La Calle de la Calavera en Puebla y la trágica historia de amor por la que recibió su nombre

Alberto y Estrella se enamoraron perdidamente el uno del otro, pero el papá de Estrella se opuso a su relación.

Sótanos en casas de la Calle de la Calavera. (Andrés Lobato)
Rafael González
Puebla /

En la calle 7 Sur entre las avenidas 7 y 9 Poniente, de la ciudad de Puebla ocurrió un hecho que dio origen a la Leyenda de la Calle de la Calavera. De hecho, dicha vialidad fue conocida así por los lugareños durante muchos años.

La historia, de acuerdo al libro “Las calles de Puebla” de Hugo Leicht, ocurrió en el Siglo XVII cuando el Marqués de Alba-Flor, Don Juan de Ibarra; y su esposa, Doña Inés Torroella; tuvieron una hija llamada Estrella de Ibarra.

Aseguran que desde su nacimiento, la chica había sido ofrecida a Dios. Por ello, con el correr de los años, desde su mocedad dedicaba su tiempo a los rezos y rosarios. Además de que participó activamente en los festejos de la consagración de la Catedral de Puebla, el 18 de abril de 1649, por el obispo Juan de Palafox y Mendoza.

En su juventud, Estrella de Ibarra por su encanto y belleza deslumbró a toda la ciudad de Puebla. Cuentan que un día conoció a un joven apuesto quien le robó el corazón: Alberto Rubín. Narran que al cruzar sus miradas, el amor nació entre los dos.

Aunque existe la versión de que al joven galán le conoció el día de la citada consagración, a la que asistió más por curiosidad que por devoción.

Quiso la suerte que los dos jóvenes quedaran prendados uno del otro y que en subsecuentes encuentros Alberto insistiera y demandara en amores a la encantadora Estrella. Mas esta, por temor a su padre rechazaba sin mayor éxito los afanes de su enamorado hasta que terminó por aceptarlo.

Debido a la promesa de los padres de la muchacha, Alberto y Estrella decidieron callar su amor ante todos y acordaron verse a solas por un tiempo.

Hasta que el marqués de Alba-Flor, enterado por su fiel criado Rodrigo, supo de la relación. Fue entonces que obligó a su hija a dejar a su amado. Orillada por los reclamos de su progenitor, Estrella se alejó unos días de su amante.

Sin embargo, harta de la oposición de su padre, abandonó su hogar para refugiarse en los brazos de su amado, quien cumpliendo con las reglas del honor la mandó guardar en una casa de gente honorable en espera de hacerla su esposa como lo mandaban los preceptos de la santa iglesia.

Mientras, con grande afán preparaba la mansión donde vivirían juntos, ubicada no lejos del centro de la ciudad, pero ya casi en despoblado. Pasó el tiempo y por fin llegó el día en que en el oratorio privado de Alberto la pareja recibiera la bendición nupcial de manos de Fray Benito del Carmelo.

Fue tal la desdicha de Don Juan de Ibarra de saber que su hija lo había desobedecido que sufrió alucinaciones, fiebres constantes y un dolor insoportable. Para velar por su salud y prevenir una reacción violenta, su mujer le colocó unas guardias.

Una noche, el marqués tras burlar a sus custodios, abandonó el hogar y decidido recorrió la ciudad hasta llegar al paradero de su primogénita. Incesante, tocó a la puerta de aquella morada, donde al abrir apareció Estrella. La muchacha con el rostro pálido, quedó petrificada al verlo.

Enseguida apareció Alberto, a quien el marqués lo imprecó soezmente, maldiciéndole, para al final descargar sobre su faz fuerte golpe.

Para evitar la confrontación, Alberto prefirió huir, llegando al subterráneo de la casa. Hasta ahí su perseguidor llegó, trabándose dura lucha, sacando el marqués la mejor parte, hundiendo en el cráneo de su contrincante filoso puñal que al cinto cargaba. Alberto cayó muerto.

Al ver la escena, Estrella de Ibarra enloqueció. Minutos después llegó al lugar Doña Inés Torroella, quien se llevó a su hija de ahí. Aunque pasaron varios días de aquel trágico incidente, Estrella no pudo recobrar la cordura, seguía amando al recuerdo de su querido Alberto.

Dicen que en un arranque de desesperación, la joven escapó hacia su antiguo hogar y bajó al sótano. En ese frío lugar encontró el cráneo de Alberto. Con dolor, lo tomó en sus brazos y corrió de nuevo lanzando gritos de dolor, hasta caer muerta, en la puerta.

Hay quienes dicen que hasta hoy, el espíritu de Estrella vaga por la zona, pues no ha encontrado la paz que su alma necesita.

En un recorrido que realizó MILENIO PUEBLA por dichas vialidades se descubrió que hay por lo menos tres predios que cuentan con respiraderos lo que indica que los inmuebles cuentan con sótano, lo que sustento a la leyenda.

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