Vivimos atrapados en una ficción, en la fantasía del amor. Nuestras vidas como espectáculo, la foto con nuestra pareja, “la tarde de felicidad o de inseguridad” tienen que verla todos. Facebook e Instagram como recursos para el momento hipnótico, el espejismo. Ya llegará el momento de eliminar imágenes y bloquear personas.
En su libro “El fin del amor. Querer y coger en el siglo XXI” (Ariel, 2019) la escritora Tamara Tenenbaum retrata las dificultades de las vinculaciones afectivas. Va de la memoria personal al ensayo; del barrio judío ortodoxo del Buenos Aires donde creció, a la disertación filosófica sobre las adversidades a las que se enfrenta la mujer.
El destino de las mujeres de ese barrio argentino fue casarse jóvenes y tener hijos. La miraban raro, ella eligió estudiar y navegar una vida diferente. En su libro escribe sobre los otros destinos: “Miles de mujeres en todas las épocas hicieron cosas tanto o más valientes que luchar por amor: criaron hijos solas, se pelearon con sus familias para seguir sus deseos o para tener su propia plata, se escaparon de sus casas para vivir en sus propios términos”.
En conversación desde Argentina le cito un pasaje de su libro: “La idea del amor como una fuerza erótica desatada que puede más que la convención, la tradición y las estructuras socioeconómicas está de hecho en la base de un género masivo, popular en todo el mundo, pero quizás especialmente en América Latina: el melodrama”.
Sonríe, recuerda muy bien la cita y me dice: “Tenemos que ver cómo conciliamos esa ficción del amor con personas reales. Tenemos esta visión que tiene que ver con la entrega total de las mujeres a los hombres, pero lo interesante es que cada vez más esa visión es una fantasía y sin embargo aún es una fantasía con la que todavía nos medimos. Desde hace unas décadas las mujeres no aceptan ciertas condiciones y tampoco los hombres”.
La nostalgia juega un papel muy importante en la construcción de nuestro concepto de amor, la fantasía de que antes se luchaba hasta el final para conservar la relación, aunque tal vez no hubiera nada que conservar. Le cuento de esta idealización de las parejas que llevan toda una vida juntos.
Tamara Tenenbaum piensa que “hay un amor que ya no se parece en nada a las parejas en las que vivimos. No creo que tengamos que cambiar nuestras ficciones. Nuestros abuelos no querían vivir un amor de telenovela, querían sobrevivir, aguantarse, llevar las cosas adelante. Nosotros tenemos aspiraciones que tienen que ver más con la felicidad, nos las tomamos mucho más en serio, eso es muy complicado”.
Hay un ideal relacionado con la nostalgia, “con la idea que antes los amores duraban mucho. Hay un pasado imaginario, un pasado que nunca existió, es un pasado imaginado por la melancolía".
"Lo que nosotros llamamos quererse, que es pasar tiempo juntos, respetar, elegir salir con el otro y con los amigos del otro, nuestros abuelos no lo hacían. Cuántas veces escuchaba uno de los abuelos que lo único que querían era irse de la casa para jugar cartas con los amigos y su casa la consideraban una cárcel. Eso era lo más común, no lo otro. No vivir un amor de novela”, añadió.
La gente hoy no está dispuesta a los matrimonios que duran toda una vida, 40 o 50 años. “Entonces, ¿Qué están extrañando? Algo que no están dispuestos a vivir porque les parece profundamente infeliz. El conflicto de creer que todas las épocas pasadas fueron mejores”.
La mujer lucha contra la presión de la sociedad. Al hombre no se le considera incompleto, escribe Tenenbaum, si no es padre. A la mujer se le cuestiona, se le juzga, se le etiqueta y se le condena a que un día sea la señora de los gatos. “A las mujeres se les llena la cabeza con eso”.
Pero en realidad, indica, “quienes eligen no tener están muy tranquilas con su elección. Tener hijos no es algo que esté bajo tu control, no es algo que uno decide solo y si te vendieron que era la única forma de ser feliz, te martillan la cabeza con eso, te están condenando de forma trágica a que sientas que para siempre tu vida va a ser infeliz”.
En “El fin del amor” está la chica judía, la filósofa, la columnista, pero sobre todo la periodista que se arriesga, que se abre a sus lectores, que confiesa sus tropiezos y comparte las vejaciones que sufrió. Las experiencias como catarsis y reflexión.
Con la oferta de “carne” en las redes sociales, a través de las aplicaciones de citas, también llega la angustia del espejo. Conservar la juventud a toda costa, acudir a dermatólogos y tratamientos de belleza para detener el tiempo.
Cuando entras a ese juego “sólo te queda meter panza para la foto, rezar para que tu edad sea lo suficientemente baja como para que alguien te hable y elegir la frase de un tamaño de un tuit”. Ese es el precio de la oferta y la demanda amorosa virtual, añade.
La violencia contra las mujeres ocupa un espacio importante en el libro: “Hay una fantasía donde la pareja y la familia son lugares seguros, que es una fantasía que necesitamos pero que en realidad no se corresponde con las cifras y con los números y con la realidad de las mujeres en la cual los lugares privados son más peligrosos que los lugares públicos".
"Es mucho más fácil sostener la idea que las mujeres están solas en su casa y no en la calle para evitar que salgan, se diviertan, conozcan el mundo. Es una ficción muy útil esa, pero en América Latina no se corresponde con la realidad. La mujer que elige salirse del molde de la familia y de la pareja es una amenaza porque puede convencerlas a todas de hacerlo y porque hay un efecto contagio”.
Escribir salvó a Tamara Tenenbaum de “una relación horrible con el espejo. Cuando descubrí que me importaba más ser buena en lo que hacía que ser hermosa sentí un clic”.
dmr