Lucha prehistórica

LA CRÍTICA/TEATRO

La tentación arqueológico-antropológica es una alimaña difícil de sacudir de la espalda del dramaturgo, tanto como el “deber ser” de asumir la tan relativa “verdad” histórica.

Retomar la batalla entre dos paleontólogos: Drinker Cope y Othniel Charles Marsh. (Especial)
Jaime Chabaud Magnus
México /

Tarea compleja la de crear una dramaturgia histórica o con tal pretensión. La verdad de la historia no es la de la ficción, suponiendo que existiera en el territorio de la primera una única verdad o ésta fuese susceptible de ser reconstruida y comprobable en su totalidad, por no mencionar que generalmente es la visión de los vencedores la que impera (lugar común que no deja de tener vigencia). Surgen muchas preguntas a la hora de elegir un momento y personajes históricos: desde qué segmento(s) se han de tomar de los hechos para convertirlos en ficción, hasta cómo carajos se hace hablar a los personajes de marras. La tentación arqueológico-antropológica es una alimaña difícil de sacudir de la espalda del dramaturgo, tanto como el “deber ser” de asumir la tan relativa “verdad” histórica.

Mario Jaime, dramaturgo sudcaliforniano avecindado en La Paz, es un académico y científico de la UABCS, que tiene por pasiones irrefrenables la poesía y el teatro. En La guerra de los dinosaurios (título que puede confundir a los incautos con teatro para jóvenes audiencias) se enfrasca en retomar la batalla sin cuartel que los paleontólogos estadunidenses Edward Drinker Cope y Othniel Charles Marsh emprendieron para descalificarse e insultarse públicamente, llegando a grados insospechados con tal de vencer al otro, igualito que nuestros políticos o nuestros artistas que ponen el ego por encima del bienestar común. En ello radica, aunque no solamente, la eficacia del texto. Tanto Marsh como Cope usaron y abusaron de su fama para robar descaradamente a otros y también entre sí en una guerra sin cuartel por aparecer como el mejor paleontólogo de la historia. Sus ansias de prestigio los llevaron a cometer actos atroces y hasta delitos.

La estructura de Mario Jaime, cuyo único pecado podría ser una cierta necesidad de informarnos sobre personajes y especies fósiles, se articula gracias a un personaje que resulta un Virgilio que no solo es hilo conductor sino motor de la historia, que ha llamado Arlequín, que se desdobla en muchos otros personajes o bien ironiza a los dos protagonistas.

La potencia de La guerra de los dinosaurios (que ha llegado a mis manos como libro debido a la Editorial Samsara) radica, en gran medida, en la mirada despiadada del autor sobre sus criaturas. Expone los vicios de Cope y Marsh de una manera rabiosa, sin perdonarles un solo pecado: robarse o inventar dinosaurios, destruir huesos con tal de que no cayeran en las manos del otro, homosexualidad y alcoholismo, etcétera. Nada se le escapa a Mario Jaime, que finalmente humaniza a estos héroes estadunidenses imposibles de soslayar.

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