Verdadera leyenda de la cultura, el tenor Francisco Araiza está por celebrar 50 años de una carrera que concibe como un rompecabezas donde a veces una pieza no tiene sentido pero después completa un paisaje. Así, sus célebres interpretaciones de personajes de Mozart, Rossini o Verdi, bajo la dirección de Von Karajan, Böhm o Abbado, también se alimentaron de sus experiencias con futbol americano, ajedrez y aun de la administración.
A sus 69 años, el célebre Belmonte de El rapto en el serrallo vuelve de Europa a expresar su preocupación por los recortes de la política de austeridad del gobierno y a lanzar su proyecto Classic Night con Francisco Araiza, un concierto con el que busca “despertar” a la iniciativa privada para patrocinar cultura.
Araiza, maestro de maestros como Javier Camarena, lamenta que México todavía no cuente siquiera con una casa de ópera a pesar del gran interés que siempre ha tenido el público por este arte, vigente a su juicio también con las transmisiones de The Met Live in HD del Auditorio Nacional y salas de la UNAM, aunque celebra el anunciado programa nacional de la Secretaría de Educación Pública de crear orquestas en escuelas primarias.
Famoso no solo por sus interpretaciones, sino también por su figura atlética en el escenario, en la entrevista el tenor recuerda con nostalgia sus tiempos como mariscal de campo.
“Yo empecé en deportes desde muy chico, primero con gimnasia por aparatos; después jugué futbol americano, seguí con tenis, pero ya no llegué al golf. Sin embargo, sigo ejercitándome para estar en buena condición física porque el canto operístico es rendimiento atlético de alto grado”, comenta Araiza tal vez recordando sus Lohengrin.
¿Qué posición jugaba en el futbol americano?
Fui quarterback en Prepa 9 (con Vietnamitas). Jugué desde que entré y luego en la facultad de Comercio y Administración seguí todavía año y medio con el equipo de ahí. Lo recuerdo con mucha nostalgia, extrañamente nos acabamos de reunir hace dos meses los amigos universitarios y revivimos todas esas experiencias. Tuvimos tiempos sumamente privilegiados en todos los sentidos.
¿Y a cuál equipo le iba?
Ya sabe que la mayoría de los mexicanos nos inclinamos por los Cowboys de Dallas, es como el equipo de nuestro corazón, aunque últimamente pierda.
¿Quién fue su quarterback favorito?
Joe Namath.
Pensé que iba a decir Roger Staubach. Namath no era de los Vaqueros, sino de los Jets y luego de los Rams.
Así es. Sí, Staubach era de los Vaqueros. Incluso mis amigos me apodaban el “Roger Staubach de México”; sin embargo, yo siempre preferí a Joe Namath.
Un día escuché a Gerardo Kleinburg decir que tenemos cantantes internacionales de ópera como para hacer una selección similar a la de futbol, pero esta sí ganadora. En americano, ¿cuál sería su alineación con estos cantantes de ópera?
A Javier Camarena lo pondría de ala derecha. A Arturo Chacón, de fullback. A Rolando Villazón, de guardia izquierdo. A Ramón Vargas, de ala izquierda. David Lomelí también sería fullback. Alfredo Daza, de guardia derecho.
No me ha dicho quién sería el quarteback.
Pues yo.
Creí que se pondría de coach, tipo Tom Landry.
Ja, ja, ja. Es que, ¿sabe qué? En mi caso estoy ejercitando los dos puestos, dando clase y cantando en los escenarios todavía. Entonces sí me identifico con los dos, pero todavía tiendo más bien a verme en el campo de acción por un tiempo todavía.
¿Por qué le gusta el ajedrez?
Me interesó muchísimo sobre todo por la disciplina mental que se desarrolla en cuanto a estrategias, que le sirve a uno para toda la vida. No me convertí en un as, en mi familia lo es mi hermano Gabriel, él sí es un ajedrecista de primer orden.
En la ópera, ¿cómo introdujo esa capacidad que adquirió con el ajedrez?
Pues con el sistema de rompecabezas. Todo es necesario, en especial para poder llegar a un gran nivel. Hay cantantes que simplemente cantan bien, comunican bien con el público, y ahí se agota su tarea. Pero hay otros que despiertan sinergias en los colegas, porque la seriedad con la que se toman el trabajo, los ensayos, la capacidad técnica y musical, en un momento dado resulta contagiosa para un elenco. Y la manera de llegar a ese nivel y adquirir esa característica como artista es muy complicada, pero se puede hacer, y para eso me sirvió ser quarterback, era el que daba las cosas, y las estrategias ajedrecísticas también.
¿Alguna vez ejerció como administrador?
Sí, claro, estuve trabajando dos años y medio, antes de irme a Europa en el 74, en un despacho de auditorías empresariales. Mi jefe me ofreció dirigir una sucursal en Monterrey y yo rechacé la oferta. Se sorprendió mucho y me pidió que lo pensara. Yo lo invité a un concierto que di, y después me dijo: “No entiendo nada de esta música ni del idioma en que cantaste, pero tú tienes algo. Cuando cantabas, se me ponía la carne de gallina, mano”. Me dijo entonces que me fuera a Europa tres años y que si regresaba, tendría ahí mi trabajo. Con ese respaldo también me fui. Lo más espectacular fue que reconoció mi talento.
¿Qué está leyendo?
A Little Life, de Hanya Yanagihara.