En México existe una sensación general de que la muerte está siempre presente. Es un país con alta actividad sísmica y volcánica. Culturalmente esta sensación data desde nuestros más remotos ancestros. Los pueblos mesoamericanos temían y adoraban a la Tierra, sentían que literalmente era capaz de devorarlos y llevarlos vivos hasta sus entrañas. Ese “monstruo de la Tierra” aparece en gran parte de las religiones mesoamericanas, sus dioses son animales que se confunden con el paisaje y que en ocasiones representan a la lluvia, a los truenos y a otros fenómenos meteorológicos.
Los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl son leyendas que involucran a dos personajes mitológicos: un guerrero hincado de rodillas y una mujer tendida en el suelo. Estos dos volcanes, uno de ellos aún activo, dominan el paisaje del altiplano central y parecen vigías eternos de toda la región.
México no es el único que ha venerado a sus montañas, en otros muchos países estos elementos del paisaje han inspirado a las culturas locales, desde el sitio de Machu Picchu hasta los Himalayas o el monte Fuji. En todos ellos han existido por siglos las culturas y tradiciones religiosas que han implicado peregrinaciones masivas para honrarlos como símbolos sagrados. En nuestro país está aún viva la tradición de los huicholes de acudir al Cerro del Quemado en San Luis Potosí, al cual llegan a pie desde sitios tan lejanos como Nayarit. Para estos pueblos, el cerro es como una catedral donde culminan sus travesías, que pueden durar varios meses y que incluyen a todos los elementos naturales que hay por el camino; se trata de una religión que se ejercita en el paisaje.
Tangente
Cultura que inspira
Escritores extranjeros se han interesado en la cultura mexicana desde hace muchas décadas, por ejemplo los ingleses D.H. Lawrence, quien escribió en 1926 La serpiente emplumada, y Malcolm Lowry, autor de la célebre novela Bajo el volcán de 1947.