Las películas de Jonathan Glazer son más estridentes que rotundas. A pesar de los premios y nominaciones que ha conseguido en su breve producción como cineasta (cuatro largometrajes), en contraste con su larga trayectoria videoclipera para bandas como Massive Attack, Blur, Jamiroquai, Radiohead y UNKLE o los cortos y trabajos que ha hecho para TV, hay algo en el estilo narrativo de este director inglés que no alcanza el impacto que se propone.
Hagamos a un lado Sexy Beast (2000) y Reencarnación (2004), cintas diseñadas para el mainstream hollywoodense. La primera sobre un mafioso retirado que acepta un último trabajo que sale mal; la segunda acerca de una guapa viuda cuya existencia se trastorna al reencontrarse con su marido muerto, solo que resucitado en un niño de diez años. Violencia y melodrama, géneros siempre taquilleros.
Ahora volvamos sobre la idea inicial, aquello de que sus cintas son más estridentes que rotundas. Y es que, nueve años después de su segundo proyecto, Glazer decidió “adaptar” la novela Under the Skin, de Michael Faber (finalista del Premio Whitebread en 2000) e hizo una versión más que libre de la obra sci–fi de Faber, de la que únicamente tomó, digamos, el armazón, para recrear las correrías de un alien disfrazado de una chica seductora que abducía a autoestopistas para exportarlos como platillo delicatessen a su planeta. Y claro, todo el mundo puede inferir que una adaptación no es, y nunca será, una puesta en escena apegada irrestrictamente al texto original, pero quien vea la cinta antes de leer la novela, se quedará con una idea no nebulosa ni incompleta, sino equívoca, del relato primigenio. En el caso de Under the Skin, el guion escrito por Walter Campbell y el propio Glazer, dejan fuera múltiples detalles que revisten a la novela de Faber con una puntillosa y desternillante crítica a la sociedad y sus valores, en la que cohabitan todas las patologías sociales, y la ácida diatriba a las políticas clasistas y xenófobas, y las prácticas rapaces del capitalismo empresarial.
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El 19 de mayo de 2023, Jonathan Glazer estrenó mundialmente en Cannes La zona de interés. Martin Amis murió ese mismo día. “Basada” en una de sus novelas más polémicas, la versión fílmica de Glazer, al igual que Under the Skin, deja fuera casi el total de los elementos que con maestría, Amis utilizó para ensamblar un relato complejo, satírico y oscuro de la condición humana: en los alrededores del campo de concentración de Auschwitz, los oficiales del Tercer Reich se dan la gran vida en residencias adaptadas a gran lujo. Ahí conviven, intrigan, se embriagan, tienen amoríos y explotan a los prisioneros, laboral o sexualmente. Ahí todos sacan provecho de sus jerarquías o de sus atractivos, incluidas las esposas de los nazis y los sonders (presos de confianza, tipos que para salvar el pellejo no solo sirvieron sino que colaboraron con sus verdugos) pues ese suburbio opulento que solo se ensucia con los humos de los crematorios, es el mundo ideal. Ahí están los bienes y el acceso a los placeres que en una vida ordinaria jamás habrían tenido.
En La zona de interés, Amis retrató el alma del mezquino, el ventajoso, el conspirador, pero sobre todo, el del animal indiferente al crimen propio y el dolor ajeno, pues en el centro del relato se hallan las pasiones: el amor y los celos, el deseo y la insatisfacción. Golo Thomsen, el oficial seductor; Szmul, el sonder, y el comandante Paul Doll, se disputarán la amorosa y deseable anatomía de la esposa del último, Hanna, mientras al otro lado de la barda, los esclavos languidecen de hambre, frío, torturas, enfermedad y esperan a la muerte con indecible sufrimiento.
La película de Glazer deja fuera a dos personajes clave: Thomsen y Szmul. Se concentra únicamente en los Doll y su inconmovible bienestar. La vida grata a las puertas de la atrocidad.
Estridencia pura, como la banda sonora que la adorna, la adaptación de Jonathan Glazer le hizo un flaco favor a la majestuosa novela de Martin Amis.
AQ