Los relatos de Carlos Fuentes no pasan desapercibidos a los senderos que consolidó. Puesto que el relato le permite rescribir la historia, ampliar la perspectiva de su relación profunda con el arte, con el entorno, con lo corpóreo incluso (ante la idea de erotismo que plasma en algunos pasajes) y desde luego cifrar algunos de los rasgos que lo distinguieron; es decir al pasar del macrocosmos al microcosmos no deja de lado la idea global de su narrativa, como se aprecia en “El naranjo” (Alfaguara).
Se cita de Carlos Fuentes en este libro: “En ‘El naranjo’ se reúnen mis más inmediatos placeres sensuales –miro, toco, pelo, muerdo, trago– pero también la sensación más antigua: mi madre, las nodrizas, las tetas, la esfera, el mundo, el huevo”.
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En “Las dos orillas”, Jerónimo de Aguilar narra desde la muerte su encuentro con el México profundo cuando llegó desde España: las disputas, las guerras, la Malinche, Cortés y las semillas del naranjo, con la que cruzó el mar y las que plantó en esta región. Y que es el significado de vida que florece ya con otras ramificaciones. Luego de que naufragó junto con otros a Yucatán, los originarios le perdonaron la vida. Al aprender los dialectos también nutre esa naturaleza del lenguaje que se apodera incluso de la historia. Con Malinche se bate a duelo de interpretaciones y se adentra en las andanzas de Cortés.
No se aparta de este tema necesario en “Los hijos del conquistador”, que tiene como protagonista a Martín II, hijo de Cortés con Malinche, y el discurso de “Mucha carne abarcó nuestro padre, tanta como tierra conquistó” (pág. 63), y es un desafío a los datos que implicó ese laberinto de lazos familiares, tras 12 hijos y de escudriñar en alguien que tenía infinitas mujeres. Cuenta a su hermano Martín I la historia de su padre, pero no niega lo único que realmente le apasiona y le “conturba”: “la vida sexual de mi jefecito, su violencia, seducción y promiscuidad de la carne” (pág. 69).
Porque la historia mejor, quizá, es la que se cuenta en primera persona, en “Las dos Numancias”, Polibio de Megalópolis atestigua tanto de Roma, que es incansable la muestra de su protagonismo con la Fortuna, como término que guía los asuntos del mundo en una sola dirección. Testigo de ese gran capítulo, tiene un claro objetivo: Escipión Emiliano.
En “Apolo y las putas”, un galán de Hollywood llega a Acapulco, y antes de definir su ruta en un prostíbulo, hace como que la vida le importa, fuera del Oscar, del que le cuestionen lo de Estados Unidos de América y que “Blanca Nieves y los siete enanos” sea otro subtexto que lleva a ciertos planos de la realidad.
Y para cerrar un marinero genovés por todos conocido da su propia ficción de los hechos en “Las dos Américas”. Ya todo era “visión y sabor del globo”, lo relata Fuentes, la infancia que definió al navegante que siempre vio al mundo como una pera, toda redonda, “salvo allí donde tiene el pezón, que allí tiene más alto”. Tales son las extravagancias de quien reescribió la historia que cambió a dos mundos, muy a su manera.
La figura de Carlos Fuentes en el Festival Alfonsino, eventos de este jueves 19 de mayo:
Conferencia “Alfonso Reyes y Carlos Fuentes. Simpatías y coincidencias”.
Participa: Georgina García.
11:00 horas / Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria.
Entrada libre.
Inauguración de exposición “Fuentes: La mirada de las letras”.
Fotografías de César Saldívar.
12:00 horas / Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria.
Entrada libre.