“Voces de la vieja maestranza”, testimonios de ex trabajadores de la Fundidora de Monterrey

Luis Fidel Camacho y Óscar Abraham Rodríguez compilan estas voces para preservar la memoria a generaciones posteriores sobre lo que representó la Fundidora, antes y después de su cierre el 10 de mayo de 1986.

“Voces de la vieja maestranza”, testimonios de ex trabajadores de la Fundidora de Monterrey. Foto: Especial
Israel Morales
Monterrey /

Los testimonios de ex trabajadores de la Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey están presentes en “Voces de la vieja maestranza” (An.Alfa.Beta-Conarte, 2018), que rescatan grandes pasajes de la historia de esta industria que alcanzó logros importantes para este sector en Nuevo León y que desató protestas y diversas opiniones ante su cierre el 10 de mayo de 1986.

Éstas son las voces de quienes laboraron en la Fundidora, también conocida como la maestranza, reproducidas tal cual, acomodadas por temas y que además son una muestra fiel para preservar la memoria a generaciones posteriores: “Si bien la memoria humana tiende a presentar fallos y lagunas, las declaraciones reunidas en esta obra tienen lucidez y claridad, además coinciden entre sí en algunos aspectos y divergen en otros, pues no todos los entrevistados recuerdan de la misma forma su paso por Fundidora” (pág. 10), se indica en la introducción de esta compilación a cargo de Luis Fidel Camacho Pérez y Óscar Abraham Rodríguez Castillo.

Testimonios de obreros, empleados de oficina, ingenieros y miembros del sindicato que aún guardan en su memoria esos momentos que para ellos cifraron las claves de su vida: compañeros de batallas, voces inconformes, unos que permanecen, otros que se han quedado en el camino. Los capítulos de esta obra son: “En las entrañas del Elefante de Acero”, “La tragedia de 1971”, “Un elefante con pies de barro” y “Mi vida sin Fundidora”, de los que enseguida retomamos algunos fragmentos de los testimonios:

Aurelio Arenas, obrero sindicalizado, sobre la cláusula de admisión y la crisis en la Fundidora:

“Entré a trabajar a Fundidora el 1 de mayo de 1966, siguiendo la tradición de la familia. Mi papá trabajó ahí 40 años y entre la familia de él y la de mi mamá el total de miembros de la familia, entre tíos, primos, hermanos, y mi papá, éramos más de 50 familiares que trabajábamos ahí, de los cuales dos murieron en accidentes de trabajo y otros muchos tuvimos accidentes pesados.

“El derecho para entrar en Fundidora era exclusivo para los hijos y los hermanos de los trabajadores. Esta cláusula, que se llamaba ‘cláusula de admisión’, donde el sindicato tenía el derecho de proporcionar el personal y que éste se conformara nada más con los hijos o hermanos de los trabajadores (...)” (pág. 23).

“En eso se estaban desarrollando las etapas de expansión de Fundidora y se vino el problema, que esa fue una causa que inició la crisis en Fundidora: un movimiento de los estudiantes universitarios de Durango; tomaron el Cerro del Mercado, que era la fuente de abastecimiento del metal de hierro para Fundidora durante prácticamente 6 meses, y en ese tiempo no llegó metal a Fundidora. Entonces la producción disminuyó enormemente, por eso Fundidora se veía obligada a restringir muchos contratos, muchas prestaciones, y a suspender temporalmente a dos mil eventuales.

“Y eso fue lo que ocasionó el problema, pero ese problema de Durango fue el que, como Fundidora estaba expandiéndose con base a préstamos, y los préstamos eran en dólares, entonces durante esa crisis no pudo pagar las obligaciones que tenía de los créditos, se le fueron acumulando, entonces a partir de esa fecha de 1971 empezó a tener problemas financieros, que fueron los que finalmente lo obligaron. Ésa es una de las causas; la toma del Cerro del Mercado en 1971 es una de las causas iniciales de la crisis en Fundidora.

“Participé en el movimiento que se hizo para evitar esa suspensión y el 25 de febrero de 1972 participé en la toma del sindicato que se realizó a base de fuerza y se expulsó a los líderes sindicales, y se nombró una nueva dirección sindical más democrática, menos corrupta, o no corrupta, con trabajadores que verdaderamente representaran a los trabajadores” (pág. 28).

Aurelio Arenas, obrero sindicalizado, sobre el accidente de 1971:

“Yo creo que el accidente donde murieron 17 compañeros se debió, en primer lugar, a que no funcionaban los frenos de la grúa. El carro de la grúa funcionaba con una palanca de contras, es decir que si le dabas hacia el frente daba para un lado y si le dabas para atrás el carro funcionaba para el otro lado. Entonces si tú la querías frenar la llevabas con la palanca para el frente, para que se fuera frenando con reversa. Si no funcionaba esa reversa el carro se seguía de largo, como fue este el caso: el carro siguió, topó en el límite y al topar la olla giró y aventó el acero líquido hacia los trabajadores, y en el regreso bañó al gruista y a los ingenieros que estaban ahí en la grúa.

“Inmediatamente después del accidente, el departamento donde ocurrió la tragedia comenzó a operar porque no se podían parar los hornos. Tan pronto como pudo entrar en funciones, entró en funciones. No se suspendió la producción ni siquiera para los peritajes. Tan pronto como se pudo se volvió a empezar a trabajar, y el personal tuvo que volver a ponerse debajo de la olla” (pág. 80).

“Tienen que salir todos porque van a cerrar la Fundidora”, lo que le dijeron a José Luis Albarrán, ingeniero:

“Estaba trabajando en el Departamento de control de calidad (Aceración No. 2), cuando cerró Fundidora. En 1982 me cambiaron al Hotel Acero, ahí tenía mis oficinas y mi gente, era para el control de órdenes y requisiciones. Cuando había una huelga salíamos todos los empleados y sindicalizados, pero los empleados rentaban algún apartamento en algún hotel y ahí seguíamos trabajando, activando todos los trabajos que estaban pendientes en los talleres de fuera. Ese día habíamos entrado y cerca de las doce nos dijeron: ‘¡hey, tienen que salir todos porque van a cerrar la Fundidora!’ No dijeron que fuera por una quiebra, entonces nosotros pensamos que iba a ser porque iban a hacer huelga, porque fue en mayo. En esos tiempos era cuando el sindicato hacía el recontrato con la empresa, entonces, al menos en mi área, sacamos trabajo para seguirlo haciendo afuera, saqué cajas con las requisiciones, las órdenes de trabajo y todo eso, pero después nos dijeron que ya no podríamos volver a entrar a Fundidora, inclusive yo dejé en la oficina muchas cosas personales mías, y desde ese día hasta que ya después la abrieron como parque y nos empezaron a invitar a todos los extrabajadores de Fundidora fue cuando volvimos a entrar. Pero ya no había nada, ya habían desmantelado todo: grúas, departamentos, dejaron todo lo que era Maquinaria, Fundición, el edificio de Fuerza Motriz, el área de carpintería, el jacalón donde tenían los modelos de madera para todo lo que se vaciaba. El Horno Alto No. 1, originalmente no fue adquirido nuevo, ya era de uso, el que está ahora como monumento, ese horno lo adquirieron –era de los 1860–, a finales de la década de 1900. Cuando formaron, por medio de acciones, que eran desde diez millones, el conjunto para la Fundidora, empezaron a construir el Horno Alto No. 1, el cual, como le digo, fue adquirido, es decir hechizo, pero ya de tiempo, el Horno Alto No. 2, ese les tocó construir, vaciar maquinaria, y todo. Muchas de las piezas de esos hornos, de parte de Fundidora, ahí se vaciaron en Maquinaria. Lo construyeron normal, pero después quitaron el Horno Alto No. 2, y antes de quitarlo construyeron el No. 3 y es el que se quedó –el No. 1– como monumento y el No. 3 quedó hasta el final” (págs. 119-120).

Testimonio de la “Familia Acero”:

“Si pudiera volvería a trabajar en Fundidora, con todo gusto, lo haría, Dios me lo permitiera mínimo caminar, era muy bonito, era muy bonito trabajar en Fundidora. Los hermanos de mi vieja trabajaban ahí, mis primos, y amigos de aquí del barrio. Muchos amigos de la escuela primaria ahí estaban trabajando también. Entonces, era una familia, en verdad era una familia, la ‘Familia Acero’, así se le llamaba” (pág. 158).

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