Pepenador

Toscanadas

David Toscana y Abel Muricia rescatan de la basura obras de Rulfo, Nietzsche, Goethe, T.S. Eliot en el centro de Madrid

Pepenador de Madrid
David Toscana
Madrid, España /

Este domingo me hallaba frente a mi edificio, esperando el arribo de Abel Murcia, poeta, traductor de Szymborska y director del Instituto Cervantes en Moscú. En eso pasa un hombre con un carro de la compra lleno de libros. “¿Adónde va con eso?”, le dije, y él: “Los voy a tirar a la basura”. Mi espanto fue inmediato. “Démelos”. Levanté la cubierta del carrito y vi tres nombres: Juan Rulfo, Manuel Mujica Lainez y Cesare Pavese. “De haber sabido”, me dijo el hombre, “ya tiré como mil”. Le recibí los de esa remesa y me explicó que era su último viaje hacia los contenedores de basura que se hallan en plena Plaza de España.

Llegó Abel elegantemente vestido, y yo estaba endomingado. Pero no había tiempo que perder.

Los contenedores de basura son como enormes buzones. Vi que la tapa se podía levantar por la parte de atrás, así es que Abel la sostuvo mientras yo trepaba y brincaba dentro. Tan pronto me vi en ese tiradero de libros pensé en Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal. El protagonista trabaja en un basurero donde ha de prensar papel. Rescata muchos libros y mete otros en embalajes de papel que van para el reciclaje: “Y solo yo sé que en el corazón de cada paquete descansa, abierto, aquí Fausto, allí Don Carlos, aquí, entre cartones sangrientos, Hiperión, allí, en una bala llena de sacos de cemento, Así habló Zaratustra. Solo yo sé cuál de esos paquetes sirve de sepulcro a Goethe y a Schiller, cuál a Hölderlin y a Nietzsche”.

La gente miró con curiosidad a esos dos hombres sin aspecto de pepenadores actuar como pepenadores. Mas luego notaron que de la boca del buzón comenzaban a brotar decenas, centenares de libros. Literatura, historia, filosofía, arte. Todos impecables, salvo por Cuatro cuartetos de T. S. Eliot que estaba pegado a El gran Gatsby con un tremendo chicle.

Al final fueron 1128 libros que acarreamos en partes. Abel iba cuando yo hacía de guardia libresco y viceversa. Por tratarse mayormente de clásicos, ya he leído buena parte de ellos, pero son títulos que dejé en México y Cracovia. Ahora mis estantes de Madrid lucen más contentos. Contienen también una dosis de literatura española que no me había dado por leer. Mi primera lectura pepenada: Industrias y andanzas de Alfanhuí, de Rafael Sánchez Ferlosio.

Cuando tiramos comida a la basura, no falta el moralista que diga: “El mundo produce comida para todos, y sin embargo hay hambre”. Ahora yo pensaba que el mundo produce libros para todos, y sin embargo hay ignorancia.

No sé si robé esos libros o si al otro lado del ciclo basuril habría un personaje de Hrabal. Prefiero suponer que no, que los salvé de la destrucción, que les daré vida con la lectura y relectura.


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