El 2 de febrero de 1978, justo un año antes de morir, Sid Vicious le dijo a la revista New Musical Express que cuando se enojaba, necesitaba tener cerca un enemigo, “alguien que me haya hecho daño para poder golpearlo hasta vencerlo. Pero siempre me encuentro sentado en una habitación con un montón de amigos y no puedo hacer nada contra ellos, así que subo las escaleras, rompo un vaso y me corto. Entonces me siento mejor”.
En realidad, el principal adversario del músico inglés —figura emblemática de la primera ola del punk en la década de los setenta— siempre fue él mismo.
- Te recomendamos 'Yellow Submarine': el disco que los Beatles grabaron mal Cultura
Unos meses antes de dar esa entrevista, declaró que en máximo dos años, él o Johnny Rotten (la cabeza de la banda Sex Pistols, donde ambos tocaban), estaría muerto. Imposible determinar cuál de ellos, pues compartían el camino de los excesos, pero “alguien tiene que hacerlo”, sentenció Sid, alma desmedida, intensa y trágica nacida en Londres en 1957, que se convertiría en uno de los muertos más hermosos del rock and roll.
God save the queen
En 1977, los diccionarios comenzaron a definir el punk como muchas cosas, pero ninguna de ellas tenía que ver con lo que realmente era el movimiento. “Todas las definiciones eran negativas. Sólo lo entendían las personas de menos de 21 años, que se rehusaban a conformarse con lo que había, con las tendencias musicales de los setenta”, explican Stephen Colegrave y Chris Sullivan en su libro Punk.
“Siempre fue más que una camiseta o una pieza de música ruidosa: fue una actitud imposible de reprimir”, explican. Era un movimiento representado por la libertad de espíritu, la creatividad más allá de los estándares establecidos por un sistema que, mientras le exigía compostura a los jóvenes, les negaba la posibilidad de expresarse a su manera.
Las muestras de rechazo a lo establecido surgieron principalmente en Inglaterra y en Estados Unidos, teniendo como antecedentes el movimiento dadaísta francés de los años veinte, representado por la anarquía, la subversión y la provocación, así como por el beat, que surgió en el continente americano en los cincuenta, con un discurso disruptivo.
El artista plástico Andy Warhol había abierto The Factory, espacio que se convirtió en un oasis para los creadores que buscaban ir más allá de lo existente. Los diseñadores de moda Malcom McLaren y Vivienne Westwood descubrieron un gran potencial en esta rebeldía extrema que encerraba una actitud poderosa que no habían visto antes.
Inspirados por ello, comenzaron a diseñar ropa que vendían en la tienda ubicada en la calle King’s Road del barrio de Chelsea. Chamarras de cuero, pantalones ajustados, cadenas, zapatos extravagantes y camisetas con estampados novedosos inundaron el lugar, que en 1974, tras tener varios nombres, fue llamado Sex. En poco tiempo se convirtió en un espacio de reunión para quienes no se sentían conformes con la realidad convencional.
Ahí trabajaban y pasaban su tiempo libre Johnny Rotten, Steve Jones, Paul Cook y Glen Mattlock, miembros originales de una banda que transformaría las reglas del juego musical en Reino Unido en 1975: Sex Pistols.
Vestidos con ropa rota, el cabello corto (con la idea de no imitar a los roqueros de pelo largo) pintado de verde, los pantalones súper apretados y una tendencia a destrozar lo que tenían a su alcance, los miembros del grupo comenzaron a crear expectativa, entusiasmo y hasta miedo. Su fama fue creciendo, más aún tras escándalos televisivos.
En 1977, luego de una gira intensa pero exitosa en términos de escándalo, Matlock salió de la banda. Dicen que porque se lavaba los pies, le gustaba The Beatles y su mamá odiaba canciones de los Sex Pistols como “God Save the Queen”, su segundo sencillo, considerado un ataque directo a la reina Isabel II y la corona británica. A Glen le parecía un tema fascista, así que decidió largarse.
En su lugar integraron a un visitante frecuente de la tienda Sex, amigo de Rotten y fanático declarado de la banda: Simon John Ritchie, quien adoptaría el nombre de Sid Vicious tras un incidente con el hámster de Johnny, quien se llamaba Sid y lo había mordido con agresividad.
Aunque no sabía tocar el bajo, tenía toda la intención que se necesitaba para ser parte del movimiento punk, convirtiéndose en el creador de un estilo de baile conocido como pogo. “Si Rotten es la voz del punk, Vicious es la actitud”, declaró McLaren —quien fue su mánager— con justa razón.
Nancy entra en acción
Se dice que, al principio, Sid se esforzó practicando con su instrumento y su forma de cantar, viviendo con entusiasmo infantil la fama, pero ganó su desenfado y su desenfreno. Con Sex Pistols grabó el álbum debut, Never Mind the Bollocks. Here’s the Sex Pistols, aunque se sabe que en realidad Steve Jones tocó casi todos los bajos.
Durante la gira en Estados Unidos a principios de 1978, Vicious se llenó de heroína, lo cual causó más problemas para la banda, pues generaba pleitos con el público durante los conciertos y fue encontrado en un hospital con las palabras “dame una dosis” grabadas en inglés con un cuchillo en su pecho.
Dos meses antes, Rotten le había presentado a Nancy Spungen, una groupie famosa en el mundillo alternativo por su rudeza e intensidad, a quien le encantó la belleza y actitud de Sid Vicious. Ella consumía heroína y se cree que fue quien inició al cantante (que de por sí ya se metía de casi todo y sin medida) en su adicción a esta sustancia.
Juntos comenzaron una enloquecida vivencia en torno a la droga y su
rechazo hacia lo establecido. Tras el desafortunado tour estadunidense, Rotten abandonó la banda. Vicious tomó el papel de líder, aceptando hacer una versión de la clásica “My Way” y otra canción de Eddie Cochran.
El asunto no prosperó y decidió separarse de los Sex Pistols. Trató de iniciar una carrera solista, pero el 12 de octubre de 1978, tras una noche de excesos en el hotel Chelsea de Nueva York, Nancy fue encontrada en el baño, muerta tras haberse desangrado debido a una puñalada en el abdomen. Sid fue arrestado y declarado culpable del asesinato. En un principio, afirmó que había sido él quien la mató, aunque después se retractó.
Hoy en día se sospecha que fueron sus distribuidores de drogas quienes pudieron haber acuchillado a la chica de veinte años, ya que tenían bastante dinero que no fue encontrado tras el cateo. En aquel entonces, Malcom McLaren reunió lo necesario para pagar y el músico salió bajo fianza, en espera de un juicio.
Madre sólo hay una
Sid Vicious creció a lado de su madre, Anne Beverley, una joven hippie que trabajaba como guardia del Palacio de Buckingham. Tras ausentarse su padre, se trasladaron a Ibiza, isla en España ideal para el glamour, la psicodelia y el sexo sin compromiso, donde se dedicó a vender drogas, convirtiéndose en adicta a la heroína.
Regresaron a Inglaterra luego de que Anne se casara con otro hombre, que falleció poco después. Para ella, su hijo lo era todo. Lo aceptaba como era y, se dice, fue ella quien le suministró la inyección letal de heroína el 2 de febrero de 1979, pues la cantidad encontrada en su cuerpo era mortal y ella suponía que su hijo no sobreviviría en prisión, donde seguramente acabaría tras el juicio.
Justo se encontraban celebrando su salida de la cárcel, donde el músico se había desintoxicado. La madre compró la droga; su nueva novia, Michelle Robinson, se negó a ponérsela. Al día siguiente, Vicious estaba muerto por una sobredosis de heroína, con tan solo 21 años de edad.
En el libro Punk Diary, George Gimarc, su autor, explica que su primera dosis no había sido tan potente, así que buscó más. Sus amigos quisieron llevarlo al hospital. Él afirmó que estaba bien. “Pasada la medianoche, Sid se levantó y encontró en el bolso de su madre el resto de la heroína que ella había comprado. La usó y se fue para siempre”, determina.
Dos días después, su progenitora encontró en el bolsillo de una de sus chamarras una nota suicida que decía: “Hicimos un pacto de muerte, yo tengo que cumplir mi parte del trato. Por favor, entiérrenme a lado de mi nena. Entiérrenme con mi chaqueta de piel, vaqueros y botas de motociclista. Adiós”.
Se dice que Anne Beverley cumplió su deseo, arrojando sus cenizas en la tumba de Nancy Spungen, aunque otra historia cuenta que estaba en el aeropuerto Heathrow, en Londres, tan borracha y con la urna de los restos de su hijo en las manos, que la rompió, así que sus cenizas se fueron por los ductos del aire acondicionado.
“Todo lo que hice fue dinero, por el simple hecho de ser guapo y gustarle a las chicas”, dijo Sid alguna vez, sin saber que se volvería una leyenda por su rebeldía indomable pero, también, por la manera en que, en tan poco tiempo, acabó con su buena fortuna.
ASS