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Tamara (Ángeles Cruz), una mujer de casi 40 años con una discapacidad y aficionada a las catarinas, encuentra un bebé cerca de su casa. Sin dudarlo, lo acoge bajo su cuidado, al que se suma Doña Meche (Angelina Peláez). Narrada en tono realista y sin victimismo, Lucía Carreras filmó Tamara y la Catarina, una ficción acerca de la adversidad, la marginación y la solidaridad femenina.
Tengo entendido que la película surgió a partir de la imagen de un bebé abandonado.
Así es. Me impresionó tanto que ahí comenzó a gestarse la historia. Se combinó con el hecho de que la señora que me hace el aseo tuvo una hija con discapacidad. Ambos episodios me llevaron por derroteros que siempre me han interesado, como la solidaridad femenina.
Tamara y la Catarina podría ser una consecuencia de su película anterior, Adiós, papá.
Hay muchas coincidencias entre ambas películas. Supongo que mis intereses como cineasta y mujer hacen que, sin ser historias similares, vayan a lugares parecidos.
¿Cómo se moldeó la conciencia feminista en su cine?
Desde muy joven mi madre me dio a leer a Simone de Beauvoir, así que pronto comprendí la importancia de pensar. Sin que me lo proponga, en mis historias hay mujeres que enfrentan la vida en soledad, no como una mala condicionante, sino como una circunstancia de vida. Me interesan las mujeres no construidas con la figura de un hombre al lado.
Su película cuestiona que la discapacidad sea un obstáculo para ser madre.
Para construir el personaje de Tamara tuve que investigar mucho sobre su discapacidad y la forma en que impacta en su forma de funcionar en el mundo. A partir del trabajo con Ángeles, le dimos otros rasgos, pero siempre con respeto y sin volverla una caricatura. Hacerlo de otra manera habría dado como resultado una película facilona y conmovedora. Creo que su discapacidad es menos limitante que la condición social en la que está. Quería demostrar que lo físico y cognitivo son obstáculos menores en comparación a la segregación social y económica. Su condición obliga a sacar lo mejor de ellas en todos los sentidos.
Su película cuestiona que la discapacidad sea un obstáculo para ser madre.
Quería hablar de la segregación social y de la invisibilidad. Una vez que definí el objetivo, me puse a jugar con las variables que otorga ser mujer, anciana y discapacitada, en contraposición a la pobreza, que al final es lo que les genera una sensación de vulnerabilidad ante las autoridades o las leyes. En lugar de ser inclusivo, el sistema las segrega.
¿Cuál es el límite de respeto al plantear un personaje con discapacidad?
Puedes mostrar a un personaje vulnerable, pero respetando su capacidad para tener cariño, relacionarse y dar algo al otro. Una forma de respetarlo es no victimizarlo. No quería una cámara efectista ni una música dedicada a subrayar sentimientos lastimeros.
¿Por eso una estética casi de documental?
Quería transmitir realismo. Respetamos el Centro Histórico como tal. Para captar su pulso escondimos la cámara y casi no usamos extras. Hacerlo de esta manera nos permitió registrar cómo los propios transeúntes las vuelven invisibles y las desaparecen porque les incomodan. En espacios interiores quería reflejar la visión de Tamara; por eso la cámara es más lenta en sus movimientos y no se regodea en planos cerrados ni en encauzar emociones. No creo en el cine con moralejas ni en intentar cambiar conciencias, pero sí creo que cuando eres consecuente con lo que crees terminas por transmitir una reflexión en el espectador.