La Revolución Industrial acarreó muy pronto, en la segunda mitad del siglo XIX, las críticas de los intelectuales ingleses y estadunidenses, quienes vieron el deterioro ambiental dramático provocado por el uso del carbón vegetal para impulsar las máquinas de vapor. La contaminación del aire y del agua, el hacinamiento en los barrios obreros de las ciudades, la suciedad y la miseria, generaron reacciones contrarias a la industrialización desde sus etapas tempranas.
William Morris fue uno de los primeros representantes de un movimiento cultural que intentaba poner el foco en los problemas del progreso industrial, llamando a un retorno a la vida en el campo, a la agricultura y ganadería, a recuperar los oficios artesanales opuestos al diseño industrial. Esta tendencia a una “utopía pastoral” fue compartida por otros reformistas ingleses como Ebenezer Howard, quien escribió en 1898 Ciudades jardín del mañana, un libro que ejerció una gran influencia sobre el desarrollo de las ciudades durante el siglo XX.
Las ideas de ambos fueron llevadas a extremos más radicales en Estados Unidos, en 1867, Henry David Thoreau escribió Walden, un relato del periodo en que el autor, un rebelde nato, pasó alejado de la civilización, viviendo una cabaña alejada de las ciudades y procurando su propio sustento sin ayuda de productos manufacturados industrialmente. Algunos escritores como Edgar Allan Poe exaltaron las bondades estéticas de la naturaleza en sus libros, los cuales describen parajes que se disfrutan sin ninguna intervención humana, ambientes aislados y solitarios donde contemplar la naturaleza.
Es posible que dichos pensamiento animaran poco después a los planificadores de la ciudad de Nueva York, en particular a Frederick Law Olmsted, a proponer el Parque Central, que es un gran rectángulo de aparente naturaleza, colocado en el corazón laical de Manhattan en 1858, en la metrópolis más densamente urbanizada del siglo XX. En nuestros días debemos reconsiderar la importancia del equilibrio ecológico y la necesidad de planificar las ciudades de un modo distinto al actual, que asume irracionalmente que los recursos y el espacio planetario son infinitos.