El grafiti vive estancado en la imitación de los cánones impuestos hace más de 40 años. Integrado al sistema tienen los privilegios del arte contemporáneo VIP, el graffiti tiene curadores, sociólogos y antropólogos que le llaman artista al que tenga un bote de spray en la mano, afirman que el grafiti es para “expresarse”, que son “estéticas de la calle”, hacen congresos, imparten posgrados, escriben trabajos de tesis, y con esa infraestructura se consideran infalibles a la crítica, a la que niegan rotundamente, estableciendo una forma de dictadura social con pinturas que existen por el allanamiento a la propiedad pública y privada. Esa violación a los derechos ciudadanos se realiza con obras que en la inmensa mayoría carecen de originalidad y desarrollo técnico, al igual que el arte contemporáneo VIP, se posicionan como incuestionables y obligan a la aceptación desde el chantaje del victimismo social, y nos dicen “si me cuestionas estás en mi contra”, buscando los elogios de los críticos de arte en textos pagados por los museos y las universidades, amedrentando a la opinión pública. La calidad pictórica es irrelevante, un grafiti o se impone por la fuerza o desde el chantaje del victimismo social y subvencionado por el gobierno. La supuesta marginalidad se ha convertido en su propio establishment que les permite evadir la responsabilidad de su autoría, han hecho de la comunidad una salida para evadir las consecuencias de sus actos. Los grafitis que tienen un alcance estético, lenguaje y una visión de la realidad son una minoría, atrapados en la avalancha de mediocridades “expresivas”. Los distintos tipos de tags o firmas de apodos, las caligrafías son variaciones unas de otras, incapaces de comunicar, ahí la libertad creativa no tiene sitio. Los personajes representan una inmadurez estética y conceptual que parecería que los autores son perpetuos adolescentes, alejados de una realidad social. Es impensable que lo que vemos en los muros de la ciudad sea lo mejor que nos pueden ofrecer a los ciudadanos. Insisten en que sus pinturas no son actos vandálicos, que son estética urbana y que todos los habitantes de la urbe debemos respetarlas, como si fuera axiomático tomar un spray y con eso convertirse en invulnerable. La disyuntiva es defender el talento y la creación, sean capaces de crear un verdadero movimiento pictórico, o sigan domesticados por el sistema. Si quieren el respeto de la sociedad demuestren su talento y gánense los muros.
Fragmento del texto leído en el Museo de la Ciudad de México, en el que fui agredida física y verbalmente. No me van a callar, la libertad de expresar mis ideas es un Derecho que seguiré ejerciendo.
No me callarán
Casta diva
Avelina Lésper responde a sus detractores a través de este espacio en el suplemento cultural Laberinto de Milenio
Ciudad de México /
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