioso en Nueva York, actualmente no son distribuidas en Estados Unidos por este tema.
“Fin de la digresión —como bien se apunta en el primer tercio de Apropos of Nothing—, y si no he perdido su interés por completo, volveré al tema principal de este libro: la búsqueda de dios por parte del hombre, en un inútil y violento universo”.
- Te recomendamos El legado de Lee Miller Laberinto
Por fortuna lo que tenemos aquí es un gran libro que, página a página, habla por sí solo, revelando los secretos de un artista que nunca ha perdido el objetivo principal de disfrutar y divertirse con lo que hace más que cualquier otra cosa en el mundo. Cuando se enteró de que había sido elegido para recibir el premio Príncipe de Asturias, Woody Allen en un principio lo rechazó, tal como hizo cuando Federico Fellini, uno de los mayores genios del cine, le telefoneó a su habitación de hotel en Roma, porque pensó que se trataba de una broma. Cuando le llamó un funcionario de la realeza para decirle en tono de pánico que recibiría el Príncipe de Asturias en la misma ceremonia que Arthur Miller y Daniel Barenboim, dos gigantes de la cultura universal, la respuesta de Woody Allen no fue la de un monstruo sediento de gloria y poder: “Ve, le digo que debe tratarse de un error”.
Los momentos más gloriosos de Woody Allen, los que narra en Apropos of Nothing con mayor elocuencia y placer, no son los premios ni las exitosas producciones de ganancias millonarias, sino las colaboraciones con amigos suyos, como Mickey Rose y Marshall Brickman.
“Toma el dinero y corre —su segunda película, de 1969— fue un guion que escribí con mi viejo amigo de escuela y compañero de equipo de beisbol, Mickey Rose. Nuestra amistad se remonta a la secundaria Midwood, donde los dos soñábamos con jugar en las ligas mayores y salíamos al campo de beisbol en verano sin importar lo sofocante que estuviera el calor, a batear pelotas, torear elevados y fildear roletazos. Tan solo nos deteníamos cada pocas horas para correr a la tienda de la esquina por unas malteadas de chocolate. Mickey no tenía disciplina, pero sí un sentido del humor lunático, totalmente original. Su idea de una buena broma era ir por todas oficinas de los empresarios del espectáculo, agentes y gerentes, en Nueva York y siempre dejar por ahí una lata de atún sin que nadie lo notara. Podía provocarle una risa histérica imaginar a los empresarios reuniéndose para almorzar y que uno de ellos dijera: ‘Me pasó algo curioso el otro día: encontré una lata de atún en uno de los cajones de mi escritorio’. ‘Qué coincidencia’, diría un segundo empresario, ‘yo encontré una en mi silla’. ‘Yo también’, diría un tercero. Pero para entonces Mickey ya estaría revolcándose de risa en el suelo con lágrimas rodando sobre sus mejillas”.
Evoqué claramente a este par cuando vi recientemente Toma el dinero y corre. Para salir de prisión, a Virgil, un maleante sin suerte ni vocación, le ofrecen probar en él una medicina nunca usada en humanos. Uno de los efectos secundarios que experimenta es convertirse momentáneamente en rabino. No pude evitar imaginar a Woody Allen y Mickey Rose sufriendo un ataque de risa incontrolable ante el absoluto desconcierto de todos los presentes.
“He sido nominado a numerosos premios Oscar —recuerda Woody Allen en esta autobiografía—. La noche de la ceremonia yo estaba tocando jazz en Nueva York. Recuerdo haber interpretado Jackass Blues, una pieza que King Oliver hizo famosa. Utilicé esta presentación como una escusa, pero no habría ido de todas maneras. No me gusta la idea de los premios en aspectos artísticos. Las piezas de arte no fueron creadas con el propósito de competir, sino para expresar una comezón artística y, con suerte, entretener. No estoy interesado en el pronunciamiento de ningún grupo sobre cuál es la mejor película del año, o el mejor libro, o el artista más valioso. No quiero meterme en eso ni gastar en ello la cinta de mi máquina de escribir, porque entonces tendría que convencer a ese grupo, cambiarlo y alimentarlo. Es suficiente decir que la noche del Oscar toqué blues lo mejor que pude, me fui a casa, me metí en la cama y, a la mañana siguiente, en la primera página del Times me enteré que había obtenido cuatro premios Oscar, incluyendo el de mejor película (por Anie Hall). Reaccioné como cuando escuché la noticia del asesinato de Kennedy: pensé en ello por un minuto, luego me terminé mis Cheerios, me senté frente a la máquina de escribir y me puse a trabajar”.
De manera personal, después de leer las 400 páginas del libro, suscribiría lo que declaró la editorial Arcade Publishing, cuando se apresuró a publicar Apropos of Nothing una vez que la había rechazado intempestivamente Hachette:
“En estos tiempos extraños en que a menudo la verdad se califica de fake news, como editorial preferimos dar voz a un artista respetado en vez de hacerles caso a quienes intentan silenciarle”.
ÁSS