Un jab por aquí, un gancho por allá. Pero apenas lanzan algún golpe mal hecho y de inmediato se escucha un grito para corregir el error. Para Gerardo Gómez Maldonado, entrenador de boxeo, no hay nada más placentero que pasar un día en el Gimnasio Coacalco Gómez observando con atención cómo una docena de jovencitos se deslizan por el ring. Ahí se le pasa el tiempo volando, mientras mira a las que pueden ser sus futuras promesas del boxeo.
“De verdad que no quieres que esa mano entre. Tienes que subir la guardia y ponerte bien listo. Si no, adiós… te duermen”, dice con un tono paternal, mientras que al fondo suena una vieja canción de salsa, pues “hay que ponerle ritmo”.
Don Gerardo es buen conversador y en tanto suelta varias anécdotas sobre sus inicios, intercala algunas de las motivaciones que lo han llevado a concentrar su vida en ese terreno en San Francisco Coacalco, en donde al fondo, camuflado por enredaderas, está su gimnasio de boxeo. Un altar a la vieja escuela de los puños con aroma a nostalgia y a guante húmedo.
“Aunque no lo creas, los entrenadores tenemos sueños, igual que los peleadores. Solo que casi nunca nos preguntan. A mí me inspira mi amigo y entrenador Nacho Beristáin, a quién no le gustaría estar como él en el salón de la fama y con varios campeones... pero a mí me tocó otra misión”, dice quien ha dedicado su vida al deporte que lo sacó de las calles cuando se quedó solo.
Huérfano a temprana edad, Gerardo conoció la parte más cruda de las calles y vivió en carne propia cómo el deporte puede ser el catalizador necesario para obtener triunfos mucho más grandes que un campeonato del mundo. Por eso decidió abrir las puertas de su gimnasio -a diferencia de los que solo cobran y no enseñan ni a cuadrar una guardia- pasando a segundo plano si sus alumnos le podían pagar o no.
Con ayuda de su hijo, Gerardo -quien también siguió sus pasos arriba de un ring, pero la estatura y falta de rivales en su división lo obligaron a enfocarse en sus estudios- abrió el gimnasio hace más de una década y no han parado de ayudar a los jóvenes, con la esperanza de que algún día llegue ese campeón del mundo que coronaría toda una vida dedicada a los guantazos.
“He tenido triunfos que considero más grandes (que tener a un chico con un título mundial)… dicen por ahí que muchacho que saques de la calle es un ratero y un drogadicto menos. Aquí descubren que hay mucho más cosas por las cuales vivir”, explicó, no sin antes recordar a un par de alumnos que salieron de las calles y ahora son profesionistas que tienen familia y son “hombres de bien”.
Con seis horas diarias en el gimnasio, tres por la mañana y tres por la tarde, Gómez Maldonado enseña a chicos de entre 7 y 17 años los elementos que necesita un peleador para no ser un tira piedras. Basando sus conocimientos en el estudio que tuvo del estilo cubano, les enseña a moverse, a usar la defensa y atacar, pero de manera inteligente.
“Lo malo es que para poder tener un campeón mundial se necesita mucha ayuda y plataformas. Aquí he tenido campeones amateurs muy buenos, pero que terminan encandilados por los piratas y se me van. Les ofrecen dinero, difusión y todo. Yo por eso me concentro en dejar una huella que no solo les sirva en el deporte, pues el boxeo es una disciplina muy dura y pocos aguantan por mucho tiempo”, detalló.
Entre sus anécdotas, Gerardo recordó entre risas a un muchacho de 14 años que llegó a su gimnasio pidiendo ser el siguiente campeón del mundo porque el boxeo “era mucho más fácil que el estudio”, mientras su madre sollozaba desconsolada.
“Recuerdo que le dije a la señora, ya a solas, ‘en 15 días venga por su hijo’. En 10 días el chamaco regresó pidiéndole a su mamá ser doctor. Esta es una disciplina donde hasta el más fuerte se doblega”.
Don Gerardo está consciente de que tener un campeón del mundo no será una labor para nada sencilla, pues aunque por su gimnasio han pasado monarcas amateurs, hasta ahora se le han negado los profesionales, pero aseguró que sin importar qué tanto trabajo cueste, insistirá, pues es algo que quiere tener entre sus logros.
“Profesionales es lo que nos falta, pero estamos aquí. No quitaremos el dedo de renglón hasta que el de allá arriba nos diga ‘¿Sabes qué? ya vente a entrenar a los de acá arriba ahora’. Aquí me quedaré hasta que suene la campana final de mi vida”, finalizó.
ZZM