Leer a Vicente Quirarte (Ciudad de México, 1954) en estas evocaciones recuerda lo que hizo Esther Seligson en su último libro, Todo aquí es polvo (2010). La idea inicial de Seligson consistía en escribir una novela sobre sus seres queridos; sin embargo, la historia se vio dominada por la narración autobiográfica y terminó haciendo contundentes perfiles de sus padres, de sus parejas amorosas, de sus hijos, entre otros personajes que la acompañaron.
Aquí Quirarte opta por escribir ensayos de seres que ya no están con él. Así como Rafael Pérez Gay escribe de sus padres en su trilogía, Jorge Volpi hace una remembranza de su padre y Vicente Quirarte formula un acercamiento a su madre, Luz Castañeda Ibarra. El escritor logra que se conozca más de Luz, la mujer que nació en Silao, Guanajuato, que hacía un tipo de comida “rupestre y cimarrona” y que pese a ser de un linaje sedentario enseñó a sus hijos a caminar por la ciudad como si fueran a competir en un maratón.
Lo que plantea el autor les sucedía a muchas mujeres que se vieron opacadas por la figura del esposo, padre de sus hijos, que viaja, ejerce su profesión mientras la vida parece que gira a su alrededor sin importar mucho lo que ocurre con los demás; en tanto los días de la madre se desarrollan en torno a sus hijos y la casa, siempre al pendiente de los demás. Esa era la costumbre a fines de los años 40 del siglo pasado. A pesar de las alianzas familiares que existieron y de la importante influencia de su padre, el historiador Martín Quirarte, escribir sobre su madre era un pendiente y ahora salda esa deuda.
La poesía es un hilo conductor en estas intensas remembranzas, así como la inclusión de las cartas de M. Quirarte a Luz. También se habla de Eusebio Ruvalcaba, de Carlota —entrañable perrita— y de Patricia Compean, compañera de vida del escritor. De Compean seguramente será una presencia esencial en otro libro, como en su momento lo hizo Juan Goytisolo de manera muy puntual en Telón de boca (2003), en donde aborda la ausencia de su esposa Monique Lange. Habría que recordar un título de Rafael Pérez Gay que abarca —abraza— a todos los personajes que menciona Vicente Quirarte y que en este caso se convierte en una frase certera, Nos acompañan los muertos.