Bajo su sombrero de paja, la mirada de Jesús Martín Amador Cordero solo se concentra en la vueltas continuas que da el torno que pedalea, y sus manos las desliza sobre el barro para darle forma, para crear las curvas y ondas de lo que será un pequeño jarrón, que al quedar listo, corta con un cuchillo desde donde está el fin de la pieza, de tajo y sin pensarlo lo pone sobre la mesa para que reciba el sol de forma directa.
Usa un cubrebocas, y platica que para hacer figuras de barro se requiere de concentración, de estar con el ánimo arriba, “porque si uno anda preocupado o deprimido, no salen las figuras”, explica.
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Y lo vivió en carne propia, hace 15 años, cuando se separó de su esposa y “dejé de trabajar el barro, no podía”, pero su amor por esa mezcla de arcilla y agua en la que plasma la figura que ha creado en su mente, lo puso a flote, a pesar de que su vida giró igual que el torno y lo dejó sin ganas de hacer nada por un tiempo.
“He dejado de trabajar el barro cuando tuve problemas familiares, me deprimió mucho, me separé de mi esposa y me afectó, pero el barro me ayudó a salir adelante y ya estoy recuperado, ya tiene 15 años de ese mal momento”, platica, mientras oculta sus ojos azules bajo el ala de su sombrero.
Y es que, dice, el barro ha sido parte de su vida desde que nació ya que ha sido un oficio que ha subsistido por generaciones y “nací con el barro, del barro”, y fue a sus 12 años cuando realizó sus primeras figuras y con su venta, supo que sería su forma de subsistir, a pesar de una pandemia, porque también le ha afectado.
“Pues aumentó la venta cuando nombraron a Huasca como Pueblo Mágico, pero por la pandemia bajaron las ventas porque no nos dejan trabajar aún”, dice.
Pero este día salió con su mesa y torno, con su mezcla de arcilla para crear figuras de barro que oferta “con lo que sea su voluntad”, mientras las y los visitantes dejan billetes de 20 pesos o 50, y así se va llenando su canasto, pero las piezas siguen saliendo como arte de magia, del movimiento de sus manos, de su concentración y “así he ido subsistiendo”.
Dice que su taller, ubicado en la carretera a la altura de El Calvario, entrando a la Palma, se ubica su taller que lleva su nombre: “Amador”, y es ahí donde elabora piezas más elaboradas y en donde espera a sus clientes, en donde ve pasar la vida y disfruta de ver sus piezas después de hornearlas, su creación, así como su vida “porque ya no creo mucho en el amor”, pero sí cree en su trabajo y sobre todo “en el amor del barro, porque de aquí nací y es parte de mí, mi salvación”.