No tenían tanto tiempo de conocerse. Incluso, Juan José Millás dice que no conocía a Juan Luis Arsuaga antes de visitar el Museo de la Evolución Humana, ubicado en Burgos, España, del que el último es director científico, pero después de coincidir en que representaban a dos formas de abordar a los seres vivos, decidieron establecer un diálogo en el libro La vida contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara, 2020).
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“Cuando Arsuaga me mostró todos los vestigios comprendí que eso me concernía. Cuando se va a un yacimiento lo hace con la idea de que eso pertenece a un pasado remoto y que, además, solo tiene un interés de carácter científico. Y vamos con esa actitud, porque estamos educados en esa actitud, con la intención de añadir un pedazo de cultura a mi cultura”, dice el autor.
Juan José Millás asumió que las historias compartidas no eran algo del pasado, que solo hubiesen ocurrido a otros seres: estaba muy cerca de aquello, le concernía de forma personal, y no solo desde el punto de vista de un curioso o de un investigador: “Aquello fue un choque de tal naturaleza que durante mucho tiempo le di vueltas a cómo contar aquella experiencia, contarla como escritor: y no sabía si tenía que adoptar la forma de una novela, de un ensayo, de un ensayo novelado, de una novela ensayística, pero a medida de que me documentaba, me daba cuenta de que sabía menos, como pasa siempre”.
Fue entonces cuando se puso de acuerdo con el paleontólogo Juan Luis Arusuaga para convertirse en el sapiens que le contaría al neandertal historias sobre el origen de la vida, no acerca de un pasado remoto, sino de hechos que aún forman parte de nuestra vida cotidiana
“Siempre me ha preocupado que se trate a la arqueología como si fuera el estudio de las ruinas y al de la paleontología el estudio de los muertos, como si ambas solo estudiaran cadáveres, cadáveres culturales, de civilizaciones; me he resistido a esa visión de las ciencias históricas como el estudio de la muerte: siempre he defendido que no, que lo que estudiamos es la vida”, explica Juan Luis Arsuaga, codirector del Proyecto Atapuerca, donde se han hallado cráneos humanos de más de 900 mil años de antigüedad.
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Quizá por ello, el investigador está convencido de que los paleontólogos son como “storytellers: si no somos contadores de historias, no sé quién lo es”; de hecho, asegura Arsuaga se ganan la vida con eso, y “nuestras historias se venden muy bien: las de dinosaurios se venden mejor”. De ahí viene La vida contada por un sapiens a un neandertal.
“La ciencia de los orígenes nos ha proporcionado un relato común a todos los seres humanos y, sin embargo, no deja de ser paradójico que la ciencia haya tardado tanto tiempo en descubrir algo que sabía cualquier indígena o aborigen de cualquier parte del mundo: la Tierra no le pertenece al hombre, sino que el hombre le pertenece a la Tierra”.
Y ADEMÁS
LA CANCELACIÓN DE LA HISTORIA
La definición de paleontología que Arsuaga suele dar a sus alumnos no le pertenece, pero define muy bien su relación con el tema: “La paleontología no es la ciencia que estudia a los seres vivos que murieron hace mucho tiempo, sino a los que vivieron hace mucho tiempo”. Una mirada que busca huir de “una visión casi carroñera del pasado, como el estudio de los huesos o de las ruinas, de los vestigios de algo ya cancelado, pero que no nos conciernen”.