En el mero día del aniversario el asesinato de Emiliano Zapata, una de las convocatorias para evocarlo llevó por título Emiliano Zapata y las letras mexicanas, más bien, terminó por abordarse el interés de los escritores mexicanos en la figura del caudillo del Sur.
José Revueltas, Mauricio Magdaleno, los tres Paz -Irineo, Octavio Paz Solórzano y Octavio Paz Lozano- fueron algunos de los autores que se aparecieron durante la charla ofrecida por Rafael Olea Franco, José Manuel Mateo Calderón y Javier Garciadiego en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
Desde la perspectiva de Mateo Calderón, Revueltas, por ejemplo, escribió un guión de cine que, al mismo tiempo, termina por ser una secuencia verbal que sugiere o prefigura una biografía hecha de imágenes en movimiento: “una biografía que, además, ofrece un signo de vida complejo, que trasciende su propia circunstancia”.
“Un signo que adquiere densidad en tanto concentra un mundo o una cultura: un conjunto de sistemas significantes con interacción, que son susceptibles de ser interpretados. Como sujeto de la historia, Zapata no representa un acontecimiento social, una conducta, una institución o un proceso. No está en lugar de algo o alguien, porque él mismo es la entidad animada de un modo de pensar y de vivir la Tierra y la libertad que, además, hunde sus raíces en la historia y lanza sus refracciones hacia el futuro”, enfatizó.
Por su parte, Javier Garciadiego, se refirió a las diferentes relaciones que estableció Zapata con los Paz, quizá de manera más concreta Paz Solórzano, quien se convirtió en militante activo de la revolución del sur, incluso fue representante de Emiliano Zapata en Estados Unidos y escribió un libro sobre el revolucionario.
“Como abogado que era defendió a campesinos y a veteranos zapatistas en varias querellas judiciales; como periodista, que también era, escribió varios textos sobre el zapatismo. Su hijo, el futuro poeta, recuerda haberlo ayudado a transcribir aquellas páginas: el origen de Octavio Paz como prosista está en aquellos textos de su padre. Su zapatismo fue congénito”, dijo.
El integrante de El Colegio Nacional destacó que, más allá de que en sus últimos años asumiera posturas conservadoras, el poeta siempre conservó una gran simpatía por Zapata, incluso se vanaglorió de que su padre hubiera sido un revolucionario, más de ideas que de acción, “cuya labor incidió en el proceso posrevolucionario de la reforma agraria, estrategia sociopolítica que luego respaldaría el poeta”.
Rafael Olea Franco reconoció que, en comparación con el número de obras que se han publicado sobre otros personajes revolucionarios, el Caudillo del Sur tuvo una relevancia específica, sobre todo en el ámbito de la cultura popular, a través de obras de teatro, películas y, por supuesto, libros.
LLG