La Cueva del Diablo, la Cueva del Chivo, así como el Cerro de la Teresona, el Callejón del Muerto, la Planchada de la Policlínica, el Niño de las Canicas o el Baile Macabro que hace alusión a la aparición del diablo en el extinto Rodeo Santa Fe de Alfredo del Mazo, son solo algunas de las leyendas e historias de terror que los toluqueños han transmitido durante generaciones.
Solo el libro Leyendas Relatos y Tradiciones de Toluca de la fallecida cronista e historiadora Margarita García Luna, recopila más de 300 relatos, algunos tan cortos que no superan un párrafo y otros muy largos.
Sobre el Cerro de la Teresona abundan los relatos que van desde las bolas de fuego hasta los duendes y cuevas. La principal cuenta que existe una especie de cúpula o campana sobre una ciudad encantada con grandes riquezas. A esta ciudad solo es posible ingresar por las cuevas ubicadas en lo más alto del cerro.
Sin embargo, cada cueva está custodiada por alguna criatura mágica, cuya labor es impedir el paso a quien intente entrar. Se dice que las criaturas son duendes, brujas, personajes amorfos e incluso demonios.
“Hay una de la antigua Tolocan, ‘Tolo’ del Dios Tolo y ‘can’ de lugar, se dice que debajo de Toluca hay una ciudad prehispánica y que el Cerro de la Teresona es toda una pirámide”, refiere Gabriel Arturo Macedo Domínguez, gerente de operaciones del Tranvía Toluca.
La hija de la Teresona
Es una de las más conocidas y relata que había en Toluca una hacendada llamada Teresa a quien por rica y bonita dieron en llamarle La Teresona. Su esposo se llamaba Pedro y su única pena era que no tenían hijos. Al fin, después de varios años, tuvieron una niña a la que pusieron La Shinula. Para su bautizo se le dio por madrinas a seis doncellas, todas ellas brujas, para que cada una le concediera un don.
Después del bautizo, la Teresona dio un banquete en honor de las doncellas. En la mesa, delante de cada una, colocó una cuchara, un cuchillo y un tenedor de oro. Cuando ya estaban todas sentadas a la mesa, vieron entrar a una viejecita, a la que nadie había invitado pues hacía más de cuarenta años que no salía de su casa. Todos creían que había muerto.
Don Pedro ordenó inmediatamente que la atendieran, la sentaron a la mesa, pero como ya no había cubiertos de oro, le pusieron unos de plata. La viejecita lo tomó a desprecio, murmurando, hablando entre dientes y amenazando.
Una de las doncellas la oyó y se fue a esconder atrás de unos cajones para ser la última en conceder una gracia y así poder reparar el mal si hacía falta.
En ese momento las doncellas empezaron a dar sus dones a la niña: la belleza, la bondad, la gracia, habilidad para cantar, para tocar el violín.
Al llegar su turno, la vieja dijo que la niña, a los quince años, será robada, escondida en una cueva y de todas las riquezas de ese lugar, se le pondrá un collar que la hará caer en un profundo sueño.
Solo cada veintiuno de cada mes despertará para salir de la cueva, a lavar la ropa de cuatro enanos, para peinarse, calentarse con los rayos del sol y para ver todo lo que forma su propiedad.
Al final salió la doncella que se había escondido y dijo que la niña sería robada y encantada, pero que al cabo de quince años podría volver a ser la misma si sus padres podrían reunir:
Cien monedas de oro, un anillo, un collar de perlas (escondido en el cerro del Elefante), y ver a un enano juguetón que pasaba de vez en cuando por el cerro.
Todas estas condiciones fueron cumplidas, menos la de encontrar al enano juguetón, por ello la niña quedó encantada para siempre.
Como el enano no cumplió su encargo, se dedicó a engañar a todos los que pasaban por allí, el veintiuno de cada mes durante quince años. Cuentan que al primero que engañó fue a un tlachiquero.
El pobre hombre, después de que supo que había sido engañado se fue a llorar cerca del lugar donde había nacido la niña. De tanto llorar con sus lágrimas se formó lo que hoy es el ojo de agua y él se convirtió en piedra.
Callejón del Muerto en la Independencia
Todo comienza cuando Antonio de Manjarrez, un hombre de malos modos, se caso con Ana de Bobadilla, en la parroquia de San José de Toluca y es después del matrimonio que los insurgentes querían tomar la ciudad. Antonio luchó en contra de los insurgentes y fue herido. Al sanar descargó toda su furia en Ana.
Los vecinos pensaban que Don Antonio había muerto y que era un fantasma que atormentaba a Ana, dando como resultado los gritos que daba esta.
Tiempo después se dejaron de escuchar los gritos, por lo que las autoridades acudieron a la casa y se encontraron con el cadáver de Don Antonio, lo cual les asombró, pues creían que él la había matado a ella.
Desde entonces, Ana desapareció de la ciudad de Toluca y se dice que cada jueves santo desde 1812 se le ve en Sultepec del brazo de un insurgente.
Otra versión
Tras la llegada españoles a Toluca, los Matlazincas originarios se fueron a vivir cruzando el río Verdiguel, mientras los españoles y criollos se asentaron en las principales calles de la ciudad. Una pareja adinerada se fue a vivir al otro lado del río porque ahí tenían una casa muy grande.
El esposo celaba mucho a su mujer porque era muy bonita y la tenía encerrada, no la dejaba tener amigos y la golpeaba constantemente.
También tenía a las criadas a su disposición y vigilaban todo lo que hacía. Un día, le llegó el rumor de que su mujer se fugaría con otro, enardecido y furioso cuando la encuentra con el supuesto amante, mata a los dos.
Gracias a unas cartas descubre que todo fue un malentendido y el amante era en realidad el hermano de su esposa que iba a rescatarla por todo lo que sufría, pero ya era muy tarde.
El hombre se vuelve loco, intenta regresar a España, pero nunca pudo. De ahí que en las noches se escuchen sus lamentos y los pasos de un caballo.