El amor y el sexo en el mundo animal son diversos y aun increíbles en la búsqueda de placer y de la sobrevivencia en un planeta tantas veces hostil.
La vida amorosa de los animales es un libro de Fleur Daugey y Nathalie Desforges publicado en la colección Travesía de la editorial Océano. Es un libro breve, ameno, con ilustraciones y textos que llevan de la mano a un mundo desconocido, habitado por seres a los que casi nunca prestamos atención, o vemos con prejuicios o aires de superioridad, sin darnos cuenta de los lazos que existen entre ellos y nosotros cuando se trata de perpetuar la especie.
Con humor, las autoras desmontan mitos y a través de ocho lecciones nos enseñan que, para reproducirse, con frecuencia “un macho y una hembra se aparean”. Pero no siempre es así. Existen animales hermafroditas, como los caracoles, las babosas, las estrellas de mar, los gusanos de tierra y numerosos peces que poseen ambos sexos y producen tanto óvulos como espermatozoides.
Los animales, si así puede decirse, son unos liberales y no se espantan con nada. Los machos pueden lucir plumajes vistosos, como las aves del paraíso; o melenas impresionantes, como los leones; pueden ser peleoneros, como los canguros; o luminosos, como las luciérnagas, con un impresionante y resplandeciente trasero verde; o extraordinarios bailarines, como el saltarín cabeza roja, y todo para impresionar a las hembras, para seducirlas y tener sexo con ellas.
Pero si hay animales hermafroditas y heterosexuales, hay otros que suelen cambiar de sexo a la menor provocación, como sucede con los peces cuando envejecen. O cuando su pareja muere, como lo hace el pez payaso. “Convertido en una hermosa hembra, atrae a su nuevo compañero”, escriben las autoras. El gobio cabeza roja unas veces es hembra y otras, macho; su cuerpo se adapta a sus deseos y le aparecen ovarios o testículos según sea el caso.
Los machos despliegan variadas y en ocasiones efectivas estrategias de seducción, pero hay hembras como la del aguacatero begalí, un pájaro que vive en África y Asia, que toman la iniciativa y cortejan al macho “cantando e hinchando las plumas rojas del cuello”. Así pasa también con el torillo batallador, parecido a la codorniz, cuya hembra canta para “atraer al macho, pero también para marcar sus límites y alejar posibles rivales de su sagrado territorio.
En el reino animal existen los papás y mamás que viven y crían solos a sus hijos, como las hembras del lince o el perezoso; o como el macho del hipocampo. Existen hembras que sólo utilizan al macho para reproducirse, pero que se sienten mejor viviendo con otras hembras; lo mismo sucede con los machos. En los animales también hay violencia y ternura, desapego y cariño, parejas para toda la vida y otras de paso. Como sucede en las sociedades humanas.
La vida amorosa de los animales ofrece respuestas sencillas a preguntas antiguas sobre el arte de la seducción y la sexualidad en la naturaleza, un tema que también ha sido explorado en numerosos documentales de medios como National Geographic.
ÁSS