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Tengo enfrente a dos hombres que requieren incentivos mínimos para iniciar una conversación. Les basta un feliz incidente del entorno para entablar una charla que muy pronto alcanza alturas portentosas.
Hace unos momentos, luego de sortear algunos problemas técnicos, Juan Luis Arsuaga —escritor, paleontólogo y director científico del Museo de la Evolución Humana de Burgos— se conectó a la videollamada en la que ya lo esperábamos el narrador y periodista Juan José Millás y yo. Antes que su rostro, la cámara enfocó un destello cegador proveniente de la ventana a sus espaldas.
—Te vemos como si fueras un santo, rodeado de haces luminosos —le dijo Millás.
—Mi santidad durará poco, ¿eh? —reviró Arsuaga con voz pícara.
Millás y Arsuaga son coautores de una trilogía fenomenal sobre las tres pilastras de la existencia. Primero indagaron en la naturaleza humana —por qué somos como somos y cómo es que estamos donde estamos. Pero también: ¿qué hace la naturaleza humana en su mejor estado?—. Luego bucearon en las honduras de la muerte —¿se puede desactivar ese tránsito? ¿Es posible revertir la vejez? —. Su golpe final es una exploración de aquello que nos separa del resto de las especies: la conciencia.
La conciencia contada por un sapiens a un neandertal es un libro al que no escapan los flirteos con la ciencia ficción, las especulaciones filosóficas, los hechos neurocientíficos y las digresiones exquisitas sobre la tecnología, el dolor o la percepción. Sobre todo, la paciencia erudita de Arsuaga y el humor astuto de Millás. El pragmatismo del científico y las dudas existenciales del novelista.
La santidad de Arsuaga me alcanza para formular la primera pregunta. Apenas termino de enunciarla, la dupla echa a andar un intercambio que parece la continuación del diálogo que comenzaron en el papel. Intuyo que así transcurrirá el resto de la conversación y convengo en que es pertinente participar tan solo lo necesario. De modo que en la conversación que estás por leer, se han omitido las preguntas. Serán Millás y Arsuaga —“el tándem más brillante de la literatura española”, según la prensa ibérica— quienes divagarán entre las bambalinas de este proyecto mancomunado.
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Desaprender para aprender
Millás: En mi caso, tuve que desaprender ideas previas y prejuicios. Mi ignorancia estaba aferrada a ellos para darme seguridad. He sido un lector febril de textos científicos, y estaba seguro de que tenía conceptos muy bien aprendidos. Por ejemplo, yo creía que sabía qué era la evolución. Digo como ejemplo, porque creo que todo el mundo de determinada cultura cree saberlo.
Arsuaga: Lo que sucede es que los grandes descubrimientos de la ciencia van en contra del sentido común, son antintuitivos.
Millás: A mí me ha sorprendido que amigos míos, después de haber leído el primer libro donde se habla de la evolución, dicen: “Caramba, yo creí que lo sabía”. Todos creemos que sabemos lo que dijo Darwin, porque tenemos una cultura general en la que eso se presupone.
Intuición vs. ciencia
Arsuaga: Si haces una encuesta en España, yo creo que el 99 por ciento de la gente pensará que en verano es cuando la Tierra está más cerca del Sol, y en invierno es cuando está más lejos. Pues es justo al revés: en verano es cuando España está más lejos del Sol, y en invierno es cuando está más cerca, porque la Tierra tiene una órbita elíptica, y el Sol ocupa uno de sus focos. Esta cosa tan simple sirve para demostrar la dificultad de la comunicación científica, puesto que va en contra de lo que nos parecería lógico.
Millás: A propósito de esto que dices, Arsuaga, yo me acuerdo de un momento fundacional de mi existencia. Era yo muy crío, tendría unos 9 años, y recuerdo que un profesor en el colegio le preguntó a la clase: “¿Dónde hace más calor, abajo o arriba de una montaña?”. Y, claro, todos respondimos que arriba de la montaña, porque estábamos más cerca del Sol. Entonces, él nos explicó que no, porque allí arriba no había atmósfera, no estábamos protegidos por ese abrigo. Aquello me dejó pensando en cómo nos engaña la intuición.
Arsuaga: Claro, nos engaña constantemente. Para mí, el mejor ejemplo de cómo la intuición nos engaña es el de las estaciones. Si preguntas por la calle a la gente, incluso a la que lo ha estudiado, prácticamente lo desaprende y vuelve al sentido común. Entonces, todo el mundo te dirá que en verano estamos más cerca del Sol. Parece lógico, pero no es así. Todos los descubrimientos desafían la lógica. Hay un diseñador que tiene un libro que dice: “Piensa al revés”. Eso está muy bien, porque si piensas como los demás, llegarás al mismo sitio. Y eso expresa el método científico. Los descubrimientos científicos siempre son locuras. Por otro lado, la ciencia tiene una ventaja: una vez que se descubre, es evidente. Todos los experimentos de la ciencia, una vez propuestos y entendidos, nos hacen decir: “¿Cómo no se me habría ocurrido a mí?”.
Millás: Funciona como las novelas policíacas. Cuando finalmente conoces al asesino, dices: “Claro, si desde la página uno estaba claro”.
Arsuaga: Millás, este es un experimento que podrías hacer: darle a ChatGPT una novela de Agatha Christie, menos el último capítulo. No sé si descubriría al asesino.
Millás: No sé si ha llegado ahí, si seguiría la misma lógica o una óptica distinta.
Arsuaga: A lo mejor corregiría a Agatha Christie…
Millás: A lo mejor, porque, finalmente, todos los asesinos de Agatha Christie son intuitivos.
Tecnología y adaptación humana
Millás: Es increíble que, estando todo diseñado para engañar a nuestros sentidos, nos podamos mover por el mundo sin tropezar con las puertas.
Arsuaga: Porque a nivel de mundo, funciona. Nuestro sentido común está ajustado a nuestra supervivencia. Funciona para sobrevivir. Un humano, por ejemplo, no necesita ver el espectro ultravioleta como un insecto. Nuestra lógica está ajustada a nuestra supervivencia.
Millás: Hombre, yo quiero pensar que si extrajésemos a un humano del siglo XXI y lo colocáramos en la prehistoria, sería adoptado por un grupo salvaje de humanos prehistóricos. Sería el chamán del grupo.
Arsuaga: Estamos menospreciando nuestras capacidades. El cerebro humano tiene una plasticidad increíble. Somos capaces de adaptarnos. Piensa en que mi abuelo, por ejemplo, nació antes del primer vuelo de los hermanos Wright. Él vio al ser humano llegar a la Luna en el lapso de una vida. Pasó de no ver ninguna máquina voladora a utilizar habitualmente el avión. Somos tan buenos adaptándonos, que hemos asimilado la desaparición del dinero sin ningún problema. Tengo una hija en Londres que me dice que no se acuerda de la última vez que utilizó un billete. La desaparición del dinero es prodigiosa.
Millás: Es que la gente como yo no viene del siglo XX, sino del XIX.
Arsuaga: ¡De la Edad Media, casi!
Millás: Hemos visto llegar la nevera que fabricaba hielo, la radio de transistores y la televisión. Y ahora mismo estoy hablando hasta México y con Arsuaga, cada uno desde su habitación. Ahora, por ejemplo, yo estoy fascinado con la inteligencia artificial, porque resuelve muchas cosas. Hace no mucho, cuando quería documentarme sobre algo, me tenía que levantar varias veces de la silla, coger la Enciclopedia Espasa o algún libro que se me había olvidado… Ahora está todo a mano con el ChatGPT. Nunca expresaré con suficiente claridad la sorpresa que me produce la corrección con la que habla el ChatGPT. Si los políticos se hablaran con esa corrección, sería fantástico. Pero esos cambios se ven en el larguísimo plazo. Es como cuando nos preguntamos de qué manera nos ha modificado el hecho de pasar del bolígrafo a la máquina de escribir o al ordenador. Por ejemplo, hay gente que habla de “novelas de ordenador”, porque parece que el teclado permite un flujo de conciencia que no permitía la máquina de escribir. Evidentemente, cuando se escribía con un instrumento que tenías que afilar cada dos por tres, no se podía inventar en flujo de conciencia. Ya no digamos cuando se escribía tallando en piedra.
Arsuaga: Hay que hacer un elogio al cerebro: ¡Pero qué pedazo de cerebro! Lo metaboliza todo.
Millás: En esto de las pantallas yo sólo veo un fallo. Todo pasa a través de ellas: vas a ver a tu madre al hospital y está conectada a una pantalla, lees una carta o ves una película en una pantalla. Es como comerse el postre en el mismo plato de las lentejas y sin haberlo limpiado.
Arsuaga: Luego vas a un concierto de Bruce Springsteen y también hay pantallas. Yo voy al teatro para curarme de las pantallas.
La condición humana: ¿Qué es y cómo cambia?
Millás: Arsuaga, ¿cuándo empezó la condición humana? ¿Cuándo nos convertimos en humanos?
Arsuaga: Es una pregunta muy buena. Podríamos preguntarnos también, a lo largo del desarrollo fetal, en qué momento dejamos de ser un embrión y nos convertimos en una persona. Porque “persona” es un concepto moral, no biológico. Eso se aplica también a la evolución. No vamos a encontrar nunca un momento exacto en el que empezó la condición humana.
Millás: Cuando hablas de la condición humana, te refieres más a cuestiones de orden psicológico que biológico, ¿no?
Arsuaga: No necesariamente. Por ejemplo, la invención de la escritura no es un cambio biológico, sino cultural.
Millás: Eso sí, porque no es como el lenguaje, que sí está en nuestra capacidad biológica.
Arsuaga: El lenguaje oral es una comunicación simbólica por medio de signos. Asignamos determinados sonidos a significados específicos.
Millás: Pero cuando hablas de la condición humana, parece que te refieres a cosas eternas, inamovibles, que nunca cambiarán en el ser humano. Siempre citamos a Shakespeare cuando hablamos de la condición humana. Decimos: “En Shakespeare están todas las pasiones”. ¿Y todo eso no ha cambiado a lo largo de los siglos? ¿Hemos cambiado biológicamente, pero no hemos cambiado mentalmente? ¿Qué es, entonces, la condición humana?
Arsuaga: Somos una especie como todas las especies, con sus características. La condición del murciélago es diferente de la condición humana. Lo que distingue al ser humano actual de los murciélagos se puede establecer.
Millás: Vale, de momento.
Arsuaga: A escala geológica, a una escala temporal de cientos o miles de años, no hay cambios sustanciales. Hay cambios tecnológicos, pero leyendo las crónicas de la conquista de Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, no tengo ninguna dificultad para identificar a todos los personajes. Sus acciones, sus motivaciones, son perfectamente comprensibles para mí. Si coges el Gilgamesh, que es la primera historia escrita, lo entiendes perfectamente. Coges la Biblia, que tiene más de 2 mil 600 años, y no hay ningún problema para entenderla. Podrás estar de acuerdo o no, pero las historias que cuenta, ¿no son plenamente vigentes? Dentro de 300 mil años puede haber cambios, pero a una escala de pocos miles de años no es posible que se produzcan grandes cambios en la biología humana.
ÁSS