Al comparar el inicio con el final del periodo de entreguerras, Stefan Zweig escribe en El mundo de ayer: “La conciencia moral del mundo todavía no estaba tan agotada ni desalentada como lo está hoy, aún reaccionaba con vehemencia, con la fuerza de una convicción secular, ante cualquier mentira manifiesta, ante toda violación del derecho internacional y de los derechos humanos”.
Rob Riemen, en su famoso libro, habla de que la nobleza de espíritu “es el gran ideal”, “es la encarnación de la dignidad humana”, es la esencia de la educación humanista, es un elemento inseparable de la libertad. Sin embargo, el libro se titula Nobleza de espíritu, un ideal olvidado.
- Te recomendamos Del adiós a Neruda Laberinto
Sobre ese tema, Riemen habla de que Walt Whitman “tiene la mayor confianza en el pueblo de los Estados Unidos”. Sin embargo, al respecto yo conozco un artículo de prensa en el que Whitman declara que pese a admirar las hazañas de los hombres valientes que ganaron la guerra de independencia a la madre patria, “esperaba ver algunos restos de esa nobleza de espíritu en sus habitantes de hoy, pero no hallé ninguno”.
La idea de que vamos perdiendo virtudes en el camino es muy vieja. Ya la leemos en un cónsul romano de 300 años antes de Cristo. “Lo que era odioso para los hombres de antes: la cobardía, la vulgaridad, la malicia, la habilidad sin escrúpulos, la osadía ante todo y la desobediencia a los mejores, ahora se ensalza, y a los hombres corrompidos les parecen virtudes admirables”.
Podemos hacer una larga antología de “a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor”. Es evidente que el ser humano cambia, y no siempre para mal, pero sí con altibajos. En los tres ejemplos que mencioné, es posible que nos atraiga ser valientes, ostentar una convicción secular y poseer nobleza de espíritu, pero ya dice Sócrates que las virtudes no caen del cielo, se han de practicar. Si la nobleza de espíritu viene con el humanismo, entonces hay que ponerse a leer.
Los tres grandes despertares de la humanidad: la Grecia clásica, el Renacimiento y el Siglo de las Luces, nacieron en los libros y la reflexión. Las tres dormiciones se han originado en la credulidad y el miedo.
Pero esto cambia según el punto de vista. Para las religiones, los moralistas y los cataclísmicos, la credulidad y el miedo son valores; mientras que los estudios liberales son malignos.
Cuando miro hacia el pasado veo cosas muy deseables, y en el presente cuento muchas indeseables. Pero aun asimilando la nostalgia de Zweig, no me gustaría vivir en 1911 o 1923. Por más que despotrique contra los tiempos que me tocan vivir, estoy condenado a ser mi contemporáneo, aunque no de forma pasiva, pues cada día moldeo mi propia contemporaneidad, que no es igual a la de usted, querido lector.
AQ