Antonio Ruiz, artista plástico, detalla que la perfección al ejecutar un grabado es su vocación. Lograr los trazos exactos en la superficie plana es la tentativa. Sus grabados son historia, universos, progresiones geométricas y espirituales.
Antonio Ruiz decidió el camino del grabado por no ser una pieza única que se puede reproducir una y otra vez. Pero siempre buscando una ejecución perfecta, porque cualquier error no se puede corregir.
Rescata las leyendas de Durango, su flora y su fauna que ahora desarrolla. Los animales y los símbolos que los rodean en una cosmogonía particular.
Primero se plantea el tema a abordar y luego traza circuitos geométricos y simbólicos en el grabando.
“Hay que trazar en si lo que es la disposición. Que sí es netamente matemática: mides los ángulos hacia el lugar donde va a estar cada figura, y luego ya empiezas con lo que es el diseño, gráficamente lo que quieres expresar. Pero aquí es donde se pone interesante el grabado, porque con la gubia ya no hay vuelta atrás", indicó.
"Lo que vayas sacando con la gubia ya no se vuelve a colocar, no se puede empalmar el material. La escultura es un buen ejemplo, en el mármol ya no se puede colocar. Hay algunos pequeños trucos para colocar los brazos. Pero no hay vuelta atrás. Se te va un martillazo y ahí quedó. Me gusta el grabado en metal, porque cuando lo sumerges en el ácido hace su trabajo, correo el metal, lo quema. Y ya no hay vuelta atrás”.
En los grabados de Antonio Ruiz hay un movimiento universal, prosodia en cada uno de los ángulos y pliegues. La matemática aplicada que abre espacios en materia que se convierten en significados.
Un grabador que logra la poética de la forma y el significado del símbolo y la materia.