Cuando Ignacio Solares habla de su más reciente novela, El juramento (Alfaguara, 2019), suele definirla como la más personal de cuantas ha escrito; quizá también esté entre las más breves, aun cuando en su historia haga un repaso de diferentes aspectos espirituales que lo han marcado y que, en algunas ocasiones, están presentes en su literatura.
“Esta obra surge realmente del hecho de que yo, que estudié con jesuitas en Chihuahua, anduve en la Tarahumara varias veces, algunas de ellas dormí allí y vi las estrellas al alcance de la mano, hicimos labor por las tarahumaras: estaba muy influido por la filosofía hindú, el espiritismo y la magia.
“Me encantaba andar metiendo el dedo en el ventilador a ver si corta; incluso, dejé de ir a las sesiones espiritistas porque una vez tuvieron que encender la luz pues se escuchaban una cadenas arrastrando. Iba con Gutierre Tibón, quien era mi vecino en Cuernavaca”.
En la novela se encuentran algunos de los temas preferidos del escritor: lo sobrenatural y el delirio, el combate entre los ideales más altos y los placeres terrenales, el espiritismo, la religión o la fe como influencias al momento de tomar decisiones trascendentales.
“Todo lo que nos trascienda, lo que nos saque de esta pobre realidad, es bienvenido. Claro, hay fugas ascendentes y otras descendentes: una fuga ascendente es toda la que te lleva a la trascendencia, como la religión o la literatura, el amor al prójimo, y una fuga descendente puede ser el alcoholismo, la violencia, el crimen, el egoísmo cerrado en el que no quieres ver más allá de tus narices”.
Los asuntos mundanos se entretejen con los espirituales en la historia: la lucha entre las reglas de la Iglesia católica y el encuentro con otras formas de la fe, igual de importantes para el escritor, alejado ya del catolicismo que lo llevó a pensar en hacer el noviciado con los jesuitas, con una certeza que, al mismo tiempo, tiene la estructura de un aforismo: “el gran reto de los católicos es convertirse al cristianismo”.
“Me di cuenta que mi pleito con la Iglesia no tenía nada que ver con mi amor por Cristo. Efectivamente pensé en entrar al noviciado, y cuando no lo hice me fui mucho por el lado de un dios impersonal. Ese es el centro de la novela: el personaje cree en un Dios impersonal, el universo no tiene dioses personales”.
Formas del misterio
Parece una novela religiosa, pero es más espiritual; en gran parte, por ello Nacho Solares la considera como su novela más personal; si bien dentro de la trama también se entreteje una historia de amor, para él lo más importante no sólo era reflexionar sobre su propia relación con la iglesia católica, sino con otras formas del misterio que hay en la vida cotidiana.
“Estaba buscando formas de trascendencia, porque cualquier forma de trascendencia te acerca a lo “OTRO”, al misterio. Vivimos en un mundo en el que prácticamente estamos dedicados a mirar al piso y no levantar la cabeza y pensar en una noche estrellada, pero es que tienes el misterio enfrente”.
El juramento es la historia de un joven que se enamora de una mujer tan atractiva como poco convencional; por las presiones familiares, sabe que tiene el reto de decidir entre la sensualidad y el espíritu, o lo que resulte del choque entre ambos, sin importar qué hay más allá o a qué tipo de espiritualidad se debe responder.
“Hay otro aforismo que escribí que dice ‘los muertos quisieran comunicarse con nosotros, pero no los oímos porque estamos muy ocupados’, en cosas prácticas, en ganarnos el sustento o el trabajo: vivimos en un mundo muy pragmático, en donde lo importante es el consumo, el dinero, la televisión, el internet y se nos queda fuera otro mundo, que también existe, pero no atendemos. Y el espiritismo fue una puerta hacia el misterio”, en palabras de Nacho Solares, quien afrontó con la novela uno de sus retos más importantes: reflejar sus preocupaciones literarias y, al mismo tiempo, los intereses que lo definen en la actualidad.
El escritor ante un blanco específico
Son menos de 100 páginas las que conforman El juramento, una novela que dejó muy satisfecho a Ignacio Solares por su brevedad, pero también por haber usado un lenguaje directo y claro, que atiende los asuntos más importantes de su propuesta: “por primera vez en mi vida tenía un blanco específico y no me quise alejar de él pasara lo que pasara, fuera cuento, novela o lo que fuera”, asegura, y lo que resultó fue una historia dirigida lo mismo a los ateos que a los creyentes, a los católicos que a los cristianos, que al final todo termina por ser un asunto de fe.