En un pequeño taller de Borgo Pío, donde el eco de las campanas de San Pedro se mezcla con el sonido de una vieja máquina de coser, un hombre de 86 años sigue tejiendo historia con cada puntada.
Raniero Mancinelli no es solo un sastre; es el arquitecto de una tradición silenciosa, el guardián del hilo invisible que une a los Papas a través del tiempo.
Su labor no se limita a confeccionar sotanas. Lo que cose es el vínculo entre la vestimenta y la investidura, entre el hábito y la fe.
Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora Francisco han llevado sobre sus hombros la obra de sus manos, con la misma naturalidad con la que visten su destino.
“Hacer estos trajes está por encima del dinero. Es algo más personal, más gratificante. Es para un Santo.”
Mancinelli mide, corta y cose con la precisión de un artista y la devoción de un creyente. Antes, sus telas eran lujosas sedas; ahora, la lana ligera predomina, siguiendo el estilo austero del Papa Francisco. Él no busca adornos ni brocados, solo la sencillez que lo ha caracterizado.
“Ha sido una buena tarea para el Papa Francisco… Cuatro trajes, incluyendo la sotana blanca.”
Pero hay algo que Mancinelli no puede controlar: el paso del tiempo. La noticia de la recaída del Pontífice lo ha conmovido profundamente.
Entre las paredes de su taller, donde cuelgan fotografías de los líderes de la Iglesia que ha vestido, la preocupación se siente en el aire.
“Me duele saber que está sufriendo. Solo nos queda esperar y rezar.”
El sastre de los Papas sabe que su legado está cosido en cada pliegue de esas sotanas blancas que han cruzado la Plaza de San Pedro.
Y aunque algún día su taller cierre, el hilo invisible que une su trabajo con la historia seguirá intacto, resistente como la fe que lo ha guiado todos estos años.
AV