Dirán ustedes que esta página debiera llamarse Personajerío, porque Leda y su ave favorita son personajes imaginados por algún poeta, es decir, que no son personas tangibles y visibles y oíbles, pero el mundo se arma de muchas maneras y hay autores que tratan a uno y otro de los dos reinos sin fijarse en cuál es vaporoso y flotante y cuál pesa con su carga específica en el espacio que tenemos la costumbre de llamar realidad, pues la gran cantidad de autores de ficción puede ser que no distinga, al menos en el momento de levantarlos en sílabas, unos de otros. Y así es como yo escucho el monólogo de Leda, entre las líneas de agua de la escritura.
- Te recomendamos Eugenio Olmedo: vagabundo Laberinto
Una aclaración: hace más años de los que me atrevería a fijar la fecha, Alberto Gironella, el pintor que acostumbraba usar la “escuela española” para alterarla en flotaciones mitológicas que solo él comprendía, me regaló una imagen de Leda. Tal imagen, hecha de dibujo en tinta china, de acuarelado y de óleo, estaba dedicada, o por dedicar, a otra persona que nunca la recogió, y una noche de vino, sardina y pan, me la regaló. Yo a veces la contemplo, creo que con la misma emoción de la primera vez, y escucho su carta hablada:
—Soy la mujer o la diosa o el monstruo de tu mundo onírico. Soy Leda, la zoológica heroína de una epopeya puramente lírica que has edificado en torno a mí. Y, si no fuese demasiado pretencioso de tu parte, hay que creer que las envolturas míticas y místicas con que la levantas del plano de los sueños es enteramente tuyo, puesto que tú serías el cisne que la cubre haciéndole el amor. Soy tu Leda, entonces, y después de acariciarte tan largo rato que habré perdido la noción del tiempo, tú supones que estás poseyéndome, como si fuese solo la reencarnación de algo idealizado a hacerse visible a la manera de un pensamiento fijo, de esos que calientan la frente con el ardor de las obsesiones. Siempre rendiste culto a esa leyenda que me permite alzarme desde el mundo de lo humano al mundo de lo divino, o sea, lo mitológico, ya que no hay divinidad sin mito.
“Leda, pues, y a mi modo te poseo por los canales subacuáticos de la imaginación, la cual hace tiempo considerable era salvaje, es decir, violenta como una marejada o como un gorila kingkongesco o como un leve céfiro aromado por perfumes orientales y surgidos de un soneto de Góngora o de Lope de Vega o de Mallarmé. A través de mis edades, he surgido de fulguraciones íntimas del espacio interior que a cada uno corresponde.
“Soy Leda, pues, tu estrella buscada y nunca hallada, o sea cada vez más imperiosa, más hecha de la materia fugitiva del mito particular. En mi carta de identificación está una parentela que va desde Eva hasta Cyd Charisse, y no pongo más personajes recientes porque en principio me bastarían para nombrar mi feminoteca en la cual me pierdo entre relámpagos de piernas, bocas, pechos, senos, ojos y labios sonrientes de haber saboreado la dulce y tierna obsesión de la mujer ideal, en el sentido de la más deseable, querible y soñable”.