Irene Vallejo y la espiral infinita de los libros

Contactamos con sabores de antaño, sintiendo el pan de trigo deshacerse en la lengua, la carne roja cocinada al fuego; otras, en nuestros oídos se queda resonando el rugir de las batallas, el chisporrotear de la hecatombe, el ritmo de los versos...

La escritora española nos da un texto que, desde la antigüedad, dialoga con el presente. (Santiago Basallo)
Ciudad de México /

Hay libros que consiguen atrapar la atención del lector desde las primeras líneas, es una de las muchas cualidades de El infinito en un junco (Siruela, 2020) de Irene Vallejo. Además, este ensayo permite que el lector vaya descubriendo en sus páginas un universo de sensaciones que se despliegan en la manifestación de todos los sentidos. Es como una experiencia sensorial y emotiva que se va recorriendo en tercera dimensión, pues exige entrar y salir con frecuencia de espacios y tiempos. A veces, el trayecto lleva al visitante a sentir olores: la sangre de los combates, el sudor de los cuerpos, el perfume de los campos o el aroma que emana de los rollos y pergaminos. Constantemente, contactamos con sabores de antaño, sintiendo el pan de trigo deshacerse en la lengua, la carne roja cocinada al fuego; otras, en nuestros oídos se queda resonando el rugir de las batallas, el chisporrotear de la hecatombe, el ritmo de los versos, el cantar de los ríos. Las texturas van envolviendo al lector; que pasa por la suavidad de las telas, sacude el polvo de las sandalias o toca el rugoso papiro.

Los libros surgieron por esa ancestral necesidad que tenemos los seres humanos de conservar en la memoria las historias que nos van conformando. Vivir para contarlo es nada menos que el título de la autobiografía de García Márquez. Irene Vallejo investiga y rescata la historia de la aparición de este maravilloso objeto llamado libro. El infinito en un junco invita a los lectores a penetrar dentro de un laberinto del cual no desearán salir. La primera parte es un periplo que nos guía por la Grecia clásica y las bibliotecas del mundo antiguo. Es tan descriptiva la autora, que sentimos que los espacios se reproducen en nuestra imaginación como en esos experimentos que hoy se realizan con la música en 8D. La segunda parte, que se centra en el desarrollo que se va produciendo en Roma, muestra cómo cada aportación enriquece y afina una de las cosas más valiosas y útiles que ha inventado el hombre. Llegar ahí para caminar con Marcial o con Virgilio es la aventura de aquel que viaja rumbo al horizonte, hacia esa utopía tan próxima y tan lejana, que no se debe alcanzar ya que el hechizo quedaría diluido.

Mario Vargas Llosa expresa que es: “(...) un libro maravillosamente escrito, en el que toda la sabiduría está disuelta en una crónica simpática, agradable, nada pretenciosa, explicando la maravilla que es la lectura y los inmensos beneficios que ella nos depara”. La escritora alterna hechos, anécdotas y sus propias memorias para darnos un texto que, desde la antigüedad, dialoga con el presente.

La magia de la literatura se despliega con esplendor mostrando todos los géneros que fueron apareciendo, desde aquel canto sagrado que Enheduanna escribió como un mensaje de la diosa Inanna, pasando por la épica, la lírica hasta llegar a la narrativa más contemporánea. De la piedra a la tablet, del papiro al rollo, del pergamino al tatuaje, de la hoguera a las pantallas. Lo que no se pierde es el relato; hemos cambiado hechuras, dimensiones y tecnologías, pero seguimos escuchando las voces, que generosamente, nos regalan cuentos, leyendas, novelas, sueños o mitos...

Al calor del fuego rememoramos el mundo del que venimos; aquel que nuestros ancestros, desde el paleolítico mediante la palabra, fueron transmitiendo de padres a hijos. La oralidad es la raíz de la narrativa, de los relatos que quizás brotaron a la luz de las hogueras en las cuevas, a través de las voces maternas. Juan Villoro cuenta que: “Los textiles integran un complejo código de significados. En sus hilos se anudan la memoria, la identidad, las costumbres, los gustos y las condiciones de vida de los pueblos”. El autor de El testigo establece el vínculo entre texto y los verbos tejer o trenzar porque vienen de la misma etimología. Además, porque el discurso de Irene Vallejo sobre la intrínseca relación que existe entre el lenguaje de la costura, el tejido y la escritura, no puede ser casual. El hilo de los relatos de Vallejo cuenta con la flexibilidad y la rigidez del junco, se mece o se yergue según lo necesite. Hoy Irene con su ensayo nos ha dejado en las manos un libro que viaja en espiral con todo el acervo de los tiempos.

* Doctora en Letras Hispánicas.

  • Paloma Jiménez Gálvez
  • paloma28jimenez@hotmail.com
  • Estudió la maestría en Letras Modernas en la Universidad Iberoamericana, y es Doctora en Letras Hispánicas. Desarrolló el proyecto de la Casa Museo José Alfredo Jiménez, en Dolores Hidalgo, Guanajuato. Publica su columna un sábado al mes.

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