Un grito desde la sombra

Hombre de celuloide

Por momentos uno cree que está viendo una comedia de Hollywood. Una de esas en que los negros se ríen de los blancos y los blancos de sí mismos. Aun así resulta indudable el oficio de Spike Lee

El principal defecto de Infiltrado en el KKKlan es su mayor virtud: es un pasquín (Foto. Blumhouse Productions)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

@fernandovzamora


El principal defecto de Infiltrado en el KKKlan es su mayor virtud: es un pasquín. Un pasquín con el que podemos identificarnos. Al menos en México. Como en todo libelo, los personajes son esquemáticos. Pero la película no aburre. Por momentos uno cree que está viendo una comedia de Hollywood. Una de esas en que los negros se ríen de los blancos y los blancos de sí mismos. Aun así resulta indudable el oficio de Spike Lee. Durante uno de sus grandes momentos un activista que promueve la guerra entre negros y blancos lanza un discurso en que nuestro héroe (el primer policía negro de Colorado Springs) se siente inspirado. El activista habla de la belleza de “su pueblo”. Son hermosos —dice— los labios gruesos, el cabello crespo, la nariz ancha.

El director intercala hermosos retratos con estas características: el cine, más que narrar, muestra. Ahí está, innegable, frente a nosotros, esa belleza que los supremacistas no pueden ver. A partir de aquí la historia se desarrolla en forma simple. El policía infiltrado pide a su jefe dirigir otra investigación. El poli negro es promovido a inteligencia, donde se encuentra sin nada qué hacer, en una oficina en la que hay un teléfono. Entonces nuestro héroe tiene la siguiente idea que mueve la narración: llama por teléfono al Klu Klux Klan. El tipo al otro lado se cree que nuestro héroe es más blanco que un sueño de Himler y lo invita a una reunión. La cosa comienza a ponerse irreal. Nuestro policía negro consigue para su operación a un compañero judío que tiene que presentarse como él, como el del teléfono que, bien lo sabemos, es negro, pero uno se pregunta: ¿por qué no puede el muchacho judío hacerse pasar por blanco anglosajón y protestante gritando America First? ¿Por qué tiene que seguir el juego absurdo en que un negro llama por teléfono pero un judío se presenta en las reuniones de quema-cruces? Spike Lee no lo explica y evidentemente no quiere hacerlo. Su película se desarrolla en el ambiguo terreno de la parodia construyendo personajes próximos a la caricatura… hasta que aparece en escena David Duke.

Para quien no lo sepa, Duke es uno de los personajes más macabros en la política estadunidense. No pasaría de ser un youtuber si no fuera porque ha gozado de poder político real. Este antiguo “Gran mago del KKK” es un rubio de ojo azul que pasa por ser la “cara amable” del Klan. Aun así sostiene que la raza blanca está en peligro y debe ser salvada de negros, judíos y mexicanos. Como Ann Coulter con más testosterona. Cuando Duke entra en escena las cosas en la película de Lee comienzan a ponerse interesantes. Duke es un tipo macabro y amable. En torno a él revolotea toda clase de idiotas que al final veremos. Lo haremos cuando por unos minutos la película deje de ser un cuento y se vuelva un documental. Ahí está él en noticias que cruzaron el mundo. David Duke afirma que Trump ha prometido devolver su grandeza a la América blanca. Vemos también las luchas raciales y a un presidente rubio y de tupé diciendo que en los enfrentamientos de Charlottesville hubo tanta gente buena en un lado como en el otro. Llegados aquí entendemos por qué Spike Lee ha decidido hacer de su película un pasquín.

Hay en Roma una estatua parlante: el dios Pasquín. Es un pedazo de piedra en el que se pegan libelos y caricaturas que, desde tiempos del imperio, gritan a voz en cuello hacia el poder. Y eso es Infiltrado en el KKKlan, lo entendemos finalmente. Un grito desde la sombra. Un grito de resistencia.


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