Siempre resulta estimulante que, cuando se habla de la muerte de las tradiciones, se encuentre uno con nuevas generaciones que buscan hacerlas suyas y traerlas a su tiempo. Esto ha permitido que una manifestación cultural como el son jarocho viva un renacimiento, no solo en México, sino incluso en varias ciudades de Estados Unidos.
Bailaora e intérprete de la jarana y la quijada de burro, Violeta Romero se inició en el son jarocho en el grupo Los Utrera y actualmente forma parte del grupo Caña Dulce y Caña Brava. También apasionada de la enseñanza, busca despertar en la gente las virtudes del género y desde hace 13 años comenzó a trabajar con pequeños de nivel preescolar en Xalapa, Veracruz.
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Para Violeta, los niños son muy receptivos, además de que se divierten mucho. “El son jarocho es un género muy noble. Se puede llegar a alcanzar un nivel de complejidad alto o de ejecución prodigiosa, pero también es posible tocar, cantar y bailar de una manera muy básica”.
Aprender sus fundamentos es fácil, agrega, “porque no se trata del algo muy complicado: tanto niños como adultos en una sola clase ya pueden tocar o bailar algo. Eso les da mucha satisfacción. Pero cuando doy clases a los niños, más que querer que sean soneros o fandangueros, pretendo ofrecerles un puente para acercarse a la música en general, particularmente a la música mexicana”.
De acuerdo con su experiencia, “los niños escuchan el son jarocho, les gusta y le toman mucho cariño. Les da mucha emoción la clase porque bailan, tocan y cantan un poco de todo, además de leer cuentos. Eso los motiva a escuchar otras músicas mexicanas. La clase me permite presentarles una opción de música de raíz, a través de algo que les permita sentir afinidad con las letras, con la manera de bailar y de tocar. Los niños se identifican mucho con esto”.
Desde hace tres años, a la iniciativa de Violeta de dar clases a niñas y niños se unió Citlali Fuentes, estudiosa de la música tradicional de Veracruz, enfocándose principalmente a la ejecución del canto y zapateado jarocho, la jarana y la quijada de burro. Ha formado parte del grupo de son jarocho Punteo del Son y es integrante del Coro Acardenchado.
En estos días de confinamiento, Citlali y Violeta se han visto obligadas de llevar el salón de clases de Raíces Centro Cultural al mundo virtual, aunque la segunda dice que, al principio, se negaba a dar este paso. “No me gusta mucho el uso de intenet para los niños, no estoy de acuerdo en el uso de las pantallas, sobre todo entre los más pequeños. Pero ya con el tiempo, cuando nos dimos cuenta de que los niños nos extrañaban y nosotros a ellos, decidimos hacer algunas video llamadas”.
A sugerencia de los padres de que continuaran con las clases, ahora imparten todos los sábados un taller virtual con el apoyo de Raíces. “Tenemos un grupo de niños donde hay interacción con ellos a través de video llamadas. También hacemos transmisiones en Facebook, lo que permite tener un alcance mucho mayor, pues nos ven tanto en otros estados de la república como en el extranjero”.
Las clases de cooperación voluntaria —pues saben que son tiempos difíciles—, están diseñadas para pequeños de cuatro a siete años, en las que predominan las niñas. Esto se debe, dice Violeta, a que “lamentablemente hay una cultura donde no se acerca mucho esta parte de la danza a los niños o más bien les inculcan otro tipo de actividades. Aunque el son es una actividad bastante física, se da la percepción de que no es así”.
Las clases de son jarocho para niñas y niños, pueden seguirse en el Facebook de Raíces Centro Cultural los sábados de 12 a 13 horas.
PCL