Recuerdo cierta noche de mi infancia. Mi madre había asistido a una posada del IMSS, donde ella trabajaba. Ya estábamos encamados mi hermano y yo. Ella llegó a la habitación y nos contó muy contenta que habían estado todos bailando una música que comenzaba lenta, y poco a poco se iba acelerando. Nos bailó un poco. Se trataba de la famosa pieza que Mikis Theodorakis compuso para Zorba, el griego.
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Nunca vi la película, por suerte. Pero con el paso de los años fue aumentando la tentación de leer la novela, lo cual hice hará unos tres años. Mejor la hubiera dejado cerrada en el librero. El narrador es un supuesto intelectual, pero resulta un bobalicón que no sabe disfrutar la vida. Kazantzakis presenta a Zorba como uno de esos maravillosos filósofos egresados de la escuela de la vida, pero me pareció un pesado. En ningún momento los diálogos entre ellos llegan a tener una dimensión artística, humana o filosófica como los intercambios entre don Quijote y Sancho.
En el clímax de su sabiduría, Zorba dice cosas así: “La vida es como la tía Bubulina. Es vieja, ¿no?, y sin embargo, no carece de atractivos. Sabe ciertos trucos que te hacen perder el seso. Cerrando los ojos, imaginas apretar entre los brazos a una mocita de veinte años. ¡Y tiene veinte años, te lo aseguro, viejo, cuando estás entusiasmado y apagaste la luz!”.
O perogrulladas como: “La vida del hombre es una ruta que va a ratos cuesta arriba y a ratos cuesta abajo”.
Sobre las mujeres, se hace el sabio sabiendo poco: “La mujer sólo piensa en eso, te aseguro; es una criatura enferma, melindrosa. Si no le dices que la amas y que la deseas, llora. Puede que ella, a su vez, no te desee, y hasta es posible que le asquees, y que esté decidida a decirte que no. Pero ésa es otra historia. Cuantos la ven tienen que desearla”.
Y llega al soez desatino de sugerir que les gusta que las violen: “Asaltaron las casas y se llevaron a las mujeres. Al principio lloraban, las muy zorras, se arañaban y arañaban; pero poco a poco se iban domesticando, cerraban los ojos, y acababan por chillar de gusto… Mujeres, ¡vaya!”.
La novela tiene el truco de los diálogos platónicos: un hombre argumenta ante un personaje pasivo, y así luce como sabio. Eso lo vemos con frecuencia en la política: el funcionario de mayor rango dice babosadas y los subalternos se mostrarán admirados ante tanta sabiduría.
Quizás el propio Kazantzakis pensó en los diálogos platónicos, pues la novela comienza: “Me encontré con él por vez primera en El Pireo. Había bajado yo al puerto para embarcarme con destino a Creta”. Y la República de Platón arranca así: “Ayer bajé al Pireo, junto a Glaucón, hijo de Aristón, para hacer una plegaria a la diosa”.
Sócrates dijo saber que no sabía nada; Zorba cree que sabe lo que no sabe. Sócrates me ha enseñado mucho; Zorba, nada.
AQ