Si caminando por la Condesa se ve a Rafael Pérez Gay (Ciudad de México, 1957) hablando solo, no hay que preocuparse, llamar a un psiquiatra o sacarlo del soliloquio, solamente se trata de un trance, de una charla que tiene con el joven que fue y a quien le cuenta lo que le depara el futuro.
Sus días comienzan antes del amanecer y de no ser escritor hubiera sido futbolista, médico o psiquiatra.
Su alma libertaria, su corazón tocado por la tristeza y su curiosidad por descubrir y observar eligen La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán, como el libro donde le gustaría vivir.
¿Cómo se define?
Soy un escritor, periodista y lector, no hay un falso dilema entre estos personajes, de modo que me defino de esa forma. Siempre cerca de la letra impresa, opinando, diciendo lo que pienso; hay que ganarse la libertad para decir lo que uno piensa sin regresarse nunca al tiempo de la autocensura.
¿Cuáles son sus espacios de lectura?
Hay que leer todos los días, aunque tengas mucho trabajo hay que apartar el tiempo, sacarlo debajo de las piedras. Siempre fui de mal sueño y eso me permitió leer por las noches. Ahora me despierto muy temprano y, antes de los periódicos, leo libros.
¿Le es difícil ser tan transparente al escribir como en su “Trilogía Indeseada”?
Es una autobiografía muy personal, una travesía del dolor, de la desaparición de los padres, del hermano y de la enfermedad. A esto se le llamaría un ensayo personal, es el momento en el cual un autor inquiere a su propia alma sobre temas fundamentales de la vida: el amor, la muerte, los padres, los hijos, el sexo...
¿Fue difícil desnudarse así?
Sí, hubo momentos de liberación que consistieron en afirmar, escribir y relatar asuntos muy personales, pero esos asuntos requieren de destreza y técnicas, no solo confesar, es un acto que ocurre en un momento, hay que pasarlo por una serie de técnicas narrativas que uno ha ido aprendiendo a través de la lectura.
Philip Roth, Amos Oz y Paul Auster también tienen libros muy personales, y si los estudias y los lees, te das cuenta de que hay técnicas muy precisas a las que ellos recurrieron para sus libros.
¿Cómo le hace para tener la cita adecuada?
Esa memoria literaria puede llegar a ser casi una maldición, porque todo el tiempo estás relacionando la vida con una frase o con un autor. Te mencioné autores y luego empecé a pensar en las novelas.
Yo trabajo con un cuaderno y una pluma, siempre estoy subrayando los libros, la frase que me gusta tiene que estar escrita de mi puño y letra, de ese modo se va quedando y luego van saliendo de modo casi inexplicable.
Cuando se desconecta del lector, ¿qué hace?
Soy un aficionado enfermizo al futbol. Como otros amigos escritores, soy de capa caída porque soy necaxista; aprendí que las grandes aficiones empiezan cuando uno es niño y yo fui al Estadio Azteca en 1966, mi padre no pudo llevarme a ver América-Torino, que fue el partido con el que se inauguró el estadio; me llevó a ver el segundo, que fue Necaxa-Valencia, y me hice necaxista para siempre. Futbol, cine, hablar con los amigos y hablar con uno mismo es muy importante.
¿Qué se dice a usted mismo?
Cosas terribles, porque no puedo siempre traer al joven que fui en la literatura, a veces lo traigo y le cuento las cosas del futuro, le cuento al joven que fui lo que va a ocurrir con él, con el país y con los libros.
¿Quién es su actor o actriz favorita?
Admiro muchísimo a Robert de Niro, Al Pacino; tuve una debilidad por Uma Thurman y Nicole Kidman. Actores mexicanos, sigo pensando que Joaquín Pardavé es un gran comediante, que Fernando Soler es extraordinario y que en La oveja negra, con Pedro Infante, hay lecciones ejemplares de la vida.
¿Le hubiera gustado ser futbolista o director técnico?
Me hubiera encantado ser futbolista, no jugaba mal, pero no tenía realmente recursos para ser un futbolista; me hubiera gustado ser médico y psiquiatra.
¿Algún libro que haya marcado su vida?
Varios en realidad, como dijo Borges: “Somos los libros que nos han hecho mejores”. El libro que cambió una parte de mi juventud fue Rayuela, de Julio Cortázar.
¿Le gustaría ser Presidente?
¡No!, de ningún modo, ni político ni funcionario. Ser Presidente debe ser una cosa endiabladamente difícil y ser funcionario debe ser endiabladamente aburrido. Es mejor la libertad de poder elegir cada día lo que vas a decir y lo que vas a poner al día siguiente en un periódico.
¿Qué le entristece?
El recuerdo de mis padres que murieron hace algún tiempo, la música de Los Kings; me ponen melancólico los grandes éxitos de Bruce Springsteen, la gran poesía, que cuando es extraordinaria te atraviesa y te deja melancólico.
Si pudiera platicar con un personaje de la historia de México, ¿a quién escogería?
Si hubiera podido tomarme un café con (Francisco I.) Madero, le habría dicho que sería traicionado. No es buena idea el modelo Madero en la política mexicana, me hubiera gustado darle ese consejo.
¿Cómo le gustaría ser recordado?
Por alguno de mis libros, como un aficionado notable al futbol y como una persona que sabía oír a las demás.
¿Tiene algún gusto culposo?
Sí, bebo a veces, y entonces cuando despiertas dices: “Se me pasaron los tragos”.