La respuesta es poco, el magno evento deportivo sigue tan cruzado con el ámbito político como social, que lo deportivo en ocasiones pasa a segundo plano. Se aprecian los logros atléticos, pero no lo suficiente como para olvidar el daño que le hacen unos Olímpicos a ciertas sedes. Siempre se presentan bajo la bandera apolítica, pero ya es un aspecto imposible de ocultar.
El 19 de julio de 1980 se dio inicio a los primeros Juegos Olímpicos en una nación de Europa del Este, los primeros en una nación comunista y los últimos bajo la presidencia de Michael Morris Lord Killanin en el Comité Olímpico Internacional, quien terminó renunciado por el escándalo del masivo boicot político de 66 naciones liderados por EEUU. Samaranch y después Jaques Rogge le siguieron en el cargo, no alejados de la controversia, hasta que llegó Thomas Bach en 2013.
Aún así más de 5 mil atletas se dieron cita en la Unión Soviética para participar en 203 eventos de 21 deportes y 27 disciplinas. Cuatro décadas después son más de 11 mil 200 deportistas los que se trasladan a Japón para competir en 339 eventos de 33 deportes con 50 disciplinas. Pero en la evolución comercial de la justa pareciera que los atletas ha dejado de ser la prioridad, más bien los derechos televisivos se llevan la atención del COI que recibe el 73% de sus ingresos de esta industria.
Los costos edición tras edición solo han ido en aumento bajo la presión que sufre cada sede por modernizar la justa, aunado a las promesas que se les hace a la sociedad sobre el desarrollo a su nación. Realizar los JJOO parecen ser un juego geopolítico y la corrupción o el lavado de imagen de las personas en poder en algunas sedes han estado a la orden del día. Cada ciclo surgen las mismas preguntas ¿Cuál es el impacto al medio ambiente, a la sustentabilidad o a los derechos humanos en esta edición? De cierta manera pareciera que los Olímpicos están atascados en el tiempo y que no mucho ha cambiado entre las ediciones del siglo XIX a los del XXI.